domingo, 1 de mayo de 2016

La ciencia y la ética

En Religión y ciencia, Bertrand Russell daba a priori la razón a los que consideran que la ciencia no tiene nada que decir sobre los valores. Sin embargo, aclaraba que no estaba de acuerdo con deducir de ello que la ética contiene verdades que no pueden ser probadas o refutadas por la ciencia.

Tradicionalmente, el estudio de la ética consta de dos partes: la que concierne a las reglas morales y la que se ocupa de lo que es bueno por sí mismo. La historia de la humanidad puede observarse, desde el punto de vista de la ética, como una evolución de una situación en la que las reglas de conducta son importantes hasta otra en la que se da más importancia a la reflexión y a los estados del "espíritu". Para los místicos y religiosos, suponemos que para los sinceros, las reglas externas les parecerán solo adaptables a las circunstancias y valoran más una buena conducta que mane del interior del individuo. Una de las formas de evitar las reglas externas fue la creencia en la "conciencia"; según la visión religiosa, Dios habría puesto en cada corazón humano lo que es recto y solo hay que escuchar la voz interior. Russell recuerda que hay, al menos, dos dificultades para esta teoría: primero, que la llamada conciencia parece decir cosas diversas a cada hombre, después, la sicología ha ido dando respuestas a los distintos sentimientos de cada individuo. Como buen científico, Russell apela a las leyes causales para comprender por qué existe tanta diversidad en lo que motiva la conciencia. Mediante la intronspección, hay veces que los sentimientos parecen misteriosos, al haber olvidado como se originaron, y no resulta raro que tantas personas a lo largo de la historia hayan considerado que eran un producto divino. Russell considera que la conciencia es un producto de la educación, algo con lo que estamos de acuerdo en gran medida, y puede ser dirigida a un lugar o hacia otro a conveniencia del educador. Para liberar a la ética de unas reglas externas, hay que poner en duda la visión religiosa sobre la conciencia.

En el terreno de la filosofía, también han existido intentos de subordinar las reglas de conducta en cuestiones moral. Para ello, se ha definido el Bien como aquello deseable, independientemente de sus consecuencias. De ello se infiere que lo deseable es aquello que promueve ese gran concepto del Bien. Las dificultades para esta concepción absolutista de lo que es bueno son obvias, ya que de la mayoría de los actos derivan cosas malas y deseables a la vez. Hay muchos autores que han elaborado diferentes concepciones del bien: basadas en el conocimiento, en el amor de Dios, en el amor universal, en el goce de la belleza, en el placer... Todas ellas dan lugar a grandes dificultades, como parece obvio. Desde un punto de vista "científico", sin embargo, pueden aducirse pruebas por un lado o por otro para definir las consecuencias de un comportamiento. Para una concepción absolutista del Bien, no existen pruebas definitivas que nadie pueda presentar y solo parecen tener cabida argucias emocionales para convencer a los demás. Russell sostiene algo muy importante, y a pesar de su constante apelación a la ciencia, interesará a los posmodernos: los "valores", efectivamente, están fuera del terreno de la ciencia, como son ajenos incluso al conocimiento, ya que solo dan expresión a las emociones de cada individuo. Desde este punto de vista, la afirmación de que algo tiene "valor" no sería un hecho cierto sin más, al margen de nuestros sentimientos personales. Para aclarar esto, hay que analizar la idea del Bien.

A priori, la idea de lo bueno y de lo malo parece tener alguna conexión con el "deseo". En una primera apariencia, puede ser que lo que deseamos sea "bueno" y lo que tememos, "malo". Naturalmente, la dificultad comienza al comprobar que hay tanta variedad en los deseos de los individuos. La ética podría definirse como un intento de escapar a esa subjetividad, aunque con evidentes dificultades. Los argumentos que se presentan para decidir lo que es "deseable" pueden ser diversos, por un lado o por el contrario, buscando aliados constantemente. De hecho, Russell considera que la ética está muy vinculada a la política, si entendemos ésta como el intento de un individuo para hacer que sus deseos se conviertan en los de su grupo. En este sentido, podemos dar un significado grupal a la ética, siempre y cuando los deseos de cada individuo sean cosas que todos pueden gozar en común. El intento individual para elevar el deseo propio a categoría universal se puede intentar desde dos puntos de vista: el del legislador y el del predicador. Dentro del Estado, el legislador elaborará un código moral conforme a los fines que él valore, según el cual los hombres se sentirán malos si persiguen propósitos diferentes; la "virtud" se convertirá, dejando a un lado la cuestión subjetiva, en una sumisión a los deseos del legislador. El predicador, si no cuenta con una institución de su lado, apelará con mayor frecuencia a las emociones para que sus deseos se conviertan en los de la mayoría.

Podemos decir que la ética no contiene afirmaciones, sino deseos, por lo que siempre existirá una tensión entre los sentimientos del individuo y el deseo de elevarlos a categoría universal. La ciencia no puede contener sentencias éticas, pero sí puede examinar las causas de los deseos y los medios para realizarlos. No existen argumentos para probar que esto o aquello tiene un valor intrínseco, por lo que hay que aceptar que las diferencias son de gusto y no existe una verdad objetiva. Esta doctrina "subjetivista" tiene varias consecuencias, siendo la más evidente que se anulan conceptos religiosos como "pecado" o "virtud", ya que ello solo puede ser valorado como bueno o malo por los seres humanos en función de las circunstancias. Siguiendo con la visión religiosa, aquellos que sostienen que existe cierto "propósito cósmico" criticarán esta teoría contraria a toda objetividad y absolutismo, y esa creencia les llevará incluso a aceptar lo que es más pernicioso como parte de un plan divino. Desde un punto de vista biológico, los valores son también producto de la evolución, entendidos como lo que resulta de agrado o desagrado respecto al ambiente, aunque ningún propósito original se deduce de ello. En un terreno filosófico y ético, los valores, entendidos como lo que es bueno para un conjunto de personas, se defienden de forma más firme aceptando que solo pertenecen a un plano de actuación humano.

Por supuesto, los partidarios de valores "objetivos" argumentarán las consecuencias inmorales que (supuestamente) se derivan de todo este relativismo. Se trata de un razonamiento, tan pertinaz, como defectuoso. Claro que se derivan consecuencias de la concepción subjetiva de los valores, pero no se deduce necesariamente ningún debilitamiento moral de índole general. Si se pretende que las obligaciones morales influyan en la conducta, hay que apoyarse con más fuerza en el deseo que en la creencia. Como dice Russell, existen deseos que no son puramente personales, pero en caso de no tenerlos, ninguna enseñanza influirá en nuestra conducta exceptuando el miedo a no ser aprobado. Es posible que gran parte de la vida que admiremos sea producto de deseos impersonales; sin embargo, esos deseos pueden ser estimulados por el ejemplo, la educación y el conocimiento, y apenas lo serán por una creencia abstracta en lo que es correcto. Es tarea de una organización social sabia crear armonía entre el interés propio y el general, aunque pueden existir individualidades capaces de tener unos deseos morales vigorosos e influir sinceramente sobre el grupo al tener esa aspiración universal. Algo tan general como la felicidad general no necesita una sanción de un concepto absoluto del bien, ni se convierte en algo irracional al estar basado en deseos individuales. En este sentido, los deseos no son en sí mismos racionales o irracionales; sencillamente, pueden entrar en conflicto con otros deseos y conducir a la infelicidad, o pueden ser negados por otras personas y no ser satisfactorios. Russell apela, por lo tanto, a los deseos grandes y generosos, además de por las teorías morales; ello es porque éstas nada significarían sin el deseo de elevarlas a una categoría universal.

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