Es recurrente decir, aunque me gustaría que lo demostráramos más a menudo si cabe, que si hemos adoptado el ideal libertario es porque no deseamos coaccionar a nadie a pensar ni a actuar de un determinado modo. Naturalmente, con todo lo dificultoso que resulta la práctica real de esa idea, al menos hay que pensar, desear y actuar en lo posible de modo antiautoritario. Como Tomás Ibáñez afirma (Actualidad del anarquismo, Buenos Aires, Libros de Anarres 2007), tal vez somos grandes egoístas al abrazar el anarquismo, ya que no deseamos una sociedad que nos obligue a nosotros mismos. "Los libertarios no deseamos forzar la conversión de nadie a nuestras ideas", es algo que me gusta exhibir sobre cualquier otra propaganda (¡sí, profesor Ibáñez, la seguimos haciendo con ahínco!), pero precisamente por eso queremos una sociedad sin coacción alguna. Por supuesto que este propósito implica multitud de posibilidades, de índole social, económica o política. Si pretendiéramos imponer una verdad y unos valores, con mayúsculas, caeríamos en lo mismo que tantos otros grupos políticos. La posibilidad de una revolución está, y debe estar, siempre presente, y el faro que la tiene que guiar es acabar con toda imposición autoritaria en todo momento y en todo lugar. El garante de la convivencia social, según la visión libertaria, es la ausencia de la coacción, y siempre tratando de que predomine la solidaridad frente a cualquier otro factor.
En este sentido, el qué hacer como libertarios ha dado lugar a múltiples discusiones. Los lugares comunes, en las que las acusaciones de "reformistas" u "ortodoxos" no hacen más que bloquear alguna posibilidad de ampliar el horizonte libertario, ya cansan bastante. Resulta imprescindible, a mi modo de ver las cosas, reforzar un movimiento libertario (ahora, lo que entendemos por esto sí que puede dar lugar a cierta polémica; tal vez, muchas veces es incluso deseable la existencia de una especie de anarquismo "difuso", que deje a un lado el afán organizativo o que actúe como permanente contrapeso), con una reivindicación de la historia, de las praxis y de la forma de entender los valores. No obstante, y valga como ejemplo todo lo que está ocurriendo este año 2011 en el llamado movimiento 15-M, hay que reforzar también los rasgos libertarios (con especial emotividad, me gusta recordar el antiautoritarismo, la erradicación de la violencia y el deseo de dar voz a todas las personas) ya presentes en esos movimientos de masas. Yo he hecho del anarquismo algo importante en mi vida, y cada vez me apasiona más la posibilidad de una sociedad sin coacción alguna, por lo que deseo formar parte de esa (poderosa, deseamos) corriente de opinión que la propicie una y otra vez dejando a un lado los numerosos prejuicios (y, por lo tanto, coacciones) que nos dirigen hacia otro lado. Me resulta impensable perder el tiempo con deseos maximalistas (¡una gran revolución social que solventará todos los problemas!, aunque la deseo cada día), pensar en términos de todo o nada, lo cual conduce no pocas veces a un estrecho horizonte.
Las ideas libertarias, así expresadas a priori como una forma de no imponer a nadie una forma de vida ni de pensamiento, deben hacerse atractivas a un gran número de personas. Naturalmente, muchas otras abogarán por sus grandes verdades instituidas (o con su propio deseo de ser instituidas), algo que choca frontalmente con el ideal libertario. Como dijo Colin Ward, el movimiento anarquista convivirá mucho tiempo, como es lógico, con otras fuerzas autoritarias y lo que tal vez debamos hacer es tratar de ser coherentes y eficaces todo lo posible en nuestra afán descentralizador, sin ser dogmáticos ni siquiera tal vez en aquello de "adecuación de medios a fines" (espero que se me entienda, hay principios que a veces merece la pena ser revisados o llevan a la inacción, a que no se tomen medidas que mejoren la realidad). En este sentido, hay que poner al día términos como "reformismo" o "radicalismo", ya que todos estamos impregnados de un sistema político y económico. Aunque nos guste proclamar que somos radicales, en el sentido de propiciar la transformación, no son conceptos que puedan verse como absolutos (otro motivo para abrazar el anarquismo). Es posible que no todo intento transformador sea evolucionista, lo mismo que una medida aparentemente reformista ayuda a vislumbrar un mayor horizonte libertario. Puede definirse como una constante relación dialéctica, o tal vez como una antinomia jamás resoluble (en un lenguaje proudhoniano), la de un radicalismo que oriente sobre los pasos a seguir y un reformismo capaz de tomas decisiones. Como habría que insistir siempre, hay que analizar las cosas en profundidad dejando a un lado todo prejuicio y los pobres lugares comunes. Tal y como gustaba a decir a los anarquistas clásicos, existe tal concurrencia de factores en la vida, tal "complejidad irreducible de las realidades" (en palabras de Tomás Ibáñez), que resulta prácticamente imposible toma una decisión definitiva sin (al menos) tratar de comprender todos los condicionantes.
En este sentido, el qué hacer como libertarios ha dado lugar a múltiples discusiones. Los lugares comunes, en las que las acusaciones de "reformistas" u "ortodoxos" no hacen más que bloquear alguna posibilidad de ampliar el horizonte libertario, ya cansan bastante. Resulta imprescindible, a mi modo de ver las cosas, reforzar un movimiento libertario (ahora, lo que entendemos por esto sí que puede dar lugar a cierta polémica; tal vez, muchas veces es incluso deseable la existencia de una especie de anarquismo "difuso", que deje a un lado el afán organizativo o que actúe como permanente contrapeso), con una reivindicación de la historia, de las praxis y de la forma de entender los valores. No obstante, y valga como ejemplo todo lo que está ocurriendo este año 2011 en el llamado movimiento 15-M, hay que reforzar también los rasgos libertarios (con especial emotividad, me gusta recordar el antiautoritarismo, la erradicación de la violencia y el deseo de dar voz a todas las personas) ya presentes en esos movimientos de masas. Yo he hecho del anarquismo algo importante en mi vida, y cada vez me apasiona más la posibilidad de una sociedad sin coacción alguna, por lo que deseo formar parte de esa (poderosa, deseamos) corriente de opinión que la propicie una y otra vez dejando a un lado los numerosos prejuicios (y, por lo tanto, coacciones) que nos dirigen hacia otro lado. Me resulta impensable perder el tiempo con deseos maximalistas (¡una gran revolución social que solventará todos los problemas!, aunque la deseo cada día), pensar en términos de todo o nada, lo cual conduce no pocas veces a un estrecho horizonte.
Las ideas libertarias, así expresadas a priori como una forma de no imponer a nadie una forma de vida ni de pensamiento, deben hacerse atractivas a un gran número de personas. Naturalmente, muchas otras abogarán por sus grandes verdades instituidas (o con su propio deseo de ser instituidas), algo que choca frontalmente con el ideal libertario. Como dijo Colin Ward, el movimiento anarquista convivirá mucho tiempo, como es lógico, con otras fuerzas autoritarias y lo que tal vez debamos hacer es tratar de ser coherentes y eficaces todo lo posible en nuestra afán descentralizador, sin ser dogmáticos ni siquiera tal vez en aquello de "adecuación de medios a fines" (espero que se me entienda, hay principios que a veces merece la pena ser revisados o llevan a la inacción, a que no se tomen medidas que mejoren la realidad). En este sentido, hay que poner al día términos como "reformismo" o "radicalismo", ya que todos estamos impregnados de un sistema político y económico. Aunque nos guste proclamar que somos radicales, en el sentido de propiciar la transformación, no son conceptos que puedan verse como absolutos (otro motivo para abrazar el anarquismo). Es posible que no todo intento transformador sea evolucionista, lo mismo que una medida aparentemente reformista ayuda a vislumbrar un mayor horizonte libertario. Puede definirse como una constante relación dialéctica, o tal vez como una antinomia jamás resoluble (en un lenguaje proudhoniano), la de un radicalismo que oriente sobre los pasos a seguir y un reformismo capaz de tomas decisiones. Como habría que insistir siempre, hay que analizar las cosas en profundidad dejando a un lado todo prejuicio y los pobres lugares comunes. Tal y como gustaba a decir a los anarquistas clásicos, existe tal concurrencia de factores en la vida, tal "complejidad irreducible de las realidades" (en palabras de Tomás Ibáñez), que resulta prácticamente imposible toma una decisión definitiva sin (al menos) tratar de comprender todos los condicionantes.
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