Parece que no es muy abundante el tratamiento en los escritos de Marx a cuestiones éticas o morales. No obstante, la concepción materialista histórica tiene gran importancia para la ética. Como es sabido, la relaciones materiales (socioeconómicas) de producción son la base, en el pensamiento de Marx y Engels (y, posteriormente, en que se denomina marxismo-leninismo) sobre la cual se produce la superestructura jurídica y política; a ella le corresponden las distintas formas de conciencia social, y entre ellas también se encuentra la moral. Según esta perspectiva, en todo periodo histórico surgen según las formas de producción, de forma directa o indirecta, las costumbres y los usos, que luego determinan los modos de vida de las personas. Es por eso que los cambios en las relaciones materiales llevan a nuevas costumbres y usos. Éstas, entran en conflicto con las normas ya existentes, entendiendo que las nuevas forman parte de los intereses de la clase ascendente. No es que los ideólogos creen la moral perteneciente a su clase social, sino que unicamente fijan las normas morales con las que se motiva a los integrantes de una clase en base a sus intereses materiales y de relaciones sociales. En definitiva, a la clase dominante de una determinada sociedad, le interesa imponer su moral a la correspondiente clase oprimida; ello solo se produce si los dominados no son conscientes de su situación y, recordemos la importancia de la historia en el pensamiento marxista, de su vocación histórica. La clase oprimida, si obtiene esa consciencia, acaba alzándose contra la clase dominante desarrollando nuevas normas, costumbres y comportamiento; es lo que llamamos revolución. Si por un tiempo conviven dos tipos de normas, la clase revolucionaria acaba rechazando las normas que ya no le son útiles y aceptando las que corresponden a las nuevas relaciones que surgen, y añadiendo posteriormente aquellas que demandan la nueva situación económica y su propia situación en la sociedad.
Por lo tanto, en la tradición marxista las relaciones económicas son también el fundamento de la moral, aunque es obvio que esa relación de dependencia no se manifieste siempre de forma clara y sencilla. La conciencia no avanza siempre al mismo ritmo que la realidad (los hábitos y la tradición); las diferentes expresiones políticas y culturales (lo que el marxismo denomina superestructura) ejercen con frecuencia un influjo paralizador. En un círculo algo vicioso, en el que hay salvar siempre la libertad y la dignidad humanas (tal vez, alejándonos del marxismo), como las formas de conciencia son también elementos que forma parte de la superestructura, dependerían igualmente de las relaciones económicas de la sociedad. Como resulta evidente, y coincidiendo en gran parte con el anarquismo, estamos ante una visión que niega toda fundamentación de la moral por encima de la historia y de la sociedad; del mismo modo, y esta es una de las polémicas habituales en la filosofía ética, se niega toda validez universal y atemporal (derivadas habitualmente de la divinidad, de lo absoluto, de la naturaleza humana, entre otras fuentes). Lo que es válido moralmente en una época, puede ser inmoral en otro, como demuestra la existencia de la esclavitud durante siglos y su abolición final (inaugurando nuevas formas de servidumbre económica, por supuesto). Aunque es obvio que la tradición marxista admite la relatividad de la moral, no se habla de arbitrariedad ni de dependencia de la voluntad del individuo; no parece que haya sitio para la subjetivida, ya que se sostiene que la moral de una clase o de la sociedad es necesaria y objetiva, determinada por las relaciones económicas. Estamos ante una visión evolucionista que ha descubierto las leyes de la historia, y también del progreso de la moral: la moral primitiva cedió su lugar a la que defendía la esclavitud, ésta dio paso a la correspondiente a la sociedad feudal, que a su vez cedió ante la moral burguesa. Es la sociedad burguesa y su correspondiente moral, con sus contradicciones basadas en la propiedad privada, el trabajo asalariado y la explotación del hombre por el hombre, la que dejará su lugar a la moral comunista inherente al proletariado y caracterizada por el fin de las clases sociales. Es esta característica, de forma paradójica, la que acaba convirtiendo la moral comunista en universal y humana.
Aceptando la importancia del pensamiento marxista, se trata de una visión muy rígida que, como es obvio, ha fracasado en aquellos regímenes que se han dicho basados en su doctrina (con todo lo que eso tiene de relativo, ya que se confunde el pensamiento de Marx y Engels con el de Lenin). La tradición libertaria, también en cuestiones morales, ha sido mucho más flexible y humanista, no ha sucumbido ante la objetividad ni ante la historia. De hecho, el primer pensador netamente anarquista, Proudhon, realiza una importante aportación a la historia de la ética, declarando que la base de las normas morales está en los conceptos de la justicia y de la igualdad. El filósofo francés, negador por supuesto de toda base religiosa o metafísica para la moral, afirmó que es necesario estudiar la vida de las sociedades y descubrir aquellos principios cohesionadores. Estamos hablando de una época donde se empieza a consolidar una visión que aparta definitivamente a la religión. Aunque Proudhon y Marx inauguran la primera gran disputa dentro del socialismo, entre autoritarios y antiautoritarios, coinciden en algunos aspectos como es el hecho de la igualdad económica como base de la moral. El francés insistirá también en la igualdad de derechos, por lo que su visión es más amplia y difiere notablemente al no aceptar una subordinación a lo económico. Esto es así porque Proudhon asocia el derecho y la igualdad económica al valor personal, un sentido desarrollado en las personas que se completa con la aceptación de la misma dignidad en los demás. La moral anarquista se empieza a construir sobre las bases de aceptar la particularidad de cada personalidad y del respeto mutuo. Proudhon no cae en un concepto trascendente de la justicia, base de la moral, ni tampoco la considera algo innato en el hombre; la posibilidad del desarrollo moral, del reconocimiento de la dignidad propia y de la del semejante, aunque forme parte de la estructura síquica humana, solo es posible gracias a la educación y a la experiencia social. No obstante, la visión de Proudhon es también hija de su tiempo, ya que la confianza en el progreso es excesiva, aunque con mayor amplitud de miras, ya que no observa solo la evolución de las relaciones materiales y no subordina a ellas todas las otras facetas humanas. Para ir abriendo boca, he dedicado alguna de las últimas entradas a la historia y las problemáticas de la ética, y he dedicado gran parte de ésta a ese gran pensador que, a pesar de todo, fue Marx. Es tremendamente interesante seguir indagando en la tradición libertaria, para comprender que aquella primera concepción de las normas morales, que podemos llamar humanista y evolucionista, no hay que verla de forma constreñida. El anarquismo está siempre obligado a ampliar su horizonte, a mostrarse flexible poniendo a prueba sus aportaciones en cada tiempo y en cada sociedad, sin sucumbir ante ninguna fuerza que trascienda lo humano.
Por lo tanto, en la tradición marxista las relaciones económicas son también el fundamento de la moral, aunque es obvio que esa relación de dependencia no se manifieste siempre de forma clara y sencilla. La conciencia no avanza siempre al mismo ritmo que la realidad (los hábitos y la tradición); las diferentes expresiones políticas y culturales (lo que el marxismo denomina superestructura) ejercen con frecuencia un influjo paralizador. En un círculo algo vicioso, en el que hay salvar siempre la libertad y la dignidad humanas (tal vez, alejándonos del marxismo), como las formas de conciencia son también elementos que forma parte de la superestructura, dependerían igualmente de las relaciones económicas de la sociedad. Como resulta evidente, y coincidiendo en gran parte con el anarquismo, estamos ante una visión que niega toda fundamentación de la moral por encima de la historia y de la sociedad; del mismo modo, y esta es una de las polémicas habituales en la filosofía ética, se niega toda validez universal y atemporal (derivadas habitualmente de la divinidad, de lo absoluto, de la naturaleza humana, entre otras fuentes). Lo que es válido moralmente en una época, puede ser inmoral en otro, como demuestra la existencia de la esclavitud durante siglos y su abolición final (inaugurando nuevas formas de servidumbre económica, por supuesto). Aunque es obvio que la tradición marxista admite la relatividad de la moral, no se habla de arbitrariedad ni de dependencia de la voluntad del individuo; no parece que haya sitio para la subjetivida, ya que se sostiene que la moral de una clase o de la sociedad es necesaria y objetiva, determinada por las relaciones económicas. Estamos ante una visión evolucionista que ha descubierto las leyes de la historia, y también del progreso de la moral: la moral primitiva cedió su lugar a la que defendía la esclavitud, ésta dio paso a la correspondiente a la sociedad feudal, que a su vez cedió ante la moral burguesa. Es la sociedad burguesa y su correspondiente moral, con sus contradicciones basadas en la propiedad privada, el trabajo asalariado y la explotación del hombre por el hombre, la que dejará su lugar a la moral comunista inherente al proletariado y caracterizada por el fin de las clases sociales. Es esta característica, de forma paradójica, la que acaba convirtiendo la moral comunista en universal y humana.
Aceptando la importancia del pensamiento marxista, se trata de una visión muy rígida que, como es obvio, ha fracasado en aquellos regímenes que se han dicho basados en su doctrina (con todo lo que eso tiene de relativo, ya que se confunde el pensamiento de Marx y Engels con el de Lenin). La tradición libertaria, también en cuestiones morales, ha sido mucho más flexible y humanista, no ha sucumbido ante la objetividad ni ante la historia. De hecho, el primer pensador netamente anarquista, Proudhon, realiza una importante aportación a la historia de la ética, declarando que la base de las normas morales está en los conceptos de la justicia y de la igualdad. El filósofo francés, negador por supuesto de toda base religiosa o metafísica para la moral, afirmó que es necesario estudiar la vida de las sociedades y descubrir aquellos principios cohesionadores. Estamos hablando de una época donde se empieza a consolidar una visión que aparta definitivamente a la religión. Aunque Proudhon y Marx inauguran la primera gran disputa dentro del socialismo, entre autoritarios y antiautoritarios, coinciden en algunos aspectos como es el hecho de la igualdad económica como base de la moral. El francés insistirá también en la igualdad de derechos, por lo que su visión es más amplia y difiere notablemente al no aceptar una subordinación a lo económico. Esto es así porque Proudhon asocia el derecho y la igualdad económica al valor personal, un sentido desarrollado en las personas que se completa con la aceptación de la misma dignidad en los demás. La moral anarquista se empieza a construir sobre las bases de aceptar la particularidad de cada personalidad y del respeto mutuo. Proudhon no cae en un concepto trascendente de la justicia, base de la moral, ni tampoco la considera algo innato en el hombre; la posibilidad del desarrollo moral, del reconocimiento de la dignidad propia y de la del semejante, aunque forme parte de la estructura síquica humana, solo es posible gracias a la educación y a la experiencia social. No obstante, la visión de Proudhon es también hija de su tiempo, ya que la confianza en el progreso es excesiva, aunque con mayor amplitud de miras, ya que no observa solo la evolución de las relaciones materiales y no subordina a ellas todas las otras facetas humanas. Para ir abriendo boca, he dedicado alguna de las últimas entradas a la historia y las problemáticas de la ética, y he dedicado gran parte de ésta a ese gran pensador que, a pesar de todo, fue Marx. Es tremendamente interesante seguir indagando en la tradición libertaria, para comprender que aquella primera concepción de las normas morales, que podemos llamar humanista y evolucionista, no hay que verla de forma constreñida. El anarquismo está siempre obligado a ampliar su horizonte, a mostrarse flexible poniendo a prueba sus aportaciones en cada tiempo y en cada sociedad, sin sucumbir ante ninguna fuerza que trascienda lo humano.
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