Como
es sabido, Kropotkin fue geógrafo de profesión. Destacó, en ese
aspecto, por los descubrimientos efectuados en el curso de dos
expediciones en Siberia y Manchuria (1864), y en Finlandia y Suecia.
Como gran interesado en cuestiones políticas y sociales, con 25 años se
afilió en Suiza a la Primera Asociación Internacional de los
Trabajadores como defensora de los principios socialistas, aunque su
adhesión al anarquismo le obligó a finalmente abandonarla y acabaría
convirtiéndose en un gran filósofo, en un meticuloso investigador y en
uno de los pensadores libertarios más representativos. Nacido en 1842,
en el seno de uno noble y rica familia, pasó su infancia en Moscú y en
el campo. Si sus primeros años fueron los de un aristócrata, llegando a
ser paje del emperador, terminaría teniendo un vida agitada y
aventurera: fue oficial del ejército, estudiante revolucionario,
escritor sin recursos, explorador en tierras desconocidas, secretario de
sociedades científicas, revolucionario perseguido... En 1874, fue
encarcelado en Rusia para fugarse de modo espectacular dos años más
tarde y trasladarse a Londres y luego a Suiza. En el país helvético,
publicó Le Révolté desde 1878 hasta 1881, uno de los órganos
anarquistas más importantes de todos los tiempos. De Suiza sería
expulsado, tras la muerte en 1881 de Alejandro II, para pasar a Francia,
donde fue encarcelado como miembro de la Internacional; al cabo de tres
años, fue amnistiado gracias a una gran campaña de agitación a su favor
extendida por toda Europa. De ahí pasó a Inglaterra, viviendo muy
modestamente cerca de Londres, aunque con un fuerte compromiso con el
anarquismo y con la ciencia, colaborando en diversas publicaciones; creó
el periódico Freedom, que se convertiría en el órgano del anarquismo
inglés. Cuando se produjo la Revolución Rusa, Kropotkin contaba ya con
75 años y en ese momento retornó a su país. Sus críticas al gobierno
bolchevique hicieron que le apartaran de toda actividad política, aunque
sería honrado como "viejo revolucionario".
En palabras de su propia hija Sacha, su padre guardó un sorprendente silencio en sus últimos tres años debido, tanto a considerar inevitable una evolución de los hechos revolucionarios ajena a toda dirección humana, como a la difícil aprobación de las medidas que se estaban implantando en Rusia, pero también al temor de que los enemigos del progreso pudieran instrumentalizar las críticas. No obstante, existe numeroso material de Kropotkin, en su mayoría cartas dirigidas a los dirigentes bolcheviques, como el propio Lenin, en la que se critican diversos actos del gobierno y excesos que abren el camino a la reacción. Nada de ello fue publicado en su momento al estar a prensa controlada por el gobierno; la editorial anarquista dirigida por el grupo Golos Truda (La voz del trabajo), en la que el propio Kropotkin no quiso publicar sus críticas temiendo que fuera cerrada y sus miembros encarcelados, sería clausurada finalmente en 1921 bajo orden gubernamental, tras la muerte del viejo anarquista ruso y a pesar de las promesas en sentido contrario; casi todo su material sería destruido (se había encargado de publicar prácticamente todas las obras de Kropotkin). En la notas que publicó su hija tras su muerte, puede leerse que Kropotkin consideraba aquella Revolución, no como la suma de todos los esfuerzos individuales, sino como una especie de fenómeno natural, determinado por numerosas causas previas, que acabará renovando o destruyendo (o ambas cosas a la vez). Por ello, el propio Kropotkin se veía impotente ante este fenómeno que tomaba falsas directrices y una orientación nefasta, al igual que muchos otros hombres. Forzado a un ostracismo en sus últimos años, solo pudo ver como se entronizaba brutalmente el autoritarismo y se exterminaba toda militancia anarquista.
Como
bien sabe cualquier anarquista, la Revolución Rusa tomó cauces ajenos
al pensamiento de Kropotkin. En el mismo, influido por diversas
corrientes, encontramos ya al anarquismo del siglo XIX con sus poderosas
señas de identidad: igualitarismo, justicia social, libertad individual
frente a toda autoridad para desarrollar todo lo posible la
personalidad del ser humano. Puede decirse que la ideas de Kropotkin
son, sobre todo, éticas, en las que la evolución es también muy
importante, y ahí llegamos al concepto de "apoyo mutuo". Gracias a una
comunicación del zoólogo Kessler en 1880, según la cual junto a la ley
de Darwin de la lucha por la supervivencia del más apto existe otra ley
de apoyo mutuo entre los miembros de la misma especie, Kropotkin
desarrollaría dicho concepto y lo extendería también a la sociedad
humana. Según esta noción, el hombre deja de combatir a sus semejantes
cuando abandona ciertos impulsos básicos o cuando no se ve empujado por
circunstancias históricas, como la coacción del Estado o de otros grupo
sociales. Kropotkin observaba una cierta necesidad histórica en el
progreso hacia una perfección de la idea de "apoyo mutuo", en la que
podemos ver un excesivo optimismo sobre la naturaleza humana, algo ya
criticado por otros pensadores anarquistas como Malatesta en aras de
preservar la libertad y voluntad del ser humano. En ese sentido, si
podemos ver a Kropotkin muy influido por el cientifismo de su época, en
posteriores visiones ácratas vemos la sociedad anarquista como una
aspiración del ser humano y no como una necesidad histórica. A pesar de
ello, la obra de Kropotkin El apoyo mutuo, sustentada en las
ciencias naturales y en datos históricos, es fundamental, mejor valorada
incluso con el paso del tiempo. En 1921, moriría este gran pensador
dejando inconclusa una de sus monumentales obras: Ética.
La obra de Kropotkin es, indudablemente, de gran valor. Títulos como La conquista del pan o Campos, fábricas y talleres merecen ser publicadas, releídas y revitalizadas. No obstante, existen muchos aspectos de las mismas que hay que contextualizar en su momento (como, por otra parte, hay que realizar con cualquier autor) y, al mismo tiempo, observar los enormes cambios que se han producido desde entonces en tantos aspectos de la sociedad, la política y la economía. El anarquismo, y puede que no todo el mundo esté de acuerdo en esto, no es determinista en ningún aspecto, ni posee una confianza exacerbada en el progreso ni en una supuesta naturaleza benévola del ser humano. Lo valioso del pensamiento y la obra de Kropotkin son sus valores, plenamente reivindicables en un mundo que, a pesar de sus cambios, sigue teniendo los mismos problemas para los que los viejos anarquistas buscaban soluciones.
En palabras de su propia hija Sacha, su padre guardó un sorprendente silencio en sus últimos tres años debido, tanto a considerar inevitable una evolución de los hechos revolucionarios ajena a toda dirección humana, como a la difícil aprobación de las medidas que se estaban implantando en Rusia, pero también al temor de que los enemigos del progreso pudieran instrumentalizar las críticas. No obstante, existe numeroso material de Kropotkin, en su mayoría cartas dirigidas a los dirigentes bolcheviques, como el propio Lenin, en la que se critican diversos actos del gobierno y excesos que abren el camino a la reacción. Nada de ello fue publicado en su momento al estar a prensa controlada por el gobierno; la editorial anarquista dirigida por el grupo Golos Truda (La voz del trabajo), en la que el propio Kropotkin no quiso publicar sus críticas temiendo que fuera cerrada y sus miembros encarcelados, sería clausurada finalmente en 1921 bajo orden gubernamental, tras la muerte del viejo anarquista ruso y a pesar de las promesas en sentido contrario; casi todo su material sería destruido (se había encargado de publicar prácticamente todas las obras de Kropotkin). En la notas que publicó su hija tras su muerte, puede leerse que Kropotkin consideraba aquella Revolución, no como la suma de todos los esfuerzos individuales, sino como una especie de fenómeno natural, determinado por numerosas causas previas, que acabará renovando o destruyendo (o ambas cosas a la vez). Por ello, el propio Kropotkin se veía impotente ante este fenómeno que tomaba falsas directrices y una orientación nefasta, al igual que muchos otros hombres. Forzado a un ostracismo en sus últimos años, solo pudo ver como se entronizaba brutalmente el autoritarismo y se exterminaba toda militancia anarquista.
Funeral de Kropotkin, al que acudieron numerosos anarquistas encarcelados por el régimen bolchevique. |
La obra de Kropotkin es, indudablemente, de gran valor. Títulos como La conquista del pan o Campos, fábricas y talleres merecen ser publicadas, releídas y revitalizadas. No obstante, existen muchos aspectos de las mismas que hay que contextualizar en su momento (como, por otra parte, hay que realizar con cualquier autor) y, al mismo tiempo, observar los enormes cambios que se han producido desde entonces en tantos aspectos de la sociedad, la política y la economía. El anarquismo, y puede que no todo el mundo esté de acuerdo en esto, no es determinista en ningún aspecto, ni posee una confianza exacerbada en el progreso ni en una supuesta naturaleza benévola del ser humano. Lo valioso del pensamiento y la obra de Kropotkin son sus valores, plenamente reivindicables en un mundo que, a pesar de sus cambios, sigue teniendo los mismos problemas para los que los viejos anarquistas buscaban soluciones.
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