lunes, 15 de agosto de 2011

Las doces pruebas de Faure

Para quien no tenga bastante, en cuestiones ateas, con el pensamiento de Bakunin y con otros autores coetáneos, existe un texto primordial del anarquista francés Sébastien Faure (publicado la primera vez, creo, en 1926). Para un ácrata, la idea de Dios representa a la autoridad suprema y es su deber, creo que ineludible, combatir su implantanción en las mentes para así socavar las bases de una sociedad conservadora. Recordaremos la frase de Antonio López Campillo, en el prólogo de este texto llamado Doce pruebas que demuestra la no existencia de Dios (Editorial La Máscara, 1999, Colección Malditos heterodoxos!): "La ciencia moderna no puede probar la existencia ni la existencia de Dios. Lo que sí demuestra, de un modo fehaciente, es que Dios es un concepto inútil como justificación de las cosas del Cosmos".

Faure ordena sus razones en tres grupos: se ocupa, en primer lugar, del Dios creador, dando seis argumentos en contra; en segundo lugar, toma protagonismo el Dios-Gobernador o Providencia, aportando cuatro argumentos, y en último lugar, el objeto de su repulsa es el Dios-Justiciero o Magistrado, con los argumentos resultantes. Todos ellos forman el título del texto: Doce pruebas de la inexistencia de Dios. Voy a ocuparme en la entrada de hoy, de los seis primeros argumentos. En un futuro, hablaré del resto de la obra y de algunos análisis más modernos.

Contra el Dios creador
La acción "crear" es imposible. Hay que recordar que "crear", a diferencia de "construir", "elaborar", "fabricar" o "componer", es obtener algo de la nada: formar lo inexistente de lo inexistente. Para Faure, no hay una persona dotada con un mínimo de razón que conciba cómo de la nada puede hacerse alguna cosa. Se recuerda el conocido aforismo, ex nihilo nihil fit (de la nada, nada adviene), perteneciente al pensamiento griego, en contraste con la posterior teología cristiana. Por lo tanto, crear es un absurdo, imposible de admitir para una mente que renuncie a lo místico-religioso, que trate de seguir haciéndose preguntas y que no substituya su ignorancia con el misterio. La razón rechaza la hipótesis de un Ser verdaderamente creador.

El Espíritu puro no puede determinar el universo. Lo que Faure quiere decir es que, aunque un creyente admita la posibilidad de la creación anteriormente negada, es imposible que lo inmaterial (el espíritu puro) haya creado lo material. Las razones de esa imposibilidad son que el Espíritu puro se diferencia del universo cualitativamente, por su diferente naturaleza, un abismo infranqueable existe entre ellos. La pregunta es dónde estaba la materia en el origen, con dos posibles respuestas que niegan la creación. Si estaba fuera de Dios, no hubo entonces acto creador, ya que ambos coexistían. Si formaba parte de Dios, es que éste llevaba ya en sí una partícula de materia, por lo que no es el Espíritu puro, ni existió tampoco acto de creación.

Lo perfecto no puede producir lo imperfecto. De nuevo nos encontramos con un gran abismo entre dos conceptos, lo perfecto y lo imperfecto, con una diferencia de calidad y de naturaleza, y con una evidente oposición. No se puede establecer una relación causal entre lo perfecto (lo absoluto) y lo imperfecto (lo relativo, lo contingente), por lo que es imposible una determinación entre ambos. Por mucha belleza que haya en el universo, nadie dirá que es perfecto, por lo que el Dios de los creyentes (presunto creador) tampoco será perfecto. La conclusión es que, o bien Dios no existe, o bien no es el creador, o bien no es perfecto.

El ser eterno, activo y necesario, no pudo estar inactivo o ser innecesario. Faure niega que un ser con esas características pueda haber creado, ya que la idea de creación implica la idea de principio y de origen. Por lo tanto, o bien Dios no fue eternamente activo ni necesario, llegando a serlo solo por la creación, siendo entonces un Dios incompleto, o bien Dios es eternamente activo y necesario, siendo la creación eterna y confundiéndose con el mismo Dios. En esté último caso, el universo no ha tenido principio alguno, ni habría sido creado. En este galimatías, solo hay dos posibilidades: Dios no era antes de la creación ni activo ni necesario, o Dios, siendo eternamente activo y necesario, en realidad no pudo haber creado.

El ser inmutable no pudo haber creado. A diferencia de la naturaleza, el Dios de los creyentes no se modifica ni se transforma ni se metamorfosea. Faure sostiene que un Dios creador no es inmutable, ya que ha cambiado dos veces. Determinarse a querer es cambiar, existe un cambio evidente entre el ser que desea una cosa y el que posteriormente la pone en ejecución (el deseo de querer es ya una modificación, como lo es la acción o determinación). Si Dios ha cambiado dos veces, no es inmutable; si no es inmutable, no existe tal Dios.

Dios no puedo haber creado sin motivos: mas es imposible encontrar uno. De cualquier modo que se observe, la Creación es inexplicable, enigmática, falta de sentido. Lo que es evidente es que si hay un Dios creador, es imposible que realizara tan grandioso acto sin estar determinado por una razón de primer orden. No hay respuesta plausible ni sensata a la pregunta sobre los motivos de ese Dios creador. La respuesta que darán teólogos y pensadores religiosos solo puede ser: "Los misterios de Dios son impenetrables". En caso contrario, supone la ruina de la religión y el derrumbamiento de Dios, el aceptar que no hay un propósito en la creación. Faure recuerda que un hombre sano conoce siempre los móviles que le han impulsado, como sabe que las consecuencias de sus actos afectan gravemente a su responsabilidad. Aunque no siempre el ser humano puede enorgullecerse de las causas que le han motivado, aunque esas mismas causas a menudo le avergüencen, llega un momento en que es capaz de descubrirlas. Alguien demente, que ha perdido la razón, no puede indagar en el porqué de sus actos, la explicación es vaga e incoherente. Si no podemos indagar en los propósitos de un Dios que ha creado el universo, tal vez sea obra de un loco. O tal vez, Dios no exista.

Faure no se conforma con estos argumentos, y propone dos objeciones contra los teístas y espiritualistas (previendo las respuestas de éstos, al afirmar lo incognoscible de su concepto divino o su insistencia en la llamada Primera Causa) dentro de este apartado contra un Dios creador. La primera objeción es obvia: tan limitados y mortales somos los ateos, como lo son los creyentes; de esa manera, unos niegan ante lo incomprensible, y otros denominan Dios a su ignorancia. En conocida frase del propio Faure: "Cesad de afirmar y yo cesaré de negar". La segunda objeción se basa en la siguiente afirmación: "No hay efecto sin causa: el universo es un efecto, y como no hay efecto sin causa, esta causa es Dios". Faure recuerda que estamos ante un silogismo, un argumento compuesto de tres proposiciones: la mayor, la menor y la consecuencia. Naturalmente, para que un silogismo sea intachable necesita que la mayor y la menor sea exactas, y que la tercera proposición, la consecuencia, proceda de las dos primeras. La primera proposición mayor es "No hay efecto sin causa", la cual es verdadera, ya que el efecto es una prolongación de la causa, el fin de la misma. La segunda proposición menor es "El universo es un efecto", para lo cual Faure solicita explicaciones sobre afirmación tan categórica (de qué fenómenos hablamos, cuáles son las constataciones...), además de señalar nuestra profunda ignorancia sobre el propio universo. El universo es un conjunto de una complejidad increíble, en el que solo pueden intuirse una concatenación colosal de causas y de efectos que se determinan, se encadenan, se suceden y se repiten. Ante esa cadena de incontables eslabones, los cuales cada uno suponen una causa y un efecto por sí mismos, nadie puede hablar de un solo efecto. La segunda proposición, por lo tanto, adolece de falta de exactitud y el silogismo no vale nada.

A pesar de ello, aunque aceptáramos que esa proposición segunda fuera verdadera, habría que establecer todavía que la conclusión fuera aceptable. Esto es, aceptar que el universo es el efecto de una causa única, de la causa primera, de una causa sin causa, de una causa eterna, algo que no por deseado es posible demostrar de manera seria. Incluso, aceptando que el silogismo fuera correcto, y dirigida esta vez la crítica contra los deístas, se niega tal posibilidad volviendo a un argumento anterior. Se acepta que todo efecto tiene una causa, como al contrario, por lo que la causa no es nada sin el efecto. Se deduce que la causa (Dios), siendo eterna, ha dado lugar a un efecto también eterno, ya que en caso contrario hubiera habido una etapa en la que la causa no tiene efecto (por lo que la causa, Dios, no sería nada). Si concluimos que el universo es también eterno, entendemos que no ha tenido nunca principio, por lo que resulta que no ha habido creación alguna. Uf, no sé si está la cosa clara, es lo que tienen los misterios de la religión.

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