El 26 de octubre de 1806, nace en Bayreuth (Baviera) Johann Kaspar Schmidt al que se recordaría por su seudónimo Max Stirner (el cejas). Estudió teología, filosofía y filología clásica, aunque no llegará a doctorarse y se le terminó impidiendo, como era su deseo, dedicarse a la docencia. Acabó sobreviviendo como publicista y traductor. A partir de 1837, será asiduo durante años del grupo de la izquierda hegeliana (los libres), y Engels parece que llegó a decir de él que era la cabeza más lúcida y profunda de aquel círculo de filósofos revolucionarios. Con el tiempo, los jóvenes hegelianos se escinden en dos tendencias: unos, integrados por Ruge, Hess y Marx, marcan distancias respecto a Hegel; otros, entre los que se encuentra Stirner, se esfuerzan en una revolución de las conciencias mediante una crítica pura de carácter ateo, carente de reglas y absolutamente negativa. La espectacular obra con la que Stirner pasaría a la posteridad supuso un gran escándalo y causó gran revuelo entre los intelectuales. Muestras de que atrajo gran atención son las reseñas críticas que le dedicaron Mosses Hess y Ludwig Feuerbach, así como el hecho de que Marx y Engels le dediquen, en La ideología alemana, más atención que a cualquier otro autor. La primera edición de 1844 se agotó rápidamente, por lo que se reimprimirá enseguida, aunque la gloria será efímera. La vida personal de Stirner no fue muy alentadora e incluso acabaría en prisión, durante 1853 y 1854, por deudas impagadas, para morir por enfermedad el 25 de junio de 1856.
La obra de Stirner, aunque escribió sobre todo tipo de temas, no es muy extensa. El único y su propiedad (Leipzig, 1844) fue su primer título publicado y solo escribiría otro más: Historia de la reacción
(en 2 volúmenes, Berlín, 1852). Con carácter póstumo, John H. Mackay
editaría una recopilación completa de los artículos de Stirner. Se ha
dicho que las dos coordenadas que sitúan a este autor son el anarquismo
individualista, aunque él nunca se consideró como tal, y la crisis de la
filosofía idealista alemana. Karl Löwith escribió lo siguiente: "La
crisis de la filosofía hegeliana puede dividirse en tres fases:
Feuerbach y Ruge intentaron transformar la filosofía de Hegel conforme al espíritu de una época diferente; B. Bauer y Stirner, en líneas generales, hicieron morir
la filosofía en un criticismo radical y en el nihilismo; Marx y
Kierkegaard extrajeron las últimas consecuencias de la situación
cambiada. La obra de Stirner es coetánea, nada menos, que del
existencialismo de Kierkegaard, del humanismo de Feuerbach y del
materialismo histórico. Puede decirse que Stirner es quien mejor
sintetiza aquel momento y El único y su propiedad hay que
considerarla como el canto de cisne de los jóvenes hegelianos. Franz
Mehring, teórico de la socialdemocracia alemana, consideró algo que
resulta apabullante: Stirner transforma en realidad corpórea la idea
abstracta de Hegel, la autoconsciencia de Bauer, el humanismo de
Feuerbach y la anarquía de Proudhon.
En El único y su propiedad se considera que, para cada ser humano, el único universo con sentido es el propio. Constantemente, el único
es acosado por ideas y entidades que le son extrañas, entre las que se
encuentran en primer lugar la religión y el Estado. Por supuesto, la
crítica no se queda ahí y Stirner arremete contra todo obstáculo que
suponga una merma en el desarrollo de la personalidad. Se trata de la
voluntad individual contra toda causa general y contra toda abstracción.
Resulta imprescindible acabar con los tópicos y falsedades vertidas
contra la obra de Stirner; ya se ha mencionado que uno de sus primeros
objetivos es el Estado e igualmente arremeterá contra el liberalismo.
Del mismo modo, el pensamiento estirneriano no desemboca en un
solipsismo antropológico que imposibilite la sociedad; apuesta por la
afectividad, la sensualidad natural y por una afirmación de la identidad
que renuncia al aislamiento y busca la unión con otros egoístas.
Para llegar tan lejos, Stirner pide una crítica permanente a toda la
moral heredada e interiorizada, que no transija ante nada y que abra el
camino a una nueva sensualidad. Esta nueva conciencia del único
sobre su personalidad anulará toda alienación, substituirá el Estado por
la potencia del individuo, la sociedad por la libre unión y el
humanismo por el placer particular.
Frente a todos
aquellos que repudian a Stirner, e incluso parecen temer su pensamiento,
vertiendo toda suerte de etiquetas cuestionables sobre él, hay que
decir que resulta significativo que ello se produzca con tanta asiduidad
incluso en la actualidad. El único y su propiedad es un mazazo
feroz a todo lo instituido y a todo prurito reaccionario, una obra
comparable a algunas otras que sacudieron el tiempo en que se publicaron
y que fueron en un principio lógicamente negadas. Frente a tanto
colectivismo, tanta enajenación y tanta manipulación intelectual, obras
como la de Stirner son tremendamente necesarias para comprender la
cantidad de falsedades que, permanentemente, tratan de seducir al
individuo e impiden el desarrollo de su personalidad y de su conciencia.
La destrucción de lo sacro
Stirner, en su espectacular obra El único y su propiedad,
critica a Feuerbach y la consideración de cambiar a Dios por una
supuesta divinidad inmanente al hombre. Ello supondría otra manera de
desterrarnos nosotros mismos al buscar una esencia divina que nunca
encontraremos en nuestro interior. Antes que Nietzsche, Stirner trata de
destruir todo el edificio cristiano, el cual no observa como un ideal
que haya que atraer a la realidad terrenal. Feuerbach quiere acabar con
Dios, sí, pero para traernos al Hombre con mayúsculas (aunque hay que
recordar que todos los sustantivos se escriben en mayúscula en alemán,
por lo que la traslación al castellano es ambigua), como gran ideal o
abstracción. Para Stirner, la "esencia suprema" que Feuerbach desea
arrebatar a los cielos y traer a la tierra continúa siendo eso, una
esencia, no la realidad concreta del individuo. La esencia, que Stirner
también denomina Espíritu, es algo muy diferente del yo. El Espíritu
representa un mundo ilusorio, el mundo de las ideas, de lo sagrado, y
que ese "algo sagrado" sea tan humano como se quiera, incluso lo humano
mismo, no representa diferencia para Stirner. El egoísta de Stirner no
puede buscar ningún ser superior, ya sea en el cielo o en la tierra, y
si realiza tal cosa lo hará negando su propio yo; incluso, aquel al que
puede denominarse "egoísta involuntario", es el que no reconoce que él
mismo es su creador y su creación, es incapaz de ver que lo que cree un
ser extraño es su propio "ser superior". Lo sagrado es algo ajeno al yo
(al individuo), y por eso Stirner no puede concebir que la absurda idea
de Dios adoptara en su tiempo otra forma más popular y seductora (como puede ser la "humanidad", "todos los hombres", etc.). Lo que se pretende es
desterrar, de veras, toda idea de lo sacro, de un ser supremo, adopte la
forma que adopte. Incluso, los ateos han recibido la feroz crítica de
Stirner al esforzarse en mostrar la inexistencia de Dios y cambiar su
idea por cualquier otra, como el Hombre, que acaba siendo el nuevo ser
supremo.
La dependencia de "algo superior", por muy
extendida que esté en el mundo, es tremendamente dañina; incluso,
Stirner se permitió señalar la obsesión idealista como una patología
siquiátrica. Se trata de estar esclavizado por una idea fija (la verdad
religiosa, la majestad, la virtud, la legalidad...) sin someterla jamás
al escalpelo de la crítica. Esa idea obsesiva es, para Stirner, lo
verdaderamente sagrado que hay que destruir. Los creyentes, los
dogmáticos, aunque se hayan desprendido de la idea de Dios y se
presenten como ilustrados, son profundamente intolerantes. Aquellos
herejes contra las viejas creencias son bien vistos en la nueva época,
mientras que los nuevos herejes contra nuevas creencias vuelven a ser
perseguidos. Stirner señala la moral como fuente de nuevos dogmatismos y
ataca a Proudhon por el siguiente aserto: "Los hombres están destinados
a vivir sin religión, pero la moral es eterna y absoluta". Resulta
curioso que dos pensadores tan diferentes, e incluso opuestos en muchos
aspectos, sean reivindicados por la tradición ácrata; a nuestro modo de ver
las cosas, tal cosa demuestra la oposición de las ideas anarquistas al
dogma, al absolutismo, por lo que está asegurada su constante
vigorización y actualidad. En respuesta a Stirner, la moral es algo
inherente al ser humano, por lo que se trata de darle un contenido
concreto verdaderamente humano, que él considera que parte del
individuo, pero que halla su antinomia en lo social; el verdadero
enemigo es, efectivamente, lo sagrado, el ser supremo en el nombre del
cual se imponen tantas cosas y se mantienen tantas aberraciones.
Stirner, algo que le convierte en un pensador de una modernidad
(o posmodernidad) indudable, considera que es la esencia, ya sea
trascendente o inmanente, la que esclaviza al ser humano.
La
propia etimología de la palabra religión alude a lazo, a la
dependencia, aunque Stirner recuerda que tantas veces se nos quiere
presentar su significado positivo como "libertad espiritual". Esta
libertad del espíritu, de las ideas, que parece en determinadas épocas
no ser ya monopolio de la creencia religiosa, adopta nuevas
manifestaciones con la inteligencia, la razón o el pensamiento en
general. Para Stirner, solo el egoísta consciente es capaz de ver lo
pernicioso de esa radiante espiritualidad, de ese entusiasmo por lo
ideales. En definitiva, el auténtico ateísmo para Stirner sería negar,
no solo a Dios, también a cualquier idea sacralizada y ello hay que
realizarlo en el nombre de la auténtica realidad y el verdadero valor:
el individuo. El yo, el "único", es singular e irrepetible, la auténtica
medida de todas las cosas, por lo que no puede ser esclavo de ninguna
idea abstracta. El único funda su causa sobre sí mismo, aunque es capaz
también de amar a los demás hombres, no lo hace por imposición, sino por
que le hace verdaderamente feliz. El pensamiento de Stirner es tan
demoledor como espectacular, es tan antiesencialista y antiautoritario,
tan contrario a todo idealismo y toda metafísica, que da la impresión de
que puede satisfacer tanto como incomodar, no dejando a ningún lector
indiferente. Resulta paradójico que haya quien vea en Stirner un liberal
a ultranza, cuando puede comprobarse fácilmente que toda su obra está
plagada de ataques a los liberales y al Estado. Precisamente, el Estado
no es para Stirner más que otro sustituto de Dios, del ser supremo o de
la idea fija. No es extraño que los que lo hayan reivindicado, y sigan
haciéndolo, de verdad sean los anarquistas, por muy antisocial que
parezca la propuesta estirneriana (y ello solo, tal vez, desde una
visión muy superficial).
La influencia de Stirner
Como no hay pruebas palpables de dicha influencia, solo pueden hacerse conjeturas o aceptar el testimonio del amigo de Nietzsche Overbek. Parece que solo a partir de Humano, demasiado humano Nietzsche da importancia a los valores individuales. Como puntos en común entre ambos autores, se encuentra la crítica a la moral como egoísmo inconsciente, el rechazo al imperativo categórico kantiano, la crítica a la religión, a todo lo sobrenatural y al dualismo cuerpo/alma. Otra analogía entre Stirner y Nietzsche se encuentra en el método utilizado para señalar los falsos valores, usando la genealogía y la desmitificación, aunque acaben dando respuestas diferentes. En efecto, el superhombre nietzscheano presenta rasgos elitistas y selectivos, mientras que el yo de Stirner, autosuficiente, reconoce esa particularidad en cada individuo. Es lógico que el pensamiento aristocrático, que presenta Nietzsche a menudo junto a otros rasgos liberadores muy interesantes, causan un rechazo mayor que el solipsismo moral de un Stirner, pese a todo más reivindicable desde el punto de vista libertario.
El antes mencionado Giménez Igualada, profundo admirador de la obra de Stirner, llegaría a señalar a Sócrates, Platón y Aristóteles como precursores del monoteísmo, y por lo tanto enterradores de "todo cuanto al individuo pertenece". Tal y como lo ve este autor, Stirner vendría a ser heredero de ciertos filósofos presocráticos, los cuales trataron de poner el mundo al servicio del hombre, para lo cual se eleva hasta el cielo para observar los numerosos fantasmas, como Dios, que ha creado el ser humano. La asociación que propone Stirner es de individuos autónomos, verdaderos anarquistas para Giménez Igualada, ya que no aceptan ninguna fuerza exterior que les gobierne y renuncian a imponer su voluntad a nadie. Solo entre estos individuos con conciencia de ser únicos puede haber entendimiento y comprensión, y solo entre ellos puede disfrutarse de la verdadera libertad. Tal y como lo expone Giménez Igualada, la visión estirneriana no contradice la sociedad libertaria, sino que la confirma. Esta asociación entre egoístas no niega tampoco el trabajo, sino únicamente el trabajo para provecho ajeno; Stirner invita a trabajar para provecho de uno mismo, a ser consciente de la más hermosa propiedad, que es uno mismo, y desde ese punto de vista se aceptará la asociación entre iguales y existirá todo un camino para recorrer juntos. El nihilismo de Stirner no es simplemente negativo, aunque no deje títere con cabeza entre lo instituido y lo doctrinario, ya que anuncia una nueva y poderosa moral que nace de la asociación entre hombres libres. La nada reivindicada por Stirner no es en absoluto estéril, es una nada que convierte al individuo en creador de su propio destino.
Todos los pensadores anarquistas, incluso alguno que parecen estar en las antípodas, como es el caso de Kropotkin, tienen algo en común con Stirner: la confianza en la evolución, la búsqueda de la satisfacción, de la felicidad, de una vida plena. Es verdad que los padres del anarquismo, creadores de poderosas filosofías sociales, no están a priori en la línea de Stirner, aunque es cierto que las ideas libertarias siempre han colocado al individuo como valor supremo. Para Bakunin, la sociedad es previa al individuo y la libertad de uno mismo solo se confirma con la libertad del resto de individuos; para Stirner, solo el individuo plenamente consciente de su particularidad puede generar una asociación entre iguales. No solo no son visiones antagónicas, sino que pueden observarse como complementarias, una tensión permanente por parte del individuo para reivindicar su faceta más creativa frente a las convenciones y la hipocresía social
Por y contra Stirner
Así se llama un libro de Carlos Díaz, publicado por Zyx en 1975. Recordemos que Díaz es un filósofo y ensayista que apostó por la proximidad entre el anarquismo y el personalismo de Emmanuel Mounier. Dejaremos para otro momento esta cuestión de un supuesto anarcopersonalismo, aunque Díaz cita continuamente a Mounier en sus análisis, incluso en algún momento en la obra que ahora nos ocupa, y parece ser que en la actualidad continúa en esa línea. Tal y como muestra su título, trata de recordar al autor de El único y su propiedad sin caer en apologética alguna. Alguna voz, incluso supuestamente desde cierta posición libertaria, defenestra a Stirner acusándole de las mayores barbaridades y desconociendo o tergiversando su pensamiento. Las lecturas sobre lo que se dice en El único y su propiedad son tan diversas y disparatadas que, tal y como ocurrió con Nietzsche, se le ha acusado hasta de gestar el fascismo. La polémica llega hasta hoy, cuando se acusa a Stirner de justificar el Estado liberal, por el contrario, tal y como hemos insistido, su obra empieza y acaba por demoler, tanto el Estado como el liberalismo. Stirner distingue tres vertientes del liberalismo dentro de un mismo género: el político, que puede llamarse simplemente liberalismo, busca la libertad del Estado; el social, que busca lograr la libertad en el seno de la sociedad, y el humanitario, que atiende especialmente a la libertad del hombre. La crítica que realiza a los tres tipos estriba en el sacrificio que realiza de la soberanía personal en aras de la nación-Estado, de la voluntad social o de cualquier pensamiento abstracto.
Como es sabido, Stirner aboga por buscar cada uno su bien en sí mismo e incluso puede entenderse que realiza cierta crítica a la enajenación del trabajo, cuando señala la deformación que supone para el obrero el progreso tecnológico en la sociedad industrial, aunque su conclusiones son más bien antitéticas a las de cualquier autor socialista. El alemán dispara contra toda concepción del "deber social", sea en nombre del Estado, de un partido político o de cualquier forma de comunismo: "El bello sueño de un deber social es hoy todavía el ensueño de muchas gentes, y se imaginan que dándonos la sociedad aquello que necesitamos estamos obligados a ella, que se lo debemos todo. Se persiste en la voluntad de servidumbre a un dispensador supremo de todo bien". A pesar de que en algunos extractos de El único y su propiedad se niega toda concepción del bien y del mal que no esté fundada en el egoísmo personal, en otros momentos se encuentran pasajes auténticamente estimulantes y constructivos. Así es cuando critica el antiguo maniqueísmo, el maquiavelismo de medios/fines, lo cual podría ser interpretable como que ya está apostando por una innovadora y sincera moral, o cuando critica una moralidad fundada en la legalidad (una mera fachada, una falsa devoción). En última instancia, Stirner considera que la moral es un invento de la burguesía, la nueva clase dominante. Por supuesto, perecerán las viejas concepciones de lo bueno y de lo malo, que son para Stirner las dos caras de la misma moneda, y nacerá una nueva moral fundada en el egoísta que no sucumbe ante ninguna fuerza externa.
Carlos Díaz señala lúcidamente que no es posible arrojar a Stirner al vertedero de la historia cuando el mundo, tal y como está concebido, se basa en la hipocresía de falsas concepciones del amor entre pueblos y naciones. Cuando Stirner critica el principio del amor como mero alivio de las clases oprimidas nos recuerda la concepción de Marx sobre la religión como opio del pueblo. Es un ataque furibundo contra todo idealismo, como subproducto de unas determinadas condiciones materiales, para Marx, o del sacrificio del individuo, para Stirner. Frente a todo idealismo vocacional, el pensamiento estirneriano pide al individuo que reconozca su propio yo omnipotente, aunque en última instancia se sea consciente de lo limitado y perecedero de la existencia humana, de ahí su famosa frase: "He fundado mi causa en nada". En la superficie, Stirner niega cualquier pretensión moralizante, pero es posible interpretar una nueva moral al denunciar toda una desviación histórica y cultural, y tratar de derruir toda abstracción que sacrifique el yo individual. El altruismo, que Stirner naturalmente no niega en la práctica (aunque sí considera que nunca es desinteresado), no sería más que un egoísmo encubierto, un deseo de trabajar en primer lugar para uno mismo. Por supuesto, este punto de vista de Stirner resulta cuanto menos discutible desde muchos puntos de vista: si consideramos dudoso que exista alguna esencia innata en el hombre, si aceptamos lo obvio de la necesidad de la asociación y la cooperación o al observar las diversas orientaciones antropológicas. En cualquier caso, la filosofía estirneriana es tremendamente útil para salvar la libertad personal y para escapar del conformismo dentro de alianzas temporales buscadas solo por la propia conveniencia de los individuos. El conformismo es sinónimo de una falsa humildad, de humillación y austeridad, análisis en el que se ve que Stirner adelantar una critica feroz al cristianismo.
Realiza Díaz un alegato moral, a favor y en contra de Stirner, en el que no puede reprochársele no poner toda la carne en el asador. Las críticas a Stirner que realiza han sido asumidas dentro del anarquismo, como es el caso de la fuerza de la clase trabajadora, la cual es atacada a veces en El único y su propiedad por temor a la creación de un nuevo altar social en el que el individuo se viera sacrificado. Parece que Stirner fue fiel a sí mismo también en su carencia de una visión científica y analítica de mayor envergadura, en muchos aspectos es posible que fuera su propio mundo el que le condicionó en su pensamiento. Como a Díaz, nos fascina Stirner y lo defendemos en gran medida, porque en última instancia se trata de ideas que hacen de contrapeso a un necesario análisis social y político de mayor calado. El individualismo insolidario en la sociedad actual, más producto de la enajenación que de cualquier otra cosa, poco tiene que ver con lo proclamado por Stirner. Precisamente, es deseable que cada individuo emprenda la búsqueda de un autonomía basada en una identidad en permanente construcción y cuestionamiento de toda fuerza externa que la enajene. Carlos Díaz, y estamos con él, apuesta por un nivel superior de egoísmo, un egoísmo solidario que adquiere una dimensión social, a la vez sana y enferma, pero real y deseable.
Enlace a la edición de El único y su propiedad de Utopía Libertaria.
2 comentarios:
Buenisimo el analisis de este gran libro. Muy recomendable su lectura
¡Gran análisis! Me gustaría saber qué traducción es recomendable leer; este libro tiene muchos traductores en diferentes ediciones, que sinceramente no sé cuál sea el más idóneo. Espero tu respuesta.
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