Bakunin consideraba que en toda religión con una teología suficientemente desarrollada, con la posible excepción del budismo, establecida en parte como una religión atea, Dios aparece como un ser supremo, eterno y predeterminante, el cual contiene en sí mismo el pensamiento y la voluntad creadora anteriores a toda existencia. Este supuesto Dios no se encontraría en el universo real, al alcance del conocimiento humano. El anarquista ruso consideraba que, al no poder encontrarle en el exterior, el hombre terminó por buscar a Dios en el interior de sí mismo; la manera de buscarle fue despreciando todas las cosas reales y vivientes, y todos los mundos visibles y conocidos. Tal y como lo expresaba Bakunin, el hombre al término de este viaje solo se descubre a sí mismo, despojado de todo contenido y de todo movimiento, convertido en una abstracción, en un ser inmóvil y vacío. Sería un no-ser absoluto, pero la fantasía religiosa lo ha denominado el ser supremo, Dios.
El hombre se condujo a esta abstracción debido a la diferencia que estableció, e incluso también conflicto, entre cuerpo y alma (entendiendo ésta en realidad como el pensamiento y la voluntad). Bakunin, por supuesto, entendía que el "alma" era solo el producto o expresión última del organismo humano, algo que no comprendió el hombre religioso. Éste, quería observar que el cuerpo obedecía siempre a las sugestiones del pensamiento y la voluntad, por lo que su facultad de abstracción los convirtió en el alma del universo entero (en Dios). Así, un Dios universal, externo e inmutable, generado por la imaginación religiosa y por la facultad abstractiva del hombre, se instaló por primera vez en la historia. En el siguiente paso, el hombre fue sucesivamente incapaz de reconocerse en su propia creación y empezó a adorar a ese supuesto Dios. Así, se invirtieron los papeles, la cosa creada se transformó en creador, y el hombre ocupó su lugar entre las demás criaturas miserables.
Bakunin pensaba que el desarrollo posterior de las teología, una vez que se instaló Dios, se explica como reflejo del desarrollo histórico de la humanidad. Si la idea de un ser sobrenatural y supremo se instala en la imaginación humana, y toma posesión de ella convirtiéndose en una convicción hasta el punto de parecerle al hombre más real que las cosas producto de su experiencia, también se convierte en algo natural que esta idea sea la base primordial de toda experiencia humana. Enseguida, el "ser supremo" se convirtió en dueño absoluto, y el pensamiento y la voluntad pasaron a ser la fuente universal. Nada podía ya rivalizar con esta idea y todo se desvanecería ante su presencia (incluido el hombre), ya que la verdad con mayúsculas estaba en Dios. A pesar de todo, Bakunin quería observar la lógica en este proceso, para comprender por qué Dios se había convertido en un ser supremo, omnipotente y absoluto; en caso contrario, Dios no podría existir de modo alguno.
El hombre atribuyó a Dios todas las cualidades, potencias y virtudes que acababa descubriendo en sí mismo. Como ese ser supremo es solo una abstracción, sin ningún contenido real, solo se llena y enriquece con las realidades del mundo existente, apareciendo ante la imaginación religiosa como el gran señor y el gran maestro. En una definición nada delicada, Bakunin definía a la divindad como el saqueador absoluto; lo que definía a la religión era el antropomorfismo, y el cielo solo suponía un reflejo, invertido y engrandecido, de la visión del creyente. El cometido de la religión sería entonces arrebatar al mundo terrenal sus riquezas y fuerzas naturales para transferirlas al mundo celestial y transmutarlas en tantos seres o atributos divinos. En este proceso transformador, se cambia también la naturaleza de esos poderes y cualidades, se falsifican y se corrompen adquiriendo una dirección opuesta a su tendencia original.
La razón, el organo que tiene el ser humano para discernir lo correcto, se convierte en razón divina, deja de ser inteligible y se impone a los creyentes apelando a lo absurdo. El respeto al cielo y la divinidad se convierten en desprecio al hombre y al mundo terrenal. El amor humano, la gran solidaridad universal que tiene que vincular a todos los pueblos del mundo, se transforma en amor divino y caridad religiosa, convirtiéndose en una tremenda aflicción para la humanidad. Como ejemplo, la religión es uno de los máximos responsables del enfrentamiento entre los seres humanos y de la gran cantidad de sangre derramada a lo largo de la historia. La justicia, que debería ser la que garantice la igualdad, al ser transportada en tiempos de la fantasía religiosa hacia terrenos celestiales, regresa a la tierra en forma de gracia divina, la cual suele ser cómplice del más fuerte y asegura los privilegios. Por supuesto, Bakunin no era simplista, hablaba de cierta necesidad histórica de la religión y no la consideraba un mal absoluto dentro de la historia. Habría sido un primer despertar de la razón humana como sinrazón divina, un primer destello de la verdad humana a través del velo divino de la falsedad. En la línea de lo que consideran pensadores ateos actuales, como Gonzalo Puente Ojea, el nacimiento de la religiosidad habría sido producto histórico de una distorsión de la razón.
La religión habría sido también el primer paso de la humanidad para emerger desde la bestialidad, aunque deberá desprenderse de ella para potenciar lo humano y conquistar la razón y la libertad. El cristianismo es considerado la religión por excelencia, ya que muestra claramente la esclavitud y degradación de la humanidad en beneficio de la divinidad. Esto era lo que Bakunin consideraba el principio supremo de toda religión, y también de toda escuela metafísica, deísta o panteísta. Además, al ser el hombre incapaz por sí solo de encontrar el camino hacia la verdad y la justicia, se recibe como una revelación del más allá y se genera una clase intermediaria elegida y enviada supuestamente por la gracia divina. Se produce, por lo tanto, también una jerarquía terrenal y los hombre, además de esclavos de Dios, pasan a ser esclavos de la Iglesia y del Estado. El epítome de toda esta visión es la Iglesia Católica Romana, la cual la ha extendido y proclamado con vehemencia absoluta.
No habría que hace la más mínima concesión a la teología, si de verdad amamos la libertad; para Bakunin, amar a Dios es renunciar a la libertad y a la dignidad humana. Además, la religión se ha mostrado históricamente, siempre, al lado de la tiranía; incluso, aquellos sacerdotes perseguidos que se enfrentaban al poder establecido, no tardaban demasiado en imponer una nueva obediencia y en establecer los fundamentos de una nueva tiranía. La religión, como proclamadora de la costumbre, de la paciencia, la resignación y la sumisión, es habitual aliada de todo Estado, incluso aunque sus gobernantes aseguren no ser metafísicos, teólogos o deístas, ni tampoco ser creyentes. Bakunin creía fírmemente que la influencia religiosa era un obstáculo para la emancipación humana y social; las energías laborales y la razón, instrumentos esenciales para la liberación, son mitigados por causa de la religión. El trabajo, en el que había que volcar todo esfuerzo liberador, se convierte así en una maldición o en un castigo merecido, mientras el ocio queda reservado a la divinidad. Para el anarquista ruso, la manera de combatir la religión, y preservar así la libertad, sería mediante la razón, la ciencia y el socialismo. Por sí sola, la propaganda del libre pensamiento, aunque muy útil, no podrá acabar con la superstición religiosa; es necesario que las personas adquieran una existencia digna, para evitar que tengan la necesidad de entrar en una iglesia (o en una taberna, con la cual Bakunin realizaba cierta analogía). La revolución social puede y debe otorgar esa existencia a la humanidad.
El hombre se condujo a esta abstracción debido a la diferencia que estableció, e incluso también conflicto, entre cuerpo y alma (entendiendo ésta en realidad como el pensamiento y la voluntad). Bakunin, por supuesto, entendía que el "alma" era solo el producto o expresión última del organismo humano, algo que no comprendió el hombre religioso. Éste, quería observar que el cuerpo obedecía siempre a las sugestiones del pensamiento y la voluntad, por lo que su facultad de abstracción los convirtió en el alma del universo entero (en Dios). Así, un Dios universal, externo e inmutable, generado por la imaginación religiosa y por la facultad abstractiva del hombre, se instaló por primera vez en la historia. En el siguiente paso, el hombre fue sucesivamente incapaz de reconocerse en su propia creación y empezó a adorar a ese supuesto Dios. Así, se invirtieron los papeles, la cosa creada se transformó en creador, y el hombre ocupó su lugar entre las demás criaturas miserables.
Bakunin pensaba que el desarrollo posterior de las teología, una vez que se instaló Dios, se explica como reflejo del desarrollo histórico de la humanidad. Si la idea de un ser sobrenatural y supremo se instala en la imaginación humana, y toma posesión de ella convirtiéndose en una convicción hasta el punto de parecerle al hombre más real que las cosas producto de su experiencia, también se convierte en algo natural que esta idea sea la base primordial de toda experiencia humana. Enseguida, el "ser supremo" se convirtió en dueño absoluto, y el pensamiento y la voluntad pasaron a ser la fuente universal. Nada podía ya rivalizar con esta idea y todo se desvanecería ante su presencia (incluido el hombre), ya que la verdad con mayúsculas estaba en Dios. A pesar de todo, Bakunin quería observar la lógica en este proceso, para comprender por qué Dios se había convertido en un ser supremo, omnipotente y absoluto; en caso contrario, Dios no podría existir de modo alguno.
El hombre atribuyó a Dios todas las cualidades, potencias y virtudes que acababa descubriendo en sí mismo. Como ese ser supremo es solo una abstracción, sin ningún contenido real, solo se llena y enriquece con las realidades del mundo existente, apareciendo ante la imaginación religiosa como el gran señor y el gran maestro. En una definición nada delicada, Bakunin definía a la divindad como el saqueador absoluto; lo que definía a la religión era el antropomorfismo, y el cielo solo suponía un reflejo, invertido y engrandecido, de la visión del creyente. El cometido de la religión sería entonces arrebatar al mundo terrenal sus riquezas y fuerzas naturales para transferirlas al mundo celestial y transmutarlas en tantos seres o atributos divinos. En este proceso transformador, se cambia también la naturaleza de esos poderes y cualidades, se falsifican y se corrompen adquiriendo una dirección opuesta a su tendencia original.
La razón, el organo que tiene el ser humano para discernir lo correcto, se convierte en razón divina, deja de ser inteligible y se impone a los creyentes apelando a lo absurdo. El respeto al cielo y la divinidad se convierten en desprecio al hombre y al mundo terrenal. El amor humano, la gran solidaridad universal que tiene que vincular a todos los pueblos del mundo, se transforma en amor divino y caridad religiosa, convirtiéndose en una tremenda aflicción para la humanidad. Como ejemplo, la religión es uno de los máximos responsables del enfrentamiento entre los seres humanos y de la gran cantidad de sangre derramada a lo largo de la historia. La justicia, que debería ser la que garantice la igualdad, al ser transportada en tiempos de la fantasía religiosa hacia terrenos celestiales, regresa a la tierra en forma de gracia divina, la cual suele ser cómplice del más fuerte y asegura los privilegios. Por supuesto, Bakunin no era simplista, hablaba de cierta necesidad histórica de la religión y no la consideraba un mal absoluto dentro de la historia. Habría sido un primer despertar de la razón humana como sinrazón divina, un primer destello de la verdad humana a través del velo divino de la falsedad. En la línea de lo que consideran pensadores ateos actuales, como Gonzalo Puente Ojea, el nacimiento de la religiosidad habría sido producto histórico de una distorsión de la razón.
La religión habría sido también el primer paso de la humanidad para emerger desde la bestialidad, aunque deberá desprenderse de ella para potenciar lo humano y conquistar la razón y la libertad. El cristianismo es considerado la religión por excelencia, ya que muestra claramente la esclavitud y degradación de la humanidad en beneficio de la divinidad. Esto era lo que Bakunin consideraba el principio supremo de toda religión, y también de toda escuela metafísica, deísta o panteísta. Además, al ser el hombre incapaz por sí solo de encontrar el camino hacia la verdad y la justicia, se recibe como una revelación del más allá y se genera una clase intermediaria elegida y enviada supuestamente por la gracia divina. Se produce, por lo tanto, también una jerarquía terrenal y los hombre, además de esclavos de Dios, pasan a ser esclavos de la Iglesia y del Estado. El epítome de toda esta visión es la Iglesia Católica Romana, la cual la ha extendido y proclamado con vehemencia absoluta.
No habría que hace la más mínima concesión a la teología, si de verdad amamos la libertad; para Bakunin, amar a Dios es renunciar a la libertad y a la dignidad humana. Además, la religión se ha mostrado históricamente, siempre, al lado de la tiranía; incluso, aquellos sacerdotes perseguidos que se enfrentaban al poder establecido, no tardaban demasiado en imponer una nueva obediencia y en establecer los fundamentos de una nueva tiranía. La religión, como proclamadora de la costumbre, de la paciencia, la resignación y la sumisión, es habitual aliada de todo Estado, incluso aunque sus gobernantes aseguren no ser metafísicos, teólogos o deístas, ni tampoco ser creyentes. Bakunin creía fírmemente que la influencia religiosa era un obstáculo para la emancipación humana y social; las energías laborales y la razón, instrumentos esenciales para la liberación, son mitigados por causa de la religión. El trabajo, en el que había que volcar todo esfuerzo liberador, se convierte así en una maldición o en un castigo merecido, mientras el ocio queda reservado a la divinidad. Para el anarquista ruso, la manera de combatir la religión, y preservar así la libertad, sería mediante la razón, la ciencia y el socialismo. Por sí sola, la propaganda del libre pensamiento, aunque muy útil, no podrá acabar con la superstición religiosa; es necesario que las personas adquieran una existencia digna, para evitar que tengan la necesidad de entrar en una iglesia (o en una taberna, con la cual Bakunin realizaba cierta analogía). La revolución social puede y debe otorgar esa existencia a la humanidad.
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