martes, 22 de enero de 2013

¿Magufo? ¡No entiendo!

Hace unos años que viene utilizándose, en ciertos ámbitos y de forma muy extendida gracias a la red, el término magufo (hay quien dice que se acuña en 1997 en cierta lista de correo). Para los que no estén familiarizados con su uso, y tomando como referencia una denominación que al parecer estuvo en la Wikipedia, la cosa alude a los practicantes y promotores de toda suerte de seudociencias (astrología, ufología, homeopatía, reiki..., por mencionar las más habituales); esta popular enciclopedia en internet, que todos usamos de una  manera u otra (a pesar de que debiéramos ser siempre cautos con sus contenidos y referencias), al parecer, decidió retirar el término magufo. Hoy, no es posible encontrar ninguna referencia en su sitio. ¡Bien por la Wikipedia! Particularmente, detesto esa palabra, la cual parece especialmente dotada para que personas con poco o ningún argumento se llenen de razones (y de, ay, racionalidad). En ciertos ámbitos, que tienden al escepticismo y al librepensamiento, se usa la palabra con una alegría y un (supuesto) afán magnético, que uno no puede sino indignarse. Es decir, cuando alguien pretende usar como argumento algo así como "ah, ya, pero eso lo dice un magufo", y atendiendo poco al fondo de la cuestión, en realidad estamos ante personas bien poco librepensadoras. El grado de ignorancia y simpleza es tan elevado que esos tipos que se creen tan racionales y científicos confunden deliberadamente la condición de creyente, cuando estamos en el terreno de la religión, con la de simple crédulo, más propia si se quiere de las seudociencias y del ámbito cognitivo. No hace falta aclarar que la mayoría de esos que etiquetan de magufos, con un afán de identificar el término con la imbecilidad que no se molestan demasiado en ocultar, no tardan demasiado en hacer gala de sus propias creencias: es posible que se muestren muy críticos con lo llamado sobrenatural, pero no tardan en abrazar discursos más que cuestionables de índole política, económica o incluso científica.

En primer lugar, es exigible para alguien que se considera librepensador emplear adecuadamente el lenguaje. Existe la palabra crédulo, que es aplicable única y exclusivamente a un persona que cree con demasiada facilidad; por supuesto, no es necesariamente utilizable en todo creyente religioso ni a todo practicante de cualquier sistema o disciplina no verificada científicamente. Y lo digo yo, que dedico gran parte de mi existencia a criticar las religiones y las practicas místicas y alternativas, como sistemas de creencias cuestionables, casi siempre reaccionarios y dignos de ser superados por mejores empeños (en mi opinión, por supuesto). Otro de los términos que pretenden quedar englobados en la palabra magufo puede ser el de engañabobos, la cual debe emplearse única y exclusivamente para aquellos que pretenden embaucar con alguna teoría o deslumbrar con según que descubrimiento (que, por algún extraño motivo o interés, ha sido ocultado por el sistema establecido engañando a la humanidad excepto unos pocos iluminados); no es posible asegurar tampoco que todos los promotores de las seudociencias sean embaucadores, ya que estoy convencido que gran parte se creen lo que dicen y es posible que piensen sinceramente estar realizando un beneficio a sus semejantes (es decir, y como puede ocurrir también con el clero, son creyentes, lo cual no deja de ser digno, por supuesto, de la más severa crítica desde mi punto de vista). Por lo tanto, el término magufo, que pretende reducir a gran parte de la humanidad a una suerte de imbéciles y/o hijos de puta, es una soberana estupidez; flaco favor se hace si verdaderamente queremos ser críticos con las creencias, y lo soy no solo por un afán intelectual y científico, también en aras de que un bienestar y una felicidad para las personas se produzca (uno es así de ambicioso). Como ya he escrito en este blog, existen muchos factores para que personas inteligentes crean cosas de lo más cuestionables, o incluso irrisorias: existen atajos cognitivos, y a la fuerza de modo cotidiano, tendemos demasiado a la ilusión en nombre de la imaginación, solemos interpretar tantas veces a partir de la nada, se captan patrones donde no los hay, reforzamos nuestros argumentos potenciando lo que nos interesa para tratar de confirmar nuestras creencias previas (que las tenemos todos o no seríamos humanos), estamos fuertemente influidos por nuestro entorno y tantos otros factores. Es tan sencillo como que las personas inteligentes acaban racionalizando sus creencia, mientras que los que no lo son tantos se limitan a etiquetar como estupido al que no cree lo mismo que ellos. Por supuesto, estoy casi convencido, y me afano en promover, que un pensamiento todo lo libre que sea posible, junto a una inquietud por conocer permanente, pueden combatir todos esos factores limitadores para ampliar nuestra mente y, como diría Bertrand Russell, también nuestro corazón. No tener en cuenta todos esos elementos subjetivos y apelar simplemente a una racionalidad objetiva omnipotente (inexistente, propia de seres supremos sobrenaturales) es, simplemente, una actitud digna de personas poco inteligentes y, seguramente, con poco corazón.

1 comentario:

Loam dijo...

Pues estoy de acuerdo. El pensamiento único no sólo se disfraza y manifiesta de muy distintas (que no diversas) maneras, sino que dispone de los medios y de la tecnología necesaria para propagarse. A mí, sinceramente, ese palabro que da título a tú esplendida reflexión, siempre me ha producido náusea hacia el mismo y desconfianza hacia quienes lo utilizan. Vivimos tiempos de obscena aversión hacia la sensatez por la sencilla razón de que esta no se confabula con la consumidora estulticia que imponen las modas.