Herbert Read es una interesante personalidad de la que ya me he ocupado, especialmente de su pensamiento anarquista, en alguna ocasión. Al infierno con la cultura es una de sus obras fundamentales, en su faceta de crítico de arte, reeditada el año pasado por Ediciones Cátedra. Está compuesta por el texto que da título al libro, junto a otros ensayos, y el interés en ella se revitalizó a partir de una exposición celebrada en Inglaterra, en las Galerías de Arte municipales de Leeds, en 1993, con el nombre de Herbert Read: una visión británica del arte mundial. Gracias a aquel evento, se confirmó a Read como uno de los grandes críticos y teóricos del modernismo del siglo XX, y el interés en su figura se demostró una y otra vez con la publicación, tanto de su propia obra, como de nuevos análisis críticos. Hay que recordar que Read fallece en 1968, relegado desde entonces a cierto olvido, en parte debido a su propia concepción del arte contemporáneo, que consideraba había tomado una deriva bastante trivial. No obstante, tal como se señala en la introducción de esta nueva edición, existe otra razón para comprender el olvido de quien fue considerado "el pope del arte moderno": algunos críticos e historiadores contrarios a Read, aprovecharon su fallecimiento para vengarse de él y para construir una historia revisionista que dejaba a un lado la contribución de este importante autor a la comprensión del modernismo.
Existe otra explicación que explica la usual exclusión de Read de la historias críticas, y es el predominio de las formas marxistas en esa labor, a partir de los años 70, en el mundo anglosajón. No obstante, y de forma paradójica, el trabajo de Read tiene notables puntos en común con el marxismo, incluso anticipándose a otros autores posteriormente muy influyentes. Los que disfruten de la lectura de los ensayos integrados en Al infierno con la cultura, podrán darse cuenta de ello. Esto es así hasta el punto de que, en el prefacio también incluido en esta edición, Read acepta en términos generales la propuesta marxista de que las condiciones sociales son las que dan lugar a las principales características del arte, así como a su aceptación y su utilización; otra ejemplo se encuentra en su coincidencia con las preocupaciones de los críticos marxistas, en el periodo desarrollado entre 1930 y 1970, cuando los patronos de las sociedades capitalistas solo apoyaban las formas de arte sobre las que podían ejercer algún control. No obstante, Read mostrará una visión más amplia que algunos teóricos marxistas, cuando afirma por ejemplo que es necesario realizar una distinción más clara entre arte y cultura. Esa distinción es necesaria, según Read, para profundizar en la naturaleza y el origen del arte, así como en las cuestiones relativas a su valor estético. Parece ese el punto donde Read se distancia definitivamente del análisis de los marxistas, mostrándose con ello terriblemente original, cuando señala que es la función cultural, y no la artística, la que es resultado de las condiciones socioeconómicas.
Para Read, el artista tiene siempre lealtades que trascienden la sociedad en la que vive y sus divisiones políticas. Es precisamente la genialidad artística la que resulta inexplicabe desde una visión materialista, ya que de ser así, la historia del arte sería equivalente a la de cualquier otra habilidad técnica. Sin embargo, Read señala que el arte se diferencia por sus "irracionales e irregulares irrupciones de luz en medio de una oscuridad universal". Desde este punto de vista, el arte es independiente de la política, de la moral y de cualquier otro valor temporal. No es muy fiable la genialidad artística desde un punto de vista ético, lo que se consideran las pasiones más bajas del ser humano se ven reflejadas en ella de forma habitual. De forma polémica, Read considera que no es lógico asociar la creación artística con la libertad política, ya que la genialidad es posible en cualquier régimen por poco democrático que sea, aunque sí hay que confirmar la libertad del artista siempre acosada por la tiranía. De hecho, tal y como se entiende la democracia en el mundo occidental, como una ideología de normalización e igualdad, puede observarse como un obstáculo a la genialidad individual. El arte nada tiene que ver con ningún régimen social, democrático o totalitario, ya que es una manifestación no política del espíritu humano; por supuesto, los políticos pueden usarlo y abusar de él, pero no crearlo ni controlarlo ni destruirlo. No obstante, Read considera que la sociedad debe prestar atención a sus artistas, como signo de vitalidad social.
Por si queda alguna duda, hay que recordar que Herbert Read era un hombre con profundas preocupaciones sociales y políticas. Precisamente, en el ensayo que da título al libro, "Al infierno con la cultura", nos recuerda que la democracia, tal y como él entienda, no existe en los tiempos modernos. Las tres características que menciona, dentro de la tradición democrática, pueden estar subscritas por cualquier socialista amante de la libertad: toda producción debe destinarse al uso y no al lucro; cada uno debe dar según sus posibilidades y recibir según sus necesidades, y los trabajadores de cada industria tienen que ejercer el control de los medios de producción. Cuando Read habla de producción orientada al uso, alejada de la concepción capitalista, se refiere a un sistema con dos consideraciones en mente: la función y la satisfacción. Sin embargo, como estamos hablando de textos que teorizan sobre el arte, a la pregunta de si esos objetos que reúnen las dos consideraciones lo son, Read responde que sí. Si un objeto se fabrica con el material y el diseño adecuado, y cumple perfectamente su función, se convierte en una obra de arte sin que haya que preocuparse más por su valor estético. Lo que entendemos por belleza es, en la sociedad moderna, la adecuación del objeto a su función, y es para Read el resultado inevitable de una economía orientada al uso y no al lucro. En cuanto a las necesidades del hombre, a las que alude en su segunda característica de la democracia, no son solo materiales (aunque, por supuesto, sí prioritarias), ya que demanda cosas como la belleza, la compañía o la alegría. Es precisamente la tercera condición para la democracia la que garantiza otros valores elevados en el ser humano: la propiedad de la industria en manos de los obreros. Es, por supuesto, la vertiente antiautoritaria del socialismo la que asegura las aspiraciones y necesidades del ser humano. Si Read echa pestes primero de la cultura, ya que ésta no es más que el barniz engañoso de una sociedad enferma, no tardará demasiado en gritar "al infierno con el artista". Veamos sus propias palabras para comprenderlo: "El arte como profesión independiente es meramente una consecuencia de la cultura como entidad independiente". En la sociedad, que Read denomina "natural", no habrá ya artistas, sino trabajadores. O, si se prefiere, expresado de este modo: "El artista no es una clase especial de hombre, pero cualquier hombre es una clase especial de artista".
Existe otra explicación que explica la usual exclusión de Read de la historias críticas, y es el predominio de las formas marxistas en esa labor, a partir de los años 70, en el mundo anglosajón. No obstante, y de forma paradójica, el trabajo de Read tiene notables puntos en común con el marxismo, incluso anticipándose a otros autores posteriormente muy influyentes. Los que disfruten de la lectura de los ensayos integrados en Al infierno con la cultura, podrán darse cuenta de ello. Esto es así hasta el punto de que, en el prefacio también incluido en esta edición, Read acepta en términos generales la propuesta marxista de que las condiciones sociales son las que dan lugar a las principales características del arte, así como a su aceptación y su utilización; otra ejemplo se encuentra en su coincidencia con las preocupaciones de los críticos marxistas, en el periodo desarrollado entre 1930 y 1970, cuando los patronos de las sociedades capitalistas solo apoyaban las formas de arte sobre las que podían ejercer algún control. No obstante, Read mostrará una visión más amplia que algunos teóricos marxistas, cuando afirma por ejemplo que es necesario realizar una distinción más clara entre arte y cultura. Esa distinción es necesaria, según Read, para profundizar en la naturaleza y el origen del arte, así como en las cuestiones relativas a su valor estético. Parece ese el punto donde Read se distancia definitivamente del análisis de los marxistas, mostrándose con ello terriblemente original, cuando señala que es la función cultural, y no la artística, la que es resultado de las condiciones socioeconómicas.
Para Read, el artista tiene siempre lealtades que trascienden la sociedad en la que vive y sus divisiones políticas. Es precisamente la genialidad artística la que resulta inexplicabe desde una visión materialista, ya que de ser así, la historia del arte sería equivalente a la de cualquier otra habilidad técnica. Sin embargo, Read señala que el arte se diferencia por sus "irracionales e irregulares irrupciones de luz en medio de una oscuridad universal". Desde este punto de vista, el arte es independiente de la política, de la moral y de cualquier otro valor temporal. No es muy fiable la genialidad artística desde un punto de vista ético, lo que se consideran las pasiones más bajas del ser humano se ven reflejadas en ella de forma habitual. De forma polémica, Read considera que no es lógico asociar la creación artística con la libertad política, ya que la genialidad es posible en cualquier régimen por poco democrático que sea, aunque sí hay que confirmar la libertad del artista siempre acosada por la tiranía. De hecho, tal y como se entiende la democracia en el mundo occidental, como una ideología de normalización e igualdad, puede observarse como un obstáculo a la genialidad individual. El arte nada tiene que ver con ningún régimen social, democrático o totalitario, ya que es una manifestación no política del espíritu humano; por supuesto, los políticos pueden usarlo y abusar de él, pero no crearlo ni controlarlo ni destruirlo. No obstante, Read considera que la sociedad debe prestar atención a sus artistas, como signo de vitalidad social.
Por si queda alguna duda, hay que recordar que Herbert Read era un hombre con profundas preocupaciones sociales y políticas. Precisamente, en el ensayo que da título al libro, "Al infierno con la cultura", nos recuerda que la democracia, tal y como él entienda, no existe en los tiempos modernos. Las tres características que menciona, dentro de la tradición democrática, pueden estar subscritas por cualquier socialista amante de la libertad: toda producción debe destinarse al uso y no al lucro; cada uno debe dar según sus posibilidades y recibir según sus necesidades, y los trabajadores de cada industria tienen que ejercer el control de los medios de producción. Cuando Read habla de producción orientada al uso, alejada de la concepción capitalista, se refiere a un sistema con dos consideraciones en mente: la función y la satisfacción. Sin embargo, como estamos hablando de textos que teorizan sobre el arte, a la pregunta de si esos objetos que reúnen las dos consideraciones lo son, Read responde que sí. Si un objeto se fabrica con el material y el diseño adecuado, y cumple perfectamente su función, se convierte en una obra de arte sin que haya que preocuparse más por su valor estético. Lo que entendemos por belleza es, en la sociedad moderna, la adecuación del objeto a su función, y es para Read el resultado inevitable de una economía orientada al uso y no al lucro. En cuanto a las necesidades del hombre, a las que alude en su segunda característica de la democracia, no son solo materiales (aunque, por supuesto, sí prioritarias), ya que demanda cosas como la belleza, la compañía o la alegría. Es precisamente la tercera condición para la democracia la que garantiza otros valores elevados en el ser humano: la propiedad de la industria en manos de los obreros. Es, por supuesto, la vertiente antiautoritaria del socialismo la que asegura las aspiraciones y necesidades del ser humano. Si Read echa pestes primero de la cultura, ya que ésta no es más que el barniz engañoso de una sociedad enferma, no tardará demasiado en gritar "al infierno con el artista". Veamos sus propias palabras para comprenderlo: "El arte como profesión independiente es meramente una consecuencia de la cultura como entidad independiente". En la sociedad, que Read denomina "natural", no habrá ya artistas, sino trabajadores. O, si se prefiere, expresado de este modo: "El artista no es una clase especial de hombre, pero cualquier hombre es una clase especial de artista".
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