El camino fácil, y de consecuencias terribles de forma reiterada, para cualquier otra opción política es la conquista del poder. El reto para el movimiento anarquista es propagar en las personas un deseo de libertad, entendida como negación de toda estructura jerárquica y de dominación, los vínculos sociales deben ser fundamentalmente éticos, el apoyo mutuo y la solidaridad.
Una de las divergencias más grandes, y seguramente irreconciliables, entre marxismo y anarquismo es la negación de este en adaptar la práctica a la teoría. Es lo que podemos llamar libre examen y libre experimentación en el anarquismo. Frente a toda teoría definida e inmovilista, se da predominancia a la práctica y a la acción en las ideas libertarias. En una tradición que se remonta al viejo Heráclito,y que recogerá Bakunin en la modernidad, se considera que "todo es movimiento". No existen, o no deberían existir, escuelas, dogmas y conductores ideológicos o espirituales en el anarquismo, todas sus posibilidades estriban en las condiciones posibles para la autogestión y la ética en una determinada comunidad. Si la política es más cuestión del contexto social, el anarquismo otorga el mismo peso, o incluso mayor, a la cuestión ética. Ética identificada fundamentalmente con apoyo mutuo y solidaridad, conceptos que solo cobran sentido en la práctica. En cualquier caso, el anarquismo puede considerarse como la propuesta ético-política, de raíces amplias y difusas, con mayor peso en la modernidad. Ambos conceptos resultan indisociables para construir una noción de libertad profundamente crítica con toda forma de dominación. Frente a las continuas disquisiciones sobre lo que es el poder para diferenciarlo de la capacidad y autonomía (por ello, preferimos llamarlo 'dominación' para escapar de la deriva polisémica), tal vez el anarquismo tenga su gran baza en su negación a concebir la sociedad también como algo cerrado y ordenado para siempre (al igual que la teoría). Es por eso que la frase clásica "la anarquía es la máxima expresión del orden", a pesar de su atractivo teórico y propagandístico, resulta más que cuestionable.
El proponer el anarquismo una profunda conexión e importancia entre la ética y la política conlleva varias aclaraciones. Una de los más habituales son los interrogantes acerca de la condición humana, no algo esencialista y dado para siempre, sino producto de unos determinados modos de pensar y de prácticas históricas. Aclarado esto, resulta importante romper de una vez por todas con esas ingenuas e interesadas visiones religiosas acerca de la naturaleza del ser humano. Es una concepción que nos ata a mitos del pasado (con su especial evolución y relevancia en la modernidad hasta conformar el democrático Estado-nación, que no es más que otra forma de legitimar el poder político). Los anarquistas insistieron siempre en que la condición humana remite ineviblemente, para bien o para mal, al contexto social. Si podemos desarrollar nuestras capacidades, de forma activa e innovadora, es si la sociedad lo permite. Toda forma de individualismo que hable de seres aislados (o que considere la riqueza material como la única posibilidad de desarrollo, como el liberalismo) resulta una falacia, el anarquismo observa la comunidad como una conexión entre individuos gracias al apoyo mutuo y a la solidaridad. Si de verdad creemos en la libertad hay que pensar en el individuo, pero también en la sociedad (conjunto de individuos).
Por otra parte, en la sociedad siempre van a existir conflictos, aunque se trate de reducirlos lo máximo posible, y por supuesto se niega toda forma de estructura jerárquica como solución para ellos. La existencia de problemas no legitima el poder político, ni ningún otro tipo de dominación, por lo que se confía en la estructura horizontal, la comunidad de libres e iguales, para resolverlos. Desde su nacimiento, el anarquismo ha pretendido entonces acabar con el poder político, el Estado, aunque tal vez hay una mejor manera de expresarlo en la actualidad. Por la predominancia que se da a la ética, se desea potenciar la sociedad civil al máximo; es por eso que hablamos de la conexión entre ética y política para la final disolución de cualquier forma de Estado en la sociedad. Recordemos, una vez más, que a pesar de tantas veces etiquetarse el anarquismo como antipolítico, lo que en realidad se desea es acabar con el poder político; en realidad, a lo que es contrario es a batirse en un terreno de conquista por el poder (una concepción de la política, ya antigua, que le es ajena). Frente a la unidad totalizadora (el Estado), se quiere la fragmentación y la pluralidad, lo cual lleva al anarquismo a campos inevitablemente dificultosos, pero de una actualidad y un futuro innegables.
Una de las divergencias más grandes, y seguramente irreconciliables, entre marxismo y anarquismo es la negación de este en adaptar la práctica a la teoría. Es lo que podemos llamar libre examen y libre experimentación en el anarquismo. Frente a toda teoría definida e inmovilista, se da predominancia a la práctica y a la acción en las ideas libertarias. En una tradición que se remonta al viejo Heráclito,y que recogerá Bakunin en la modernidad, se considera que "todo es movimiento". No existen, o no deberían existir, escuelas, dogmas y conductores ideológicos o espirituales en el anarquismo, todas sus posibilidades estriban en las condiciones posibles para la autogestión y la ética en una determinada comunidad. Si la política es más cuestión del contexto social, el anarquismo otorga el mismo peso, o incluso mayor, a la cuestión ética. Ética identificada fundamentalmente con apoyo mutuo y solidaridad, conceptos que solo cobran sentido en la práctica. En cualquier caso, el anarquismo puede considerarse como la propuesta ético-política, de raíces amplias y difusas, con mayor peso en la modernidad. Ambos conceptos resultan indisociables para construir una noción de libertad profundamente crítica con toda forma de dominación. Frente a las continuas disquisiciones sobre lo que es el poder para diferenciarlo de la capacidad y autonomía (por ello, preferimos llamarlo 'dominación' para escapar de la deriva polisémica), tal vez el anarquismo tenga su gran baza en su negación a concebir la sociedad también como algo cerrado y ordenado para siempre (al igual que la teoría). Es por eso que la frase clásica "la anarquía es la máxima expresión del orden", a pesar de su atractivo teórico y propagandístico, resulta más que cuestionable.
El proponer el anarquismo una profunda conexión e importancia entre la ética y la política conlleva varias aclaraciones. Una de los más habituales son los interrogantes acerca de la condición humana, no algo esencialista y dado para siempre, sino producto de unos determinados modos de pensar y de prácticas históricas. Aclarado esto, resulta importante romper de una vez por todas con esas ingenuas e interesadas visiones religiosas acerca de la naturaleza del ser humano. Es una concepción que nos ata a mitos del pasado (con su especial evolución y relevancia en la modernidad hasta conformar el democrático Estado-nación, que no es más que otra forma de legitimar el poder político). Los anarquistas insistieron siempre en que la condición humana remite ineviblemente, para bien o para mal, al contexto social. Si podemos desarrollar nuestras capacidades, de forma activa e innovadora, es si la sociedad lo permite. Toda forma de individualismo que hable de seres aislados (o que considere la riqueza material como la única posibilidad de desarrollo, como el liberalismo) resulta una falacia, el anarquismo observa la comunidad como una conexión entre individuos gracias al apoyo mutuo y a la solidaridad. Si de verdad creemos en la libertad hay que pensar en el individuo, pero también en la sociedad (conjunto de individuos).
Por otra parte, en la sociedad siempre van a existir conflictos, aunque se trate de reducirlos lo máximo posible, y por supuesto se niega toda forma de estructura jerárquica como solución para ellos. La existencia de problemas no legitima el poder político, ni ningún otro tipo de dominación, por lo que se confía en la estructura horizontal, la comunidad de libres e iguales, para resolverlos. Desde su nacimiento, el anarquismo ha pretendido entonces acabar con el poder político, el Estado, aunque tal vez hay una mejor manera de expresarlo en la actualidad. Por la predominancia que se da a la ética, se desea potenciar la sociedad civil al máximo; es por eso que hablamos de la conexión entre ética y política para la final disolución de cualquier forma de Estado en la sociedad. Recordemos, una vez más, que a pesar de tantas veces etiquetarse el anarquismo como antipolítico, lo que en realidad se desea es acabar con el poder político; en realidad, a lo que es contrario es a batirse en un terreno de conquista por el poder (una concepción de la política, ya antigua, que le es ajena). Frente a la unidad totalizadora (el Estado), se quiere la fragmentación y la pluralidad, lo cual lleva al anarquismo a campos inevitablemente dificultosos, pero de una actualidad y un futuro innegables.
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