Todd May, para los amantes de las etiquetas, es un propulsor del llamado postanarquismo, cuyo prefijo pretende diferenciarlo del anarquismo clásico (ya etiquetado a su vez por el añadido de un apelativo, por lo que somos partidario de hablar de anarquismo sin más). Veamos, en esta ocasión, lo más importante, algo de las propuestas de May.
Este autor considera, y no podemos estar más de acuerdo con él, en que lo que convierte al anarquismo en actual e innegablemente atractivo es su permanente crítica antiautoritaria en todos los ámbitos de la vida. Si el poder está en todas partes, tal y como dijo Foucault, la necesidad de crítica y reflexión debe también estarlo. Por lo tanto, May considera que no hay que focalizar la lucha, de una manera totalizadora, contra el Estado y el capitalismo; si finalmente desapareciera, ello nos abriría la puerta a una sociedad utópica, pero resulta una solución demasiado sencilla digna de crítica y reflexión previas. Hay que comprender cómo el poder, poliédrico, conduce nuestras vidas; no es reducible ese análisis, por lo tanto, a una única instancia ni a una sola operación. La práctica libertaria, desde este punto de vista, es resultado de una reflexión y profundización en cómo la dominación se produce a nivel cotidiano. Recordemos que ya Bakunin se opuso a toda forma de representación política, ya que se consideraba esa cesión de poder como una invitación al abuso.
Este autor considera, y no podemos estar más de acuerdo con él, en que lo que convierte al anarquismo en actual e innegablemente atractivo es su permanente crítica antiautoritaria en todos los ámbitos de la vida. Si el poder está en todas partes, tal y como dijo Foucault, la necesidad de crítica y reflexión debe también estarlo. Por lo tanto, May considera que no hay que focalizar la lucha, de una manera totalizadora, contra el Estado y el capitalismo; si finalmente desapareciera, ello nos abriría la puerta a una sociedad utópica, pero resulta una solución demasiado sencilla digna de crítica y reflexión previas. Hay que comprender cómo el poder, poliédrico, conduce nuestras vidas; no es reducible ese análisis, por lo tanto, a una única instancia ni a una sola operación. La práctica libertaria, desde este punto de vista, es resultado de una reflexión y profundización en cómo la dominación se produce a nivel cotidiano. Recordemos que ya Bakunin se opuso a toda forma de representación política, ya que se consideraba esa cesión de poder como una invitación al abuso.
Desgraciadamente, por lo que he podido comprobar al leer sobre Todd May, sus cuestiones y reflexiones, o al menos las que hacen a veces terceras personas, parecen víctimas de un prejuicio. Sus conclusiones son interesantes, pero se parte de la premisa falsa de que existe en la visión anarquista clásica una condición, supuestamente buena, de la naturaleza humana. Ya hemos expuesto esto en otras ocasiones, nunca ha habido una afirmación tan categórica en el anarquismo y siempre se ha insistido en las condiciones ambientales para la maleabilidad del ser humano. Es en base a este prejuicio, tal vez, que se realiza una separación radical entre el anarquismo clásico y lo que se ha venido a llamar anarquismo posmoderno. En cualquier caso, lo importante de la cuestión, es que el anarquismo, lejos de cualquier visión esencialista sobre la condición humana (recuperable, por lo tanto) insiste en las condiciones éticas adecuadas para que podamos desenvolvernos socialmente. Así lo dice May, pero antes lo dijeron muchos otros anarquistas.
Según la visión anarquista, lejos de proponer un programa político totalizador, son los propios protagonistas en situaciones concretas los que deben tomar sus propias decisiones. Los cambios propuestos en determinadas circunstancias deben ser llevados a cabo, si lo decimos con otras palabras, por los propios afectados. Para May, conceptos como "pueblo", resultan demasiado abstractos y limitadores, hay que hablar de actores concretos en situaciones concretas. Así, los cambios producidos, su profundidad e incidencia real, serán finalmente producto de un análisis muy concreto de cómo opera el poder en un ámbito social. May, junto a todo el pensamiento posmoderno, es reacio al término "revolución", por ser demasiado totalizador y sospechoso de un mero cambio de manos en el poder (y, consecuentemente, de una nueva forma de dominación). Incluso, la habitual dicotomía entre revolución o reforma desaparece, según esta visión, ya que se preconiza un cambio real producto de las reflexiones acerca de cómo y cuánto debe realizarse.
Todo esto, por supuesto, no supone que no haya que luchar por la eliminación de las instituciones represivas, pero sin fórmulas simplistas ni un afán totalizador siempre cuestionable. Además de en esa lucha contras las instituciones, hay que incidir en prácticas muy concretas contra el sexismo, el racismo, la opresión económica, etc., determinadas por la experiencia y el análisis de los propios afectados. Las ideas anarquistas son muy atractivas, pero necesitan de una práctica real o las alejamos de nuestra cotidianidad. El anarquismo debe cuestionar siempre el sometimiento de las personas a un ideal, ya que ello conlleva el peligro de la anulación de nuestra capacidad de reflexión crítica sobre situaciones concretas.
Es por esto que tantas veces decimos que el anarquismo no es una ideología (entendida como un agente externo al propio individuo); si así fuere, sería identificable con una fórmula abstracta que, como cualquier otra, propone soluciones desde arriba. May propone, en lugar de esas fórmulas abstractas, análisis precisos de cómo se produce la opresión. El anarquismo no es una ideología, como hemos dicho, ya que no constituye una forma de representación; por lo tanto, no se construye sobre una serie de conceptos cerrados y dados para siempre. Son (somos) los oprimidos los que deben decidir cómo liberarse, pero no en base a una teoría general y preestablecida. El peligro de la abstracción, algo sobre lo que en mi opinión siempre han advertido los anarquistas, obliga a una práctica de liberación concreta y muy real. No sabemos si la sociedad anarquista será o no posible algún día, pero sí que estamos obligados a abrir espacios de libertad para lograrla.
Según la visión anarquista, lejos de proponer un programa político totalizador, son los propios protagonistas en situaciones concretas los que deben tomar sus propias decisiones. Los cambios propuestos en determinadas circunstancias deben ser llevados a cabo, si lo decimos con otras palabras, por los propios afectados. Para May, conceptos como "pueblo", resultan demasiado abstractos y limitadores, hay que hablar de actores concretos en situaciones concretas. Así, los cambios producidos, su profundidad e incidencia real, serán finalmente producto de un análisis muy concreto de cómo opera el poder en un ámbito social. May, junto a todo el pensamiento posmoderno, es reacio al término "revolución", por ser demasiado totalizador y sospechoso de un mero cambio de manos en el poder (y, consecuentemente, de una nueva forma de dominación). Incluso, la habitual dicotomía entre revolución o reforma desaparece, según esta visión, ya que se preconiza un cambio real producto de las reflexiones acerca de cómo y cuánto debe realizarse.
Todo esto, por supuesto, no supone que no haya que luchar por la eliminación de las instituciones represivas, pero sin fórmulas simplistas ni un afán totalizador siempre cuestionable. Además de en esa lucha contras las instituciones, hay que incidir en prácticas muy concretas contra el sexismo, el racismo, la opresión económica, etc., determinadas por la experiencia y el análisis de los propios afectados. Las ideas anarquistas son muy atractivas, pero necesitan de una práctica real o las alejamos de nuestra cotidianidad. El anarquismo debe cuestionar siempre el sometimiento de las personas a un ideal, ya que ello conlleva el peligro de la anulación de nuestra capacidad de reflexión crítica sobre situaciones concretas.
Es por esto que tantas veces decimos que el anarquismo no es una ideología (entendida como un agente externo al propio individuo); si así fuere, sería identificable con una fórmula abstracta que, como cualquier otra, propone soluciones desde arriba. May propone, en lugar de esas fórmulas abstractas, análisis precisos de cómo se produce la opresión. El anarquismo no es una ideología, como hemos dicho, ya que no constituye una forma de representación; por lo tanto, no se construye sobre una serie de conceptos cerrados y dados para siempre. Son (somos) los oprimidos los que deben decidir cómo liberarse, pero no en base a una teoría general y preestablecida. El peligro de la abstracción, algo sobre lo que en mi opinión siempre han advertido los anarquistas, obliga a una práctica de liberación concreta y muy real. No sabemos si la sociedad anarquista será o no posible algún día, pero sí que estamos obligados a abrir espacios de libertad para lograrla.
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