Contra el Dios Gobernador o Providencia
Lo que Faure sostiene con su primer argumento de esta serie es que no puede creerse al mismo tiempo en un creador perfecto y en un gobernador de las mismas características, ya que ambos seres se excluyen categóricamente. El universo, la obra de ese presunto creador, no es digna de alguien genial; en caso contrario, si la obra fuera perfecta, no sería necesaria la mano de un Gobernador. Si éste es necesario, no es más que un insulto lanzado al Creador, ya que su intervención significa el desconocimiento, la incapacidad y la impotencia del Creador. El Gobernador niega al Creador.
Faure dice, en su segundo argumento, que la multiplicidad de los dioses atestigua que no existe ninguno. Los cientos de religiones existentes reclaman para sí la Verdad, un Dios auténtico, único e indiscutible, bien diferenciado del resto, que serían dioses de pacotilla; cada religión, de esa manera, combate a las demás por falsas. Si existiera un Dios omnipotente, hubiera podido revelarse a todos por igual, mientras que la existencia de múltiples deidades demuestra que no existe ninguna. Los representantes del Dios verdadero aseguran que es el padre de todos y que todos somos igualmente amados, y sin embargo parece dirigirse solo a unos pocos privilegiados. La existencia de múltiples religiones revela que el Dios verdadero carece, bien de omnipotencia, bien de bondad para todos, o de ambas. El Dios de la tradición judeocristiana debería ser infinitamente poderoso e infinitamente justo, pero si le falta cualquiera de estos dos atributos, entonces no es perfecto. No siendo perfecto, no tiene razón de ser, por lo que no existe.
El tercer argumento señala que la existencia del infierno prueba que el Dios Gobernador o Providencia no es infinitamente misericordioso. Se razona que Dios podía, al ser libre, no crearnos, pero lo ha hecho; al ser todopoderoso, podía crearnos buenos, pero nos hizo buenos y malos; puesto que Dios es bueno, podía admitirnos a todos en su Paraíso después de nuestra muerte, limitándose el castigo a la existencia terrenal, en lugar de condenar eternamente. Obviamente, Dios no es infinitamente justo ni misericordioso, cuando no evita el más mínimo sufrimiento a sus creaciones. Lo demuestra la existencia del infierno, el padecimiento eterno, el cual no sabemos tampoco a quién beneficia. Si el beneficiado es Dios, artífice de esos sufrimientos de los malvados, entonces nos hallamos ante el más feroz e implacable inquisidor. La existencia de algo tan espantoso como el infierno es incompatible con un Dios bondadoso. O bien, el infierno no existe, o bien Dios no es infinitamente bueno. A propósito de este argumento de Faure, en el que también insistiría Bertrand Russell en Porque no soy cristiano, hay que recordar las palabras del Papa Juan Pablo II en las que aludía al infierno como un lugar más espiritual que material. Los juegos de palabras a los que nos tiene acostumbrados la Iglesia no quitan menos razón a considerar el infantil concepto del infierno, en la forma que fuere, una demostración, no solo de la falta de bondad del presunto Dios, sino también de la crueldad de la imaginación humana.
El problema del mal es el protagonista del cuarto argumento de Faure. Lo que se sostiene es que la existencia del mal es incompatible con la existencia de una Dios infinitamente poderoso e infinitamente justo. O bien, Dios es bueno y no puede suprimir el mal, por lo que no sería omnipotente, o bien Dios tiene la potestad de suprimir el mal, y no lo desea, por lo que no es infinitamente bueno. Naturalmente, se insiste en que los rasgos de omnipotencia y omnibenevolencia son necesarios para la existencia de Dios, por lo que se concluye que no existe al no cumplir los dos requisitos. Frente a las razones de los religiosos, sobre que el mal es obra del hombre y no de Dios, se recuerda que existen numerosas calamidades en las que el ser humano no interviene (lo que Faure denomina "mal físico", frente al "mal moral" producto del hombre). Sin embargo, a un Dios creador y gobernador, como responsable de la organización del mundo, se le pueden imputar todos los tipos de males.
Contra el Dios Justiciero
Según la hipótesis de Dios, el hombre es lo que Él ha querido que fuéramos, según su gusto y capricho. La vida del hombre está determinada por sus condiciones de vida, las cuales han sido establecidas por Dios. El hombre es, en definitiva, un esclavo de la divinidad y dependiente de ella, por lo que difícilmente se le puede achacar ninguna responsabilidad. Por lo tanto, no puede existir juicio, castigo ni recompensa, para alguien que no es verdadero responsable. Al erigirse en justiciero, Dios no es más que un usurpador que se apropia de un derecho arbitrario y lo emplea contra toda justicia. Hilvanando con el último argumento de la serie anterior, Faure considera que Dios es responsable de los dos tipos de males, el moral y el físico, y además es un juez indigno al culpar al hombre siendo irresponsable. Recordemos que estamos repasando los argumentos que contradicen la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente y omnibenevolente.
El segundo argumento de esta serie, y último de los doce, considera que Dios viola las reglas fundamentales de la equidad. Para concluir tal cosa, se admite por un instante que el hombre es responsable, pero situando esa responsabilidad dentro de los evidentes límites humanos. El mérito o la culpa que pueda tener el hombre, siempre limitada y contingente, no resulta acorde con la sanción y la recompensa, ya que ambas son eternas (cielo e infierno).
Faure, en su conclusión, invita a todo ser humano a que declare la guerra a esa idea de Dios que le mantiene sumiso. Esta tarea, solo puede realizarse a medias si no se combate igualmente a los que se han erigido dioses en el mundo terrenal, los que han doblegado y convertido en víctimas a su semejantes. El infierno, desgraciadamente, existe en vida para un gran número de seres humanos, por lo que urge desembararse de todo tirano, allá en el cielo y aquí en la tierra.
Lo que Faure sostiene con su primer argumento de esta serie es que no puede creerse al mismo tiempo en un creador perfecto y en un gobernador de las mismas características, ya que ambos seres se excluyen categóricamente. El universo, la obra de ese presunto creador, no es digna de alguien genial; en caso contrario, si la obra fuera perfecta, no sería necesaria la mano de un Gobernador. Si éste es necesario, no es más que un insulto lanzado al Creador, ya que su intervención significa el desconocimiento, la incapacidad y la impotencia del Creador. El Gobernador niega al Creador.
Faure dice, en su segundo argumento, que la multiplicidad de los dioses atestigua que no existe ninguno. Los cientos de religiones existentes reclaman para sí la Verdad, un Dios auténtico, único e indiscutible, bien diferenciado del resto, que serían dioses de pacotilla; cada religión, de esa manera, combate a las demás por falsas. Si existiera un Dios omnipotente, hubiera podido revelarse a todos por igual, mientras que la existencia de múltiples deidades demuestra que no existe ninguna. Los representantes del Dios verdadero aseguran que es el padre de todos y que todos somos igualmente amados, y sin embargo parece dirigirse solo a unos pocos privilegiados. La existencia de múltiples religiones revela que el Dios verdadero carece, bien de omnipotencia, bien de bondad para todos, o de ambas. El Dios de la tradición judeocristiana debería ser infinitamente poderoso e infinitamente justo, pero si le falta cualquiera de estos dos atributos, entonces no es perfecto. No siendo perfecto, no tiene razón de ser, por lo que no existe.
El tercer argumento señala que la existencia del infierno prueba que el Dios Gobernador o Providencia no es infinitamente misericordioso. Se razona que Dios podía, al ser libre, no crearnos, pero lo ha hecho; al ser todopoderoso, podía crearnos buenos, pero nos hizo buenos y malos; puesto que Dios es bueno, podía admitirnos a todos en su Paraíso después de nuestra muerte, limitándose el castigo a la existencia terrenal, en lugar de condenar eternamente. Obviamente, Dios no es infinitamente justo ni misericordioso, cuando no evita el más mínimo sufrimiento a sus creaciones. Lo demuestra la existencia del infierno, el padecimiento eterno, el cual no sabemos tampoco a quién beneficia. Si el beneficiado es Dios, artífice de esos sufrimientos de los malvados, entonces nos hallamos ante el más feroz e implacable inquisidor. La existencia de algo tan espantoso como el infierno es incompatible con un Dios bondadoso. O bien, el infierno no existe, o bien Dios no es infinitamente bueno. A propósito de este argumento de Faure, en el que también insistiría Bertrand Russell en Porque no soy cristiano, hay que recordar las palabras del Papa Juan Pablo II en las que aludía al infierno como un lugar más espiritual que material. Los juegos de palabras a los que nos tiene acostumbrados la Iglesia no quitan menos razón a considerar el infantil concepto del infierno, en la forma que fuere, una demostración, no solo de la falta de bondad del presunto Dios, sino también de la crueldad de la imaginación humana.
El problema del mal es el protagonista del cuarto argumento de Faure. Lo que se sostiene es que la existencia del mal es incompatible con la existencia de una Dios infinitamente poderoso e infinitamente justo. O bien, Dios es bueno y no puede suprimir el mal, por lo que no sería omnipotente, o bien Dios tiene la potestad de suprimir el mal, y no lo desea, por lo que no es infinitamente bueno. Naturalmente, se insiste en que los rasgos de omnipotencia y omnibenevolencia son necesarios para la existencia de Dios, por lo que se concluye que no existe al no cumplir los dos requisitos. Frente a las razones de los religiosos, sobre que el mal es obra del hombre y no de Dios, se recuerda que existen numerosas calamidades en las que el ser humano no interviene (lo que Faure denomina "mal físico", frente al "mal moral" producto del hombre). Sin embargo, a un Dios creador y gobernador, como responsable de la organización del mundo, se le pueden imputar todos los tipos de males.
Contra el Dios Justiciero
Según la hipótesis de Dios, el hombre es lo que Él ha querido que fuéramos, según su gusto y capricho. La vida del hombre está determinada por sus condiciones de vida, las cuales han sido establecidas por Dios. El hombre es, en definitiva, un esclavo de la divinidad y dependiente de ella, por lo que difícilmente se le puede achacar ninguna responsabilidad. Por lo tanto, no puede existir juicio, castigo ni recompensa, para alguien que no es verdadero responsable. Al erigirse en justiciero, Dios no es más que un usurpador que se apropia de un derecho arbitrario y lo emplea contra toda justicia. Hilvanando con el último argumento de la serie anterior, Faure considera que Dios es responsable de los dos tipos de males, el moral y el físico, y además es un juez indigno al culpar al hombre siendo irresponsable. Recordemos que estamos repasando los argumentos que contradicen la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente y omnibenevolente.
El segundo argumento de esta serie, y último de los doce, considera que Dios viola las reglas fundamentales de la equidad. Para concluir tal cosa, se admite por un instante que el hombre es responsable, pero situando esa responsabilidad dentro de los evidentes límites humanos. El mérito o la culpa que pueda tener el hombre, siempre limitada y contingente, no resulta acorde con la sanción y la recompensa, ya que ambas son eternas (cielo e infierno).
Faure, en su conclusión, invita a todo ser humano a que declare la guerra a esa idea de Dios que le mantiene sumiso. Esta tarea, solo puede realizarse a medias si no se combate igualmente a los que se han erigido dioses en el mundo terrenal, los que han doblegado y convertido en víctimas a su semejantes. El infierno, desgraciadamente, existe en vida para un gran número de seres humanos, por lo que urge desembararse de todo tirano, allá en el cielo y aquí en la tierra.
1 comentario:
Articulos muy pertinentes, estos ultimos, ante la invasion que estais sufriendo estos dias, en Madrid, de lo mas rancio del catolicismo mundial.
Da mucha pena ¿verdad?, ver a tantos jovenes en una actitud de cuasi adoracion ( que yo calificaria de autentica idolatria ),hacia este anciano, autentico martillo de herejes en el pasado y entonces y ahora, miserable encubridor de pederastas.
Me hubiera gustado estar en Madrid ayer, para participar en la manifestacion contra esta visita. De corazon estuve....
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