No es fácil dar una explicación sobre el origen del Estado, como no lo es darlo sobre la religión. Ambos, a mi modo de ver las cosas, tienen mucho que ver con una cultura autoritaria. Como dice Gaston Leval, en El Estado en la historia, la razón de por qué unos seres humanos se han impuesto sobre otros debe suponer uno de los capítulos de estudio más importantes de la historia. El Estado, sea cual fuera la forma que adopte, impone su voluntad, y su gran mérito en la era contemporánea es haber hecho creer a gran parte de la sociedad que su existencia es necesario e incluso que cada ciudadano está integrado en su estructura. No obstante, a pesar de aceptar la importancia histórica de la llamada "voluntad de poder", de cuyo estudio se ha encargado también de manera inmejorable Rudolf Rocker, hay que aceptar otras explicaciones, además del hecho autoritario, para la aparición del Estado y de toda institución jerarquizada. Es posible, aunque más tarde desemboque en la aparición estatal, que la autoridad se presente en un primer momento como un factor positivo, como la elección de aquellas personas más capacitadas para realizar cierta labor. Para el estudio de aquellas sociedades, denominadas injustamente "primitivas", en las que la sociedad impide la aparición del Estado y el denominado jefe no pose autoridad coercitiva alguna, además de los apuntes que realiza Leval en la mencionada obra, recordemos siempre el trabajo del prematuramente desaparecido Pierre Clastres. Hay que discernir claramente entres personas responsables, o directores ocasionales, y lo que es el autoritarismo, el cual desemboca en el aparato estatal. Uno cosa es el gobierno de una minoría sobre la mayoría y otra muy distinta la organización de las cosas.
En cualquier caso, y a pesar de la imposibilidad de reducción a una causa única, creo que se pueden dar explicaciones fehacientes de la aparición de los diferentes Estados, en el origen de los cuales está el deseo de dominio de la naturaleza y de otros seres humanos. Bien por cierta predisposición sicológica y/o biológica, bien por herencia cultural, el deseo de dominación empuja a los hombres a lo largo de la historia, aunque hay que constatar que la dominación política también abre la vía para una mayor disfrute de los bienes materiales. En este sentido, Rocker y Leval insisten en la naturaleza política del Estado, tratando de desmontar la excesiva rigidez del pensamiento marxista de dar una explicación solo por la vía de la economía o por el cambio de estructuras sufridas a lo largo de la historia. De hecho, incluso a la inversa, la alteración del Estado supone tantas veces la alteración de las condiciones económicas. La voluntad de poder explica muchas cosas en la historia, por lo que es posible asegurar en muchas circunstancias la primacía de lo político sobre lo económico. Estamos en un punto importante de la idea anarquista, la de afirmar la hibridación entre el poder político y económico, de la voluntad de dominación y de la de enriquecimiento, de tal forma que el Estado adquiere la forma que conviene a sus intereses. Lejos de ser simplemente "el poder organizado de una clase contra otra clase", es posible analizar en la historia que el proceso de fundación del Estado es multiforme y varía según la diversidad de los factores circunstanciales. Leval considera que el factor más importante es la guerra, siendo la conquista militar una fuente de autoridad. Así, el Estado nace de la organización político-militar que establece un aparato administrativo, el cual tiene el fin, por encima de otros, de vivir a expensas de la población sometida. No hace falta insistir (o tal vez sí, dado lo que se va a veces por ahí) en que, para el anarquismo, los términos Estado y nación son intercambiables.
Es habitual que se considere que el control de la economía por parte del Estado sea una invención moderna, e incluso se asocia todo sistema socialista con ella para desgracia del anarquismo. Del mismo modo, y como he insinuado con anterioridad, también la época contemporánea se ha caracterizado por una visión socialista del Estado, casi exclusiva, como un instrumento de dominación de una clase sobre otra. Sin embargo, la historia nos enseña que el Estado no actúa en beneficio de sus súbditos, sino del suyo propio con elemento como la fiscalidad y la explotación del trabajo de los individuos. Creo que es posible decir, con mayor hincapié a estas alturas, que difícilmente puede verse en el Estado un instrumento de emancipación, por más que se hayan dado otros organismos igualmente coercitivos y explotadores que hacen temer a las personas la pérdida de algún tipo de protección social. Hay que insistir en que el Estado no supone una mejora sobre la explotación individual que supone el capitalismo, incluso es más abusivo al tener más medios de dominación a su alcance. La época liberal de los siglos XVIII y XIX abrió la esperanza a diversas formas socialistas, de las cuales nada puede esperarse ya de aquella que sigue confiando en el Estado como una vía hacia la libertad y la justicia social (ni una ni otra se produjeron en todos los experimentos al respecto). A comienzos del siglo XXI, con un liberalismo, o neoliberalismo, sucumbido a nuevas formas de concentración del capital, continúa reinando a sus anchas a pesar de los destrozos físicos y morales que ocasiona. El Estado y el capitalismo algún día serán también historia, nada en ellos hay de necesarios, y de nosotros depende que adoptemos un camino verdaderamente emancipatorio. Tantas veces insisto en ver el anarquismo también como una hibridación entre liberalismo y socialismo, además de recoger todo lo que hay de noble y digno en la historia y en el ser humano (no sé si la definición de estos conceptos provoca graves discusiones, pero lo que ello demuestra es que son producto de la actividad humana y no poseen ningún origen metafísico ni sobrenatural).
En cualquier caso, y a pesar de la imposibilidad de reducción a una causa única, creo que se pueden dar explicaciones fehacientes de la aparición de los diferentes Estados, en el origen de los cuales está el deseo de dominio de la naturaleza y de otros seres humanos. Bien por cierta predisposición sicológica y/o biológica, bien por herencia cultural, el deseo de dominación empuja a los hombres a lo largo de la historia, aunque hay que constatar que la dominación política también abre la vía para una mayor disfrute de los bienes materiales. En este sentido, Rocker y Leval insisten en la naturaleza política del Estado, tratando de desmontar la excesiva rigidez del pensamiento marxista de dar una explicación solo por la vía de la economía o por el cambio de estructuras sufridas a lo largo de la historia. De hecho, incluso a la inversa, la alteración del Estado supone tantas veces la alteración de las condiciones económicas. La voluntad de poder explica muchas cosas en la historia, por lo que es posible asegurar en muchas circunstancias la primacía de lo político sobre lo económico. Estamos en un punto importante de la idea anarquista, la de afirmar la hibridación entre el poder político y económico, de la voluntad de dominación y de la de enriquecimiento, de tal forma que el Estado adquiere la forma que conviene a sus intereses. Lejos de ser simplemente "el poder organizado de una clase contra otra clase", es posible analizar en la historia que el proceso de fundación del Estado es multiforme y varía según la diversidad de los factores circunstanciales. Leval considera que el factor más importante es la guerra, siendo la conquista militar una fuente de autoridad. Así, el Estado nace de la organización político-militar que establece un aparato administrativo, el cual tiene el fin, por encima de otros, de vivir a expensas de la población sometida. No hace falta insistir (o tal vez sí, dado lo que se va a veces por ahí) en que, para el anarquismo, los términos Estado y nación son intercambiables.
Es habitual que se considere que el control de la economía por parte del Estado sea una invención moderna, e incluso se asocia todo sistema socialista con ella para desgracia del anarquismo. Del mismo modo, y como he insinuado con anterioridad, también la época contemporánea se ha caracterizado por una visión socialista del Estado, casi exclusiva, como un instrumento de dominación de una clase sobre otra. Sin embargo, la historia nos enseña que el Estado no actúa en beneficio de sus súbditos, sino del suyo propio con elemento como la fiscalidad y la explotación del trabajo de los individuos. Creo que es posible decir, con mayor hincapié a estas alturas, que difícilmente puede verse en el Estado un instrumento de emancipación, por más que se hayan dado otros organismos igualmente coercitivos y explotadores que hacen temer a las personas la pérdida de algún tipo de protección social. Hay que insistir en que el Estado no supone una mejora sobre la explotación individual que supone el capitalismo, incluso es más abusivo al tener más medios de dominación a su alcance. La época liberal de los siglos XVIII y XIX abrió la esperanza a diversas formas socialistas, de las cuales nada puede esperarse ya de aquella que sigue confiando en el Estado como una vía hacia la libertad y la justicia social (ni una ni otra se produjeron en todos los experimentos al respecto). A comienzos del siglo XXI, con un liberalismo, o neoliberalismo, sucumbido a nuevas formas de concentración del capital, continúa reinando a sus anchas a pesar de los destrozos físicos y morales que ocasiona. El Estado y el capitalismo algún día serán también historia, nada en ellos hay de necesarios, y de nosotros depende que adoptemos un camino verdaderamente emancipatorio. Tantas veces insisto en ver el anarquismo también como una hibridación entre liberalismo y socialismo, además de recoger todo lo que hay de noble y digno en la historia y en el ser humano (no sé si la definición de estos conceptos provoca graves discusiones, pero lo que ello demuestra es que son producto de la actividad humana y no poseen ningún origen metafísico ni sobrenatural).
No hay comentarios:
Publicar un comentario