El pasado 28 de abril, y hasta el 12 de junio, se está representando en el Teatro Español de Madrid la obra Oleanna, del prestigioso dramaturgo estadounidense (además de escritor, guionista y director de cine) David Mamet. Esta obra se estrenó en 1992, dirigida por el propio Mamet, pensada para dos personajes; superficialmente, se trata de una historia de abuso de poder de un profesor de universidad, en la cúspide de su carrera, y una joven, y aparentemente ingenua, alumna, la cual esconde todo un plan para acabar con la carrera del primero. No obstante, lo que hace grande en mi opinión a esta obra son las numerosas aristas e interpretaciones que posee: ¿se trata simplemente de un enfrentamiento entre feminismo y misoginia, tal y como se ha llegado a decir en una lectura superficial?, ¿es una sutil critica al fundamentalismo y a la dictadura de lo políticamente correcto?, ¿tal vez un devastador juicio contra el poder? Todo ello, y bastante más, está en la obra de Mamet, pero reducirlo a cualquiera de esos puntos de vista me resulta terriblemente empobrecedor. Hay quien se apresura a tomar partido por cualquiera de los dos personajes, lo que supone caer en un grave error, cuando el análisis más poderoso solo puede ser antiautoritario (esta es, naturalmente, la humilde opinión del que subscribe). Por supuesto, la cuestión social también está presente en la historia, colándose de manera sutil el derecho de toda persona a una educación universitaria (algo cuestionable para el clasista profesor, ya que ese derecho esconde para él el hecho de que no todo el mundo está intelectualmente capacitado para ejercerlo), o los numerosos dificultades que sufren las personas por cuestión de sexo, raza o condición social.
Los tres actos de los que se compone la obra, cada uno de ellos bien diferentes entre sí y con los roles de ambos personajes intercambiables como dominador o dominado, tienen un desarrollo de lo más inquietante. Si en el primero de ellos, el maduro profesor adquiere un tono desagradablemente paternalista y reivindica (de manera sutil, insistiremos, y con un claro dominio del lenguaje) una carrera dirigida hacia una cota de poder y seguridad (igualmente repugnante es esta actitud, aunque no tan distante de la vida de cualquiera en la sociedad contemporánea, en la que solo puedes subir o mantenerte a flota a costa de otros), en los siguientes asistiremos a un maquiavélico plan para acabar con un hombre (y, esto me parece importante, no con el sistema autoritario que le respalda) utilizando las mismas y odiosas armas que el sistema propone. Esta es una interpretación propia, con la que seguramente no estén de acuerdo muchos espectadores. Sin embargo, insistiré en que tomar partido sin más por cualquiera de los dos personajes, determinado uno además por cuestiones de edad como he llegado a oír, me parece quedarnos en un análisis muy reduccionista. Los actos de la joven alumna no parecen responder del todo a sus propias motivaciones, y sí a los de un enigmático grupo al que pertenece. Puede tratarse de una crítica al fundamentalismo y a un colectivismo que anule al individuo, aunque ésta es solo una parte del cuadro y realizada desde una perspectiva liberal en el caso del profesor (libertaria, como espectador, por lo que el análisis se enriquece). También me parece que se encuentra en la obra una reflexión sobre el conocimiento, utilizado como instrumento de poder, distanciado del educando, y no al servicio de la formación de las personas. Dentro de la pedagogía libertaria, se encuentra la intención de que educador y educando se vayan aproximando moral e intelectualmente y acaben poniéndose al mismo nivel, nunca levantar una barrera entre uno y otro como ocurre en esta obra.
En palabras de otro autor teatral como Harold Pinter, con el que Mamet ha tenido un estrecho contacto y reconoce su influencia, las palabras pronunciadas en esta obra son como "cuchillos que los personajes se lanzan permanentemente". Hay quien ha definido Oleanna como la obra más pinteriana de Mamet, ya que reúne algunas de las características habituales del dramaturgo británico, como ese uso del lenguaje como arma arrojadiza o la manera de hablar de los personajes, además de esconder una gran profundidad intelectual bajo la aparente simpleza argumental. En las diferentes interpretaciones que se pueden realizar se encuentra gran parte de la grandeza de la obra. No dejemos que nuestra lectura sea simplista, reconozcamos la imposibilidad de conocer de manera definitiva las motivaciones de los personajes, o nosotros mismos nos erigiremos en esos odiosos jueces presentes en la historia.
Los tres actos de los que se compone la obra, cada uno de ellos bien diferentes entre sí y con los roles de ambos personajes intercambiables como dominador o dominado, tienen un desarrollo de lo más inquietante. Si en el primero de ellos, el maduro profesor adquiere un tono desagradablemente paternalista y reivindica (de manera sutil, insistiremos, y con un claro dominio del lenguaje) una carrera dirigida hacia una cota de poder y seguridad (igualmente repugnante es esta actitud, aunque no tan distante de la vida de cualquiera en la sociedad contemporánea, en la que solo puedes subir o mantenerte a flota a costa de otros), en los siguientes asistiremos a un maquiavélico plan para acabar con un hombre (y, esto me parece importante, no con el sistema autoritario que le respalda) utilizando las mismas y odiosas armas que el sistema propone. Esta es una interpretación propia, con la que seguramente no estén de acuerdo muchos espectadores. Sin embargo, insistiré en que tomar partido sin más por cualquiera de los dos personajes, determinado uno además por cuestiones de edad como he llegado a oír, me parece quedarnos en un análisis muy reduccionista. Los actos de la joven alumna no parecen responder del todo a sus propias motivaciones, y sí a los de un enigmático grupo al que pertenece. Puede tratarse de una crítica al fundamentalismo y a un colectivismo que anule al individuo, aunque ésta es solo una parte del cuadro y realizada desde una perspectiva liberal en el caso del profesor (libertaria, como espectador, por lo que el análisis se enriquece). También me parece que se encuentra en la obra una reflexión sobre el conocimiento, utilizado como instrumento de poder, distanciado del educando, y no al servicio de la formación de las personas. Dentro de la pedagogía libertaria, se encuentra la intención de que educador y educando se vayan aproximando moral e intelectualmente y acaben poniéndose al mismo nivel, nunca levantar una barrera entre uno y otro como ocurre en esta obra.
En palabras de otro autor teatral como Harold Pinter, con el que Mamet ha tenido un estrecho contacto y reconoce su influencia, las palabras pronunciadas en esta obra son como "cuchillos que los personajes se lanzan permanentemente". Hay quien ha definido Oleanna como la obra más pinteriana de Mamet, ya que reúne algunas de las características habituales del dramaturgo británico, como ese uso del lenguaje como arma arrojadiza o la manera de hablar de los personajes, además de esconder una gran profundidad intelectual bajo la aparente simpleza argumental. En las diferentes interpretaciones que se pueden realizar se encuentra gran parte de la grandeza de la obra. No dejemos que nuestra lectura sea simplista, reconozcamos la imposibilidad de conocer de manera definitiva las motivaciones de los personajes, o nosotros mismos nos erigiremos en esos odiosos jueces presentes en la historia.
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