Lejos de todo tipo de determinismo, ni el que insiste en condiciones objetivas y económicas, ni el que se alimenta de toda voluntad poder, los movimientos anarquistas trabajan por un imaginario social opuesto a toda forma dominación en el que las personas se involucren en los procesos sociales instituyentes (con la permanente crítica a lo instituido).
Las personas, de una manera o de otra, en mayor o en menor medida, somos "hijos de nuestro tiempo". Para comprender esto, hay que explicar lo que es el imaginario social. El imaginario social viene a ser la representación de deseos, valores y aspiraciones de las personas, que otorgan contenido a todo un universos de representaciones (instituciones, ideologías, mitos…). En las últimas décadas, al menos tras el derrumbe del llamado "socialismo real", el bloque imaginario triunfante se basa principalmente en la democracia representativa, el liberalismo y la economía de mercado. La consolidación del universo de un imaginario social, a pesar de que en algún momento pueda ponerse en cuestión, supone una obvia limitación para el pensamiento y la actividad. Explicado esto, se entiende que todos formamos parte de alguna manera de ese imaginario social triunfante, aunque un mayor conocimiento, junto a un juicio con una base sólida y argumentada, nos ayuda a conocer mejor el mundo en que vivimos. Existe la subordinación total a ese imaginario consolidado en algunas personas, lo mismo que en el polo opuesto una actitud con intención crítica y subversiva, aunque hay que decir que resulta francamente difícil la independencia absoluta y acaban influyendo en el juicio nuestros propios valores, deseos y prejuicios. Es por eso que resulta tan importante, en todo análisis, la autocrítica y la comprensión de que ningún punto de vista es absoluto, lo que nos mantiene a salvo del dogmatismo.
El imaginario social sobre el que queremos trabajar los anarquistas es el que consideramos verdaderamente progresista y revolucionario. Si esa capacidad de las personas para realizar representaciones y encarnarlas en las instituciones sociales y políticas queda acaparada por alguna minoría, o incluso a veces por un mayoría, nace el poder político (el Estado). Es por eso que los movimientos anarquistas se han esforzado siempre en transferir esa capacidad de decisión al conjunto de la sociedad, negando el poder concentrado en pocas manos, lo que se considera un garante de la transformación revolucionaria. Mientras exista la capacidad de rebelarse contra una sociedad autoritaria, injusta y desigualitaria, se da la posibilidad de erosionar y acabar transformando una sociedad basada en esos valores (los de los poderosos y los que aspiran a serlo). Frente a este imaginario auténticamente transformador, anarquista, están los que solo conocen el lenguaje del poder, el del estatismo y la sujeción, se llamen conservadores, reformistas o, incluso, revolucionarios. Hay que tener en cuenta que, gran parte de la gente, posee una actitud sencilla y conservadora de la vida, por lo que el imaginario social triunfante se nutre de ello (de la obediencia y la sumisión).
A pesar de ello, no hay que caer en la desesperanza, el imaginario anarquista, ajeno a toda violencia y toda autoridad coercitiva, puede influir lo suficiente en la sociedad para dar lugar a ciertos momentos. Estos, darán lugar a nueva institucionalización de lo social, lo cual conlleva siempre el nuevo peligro de un orden estático que tienda de nuevo a la subordinación. Hay que recordar que el anarquismo, desde su nacimiento en la modernidad, se ha opuesto a todo imaginario social que garantice esa dominación, incluyendo a esta democracia representativa triunfante. Los rasgos de los que se nutre el imaginario anarquista son el apoyo mutuo, la acción directa, el rechazo a todo tipo de dominación y la construcción de una libertad en base a la igualdad. Uno de los grandes valores de las ideas anarquistas estriban en esa critica radical que ha realizado, tanto al poder instituido, como al imaginario social del que se alimenta. Desde todos los medios de los que dispone el poder político, se nos bombardea con la idea de que el mismo resulta necesario e incontestable, pero la realidad es que, como cualquier otra institución, es producto de la contingencia histórica y humana. Da igual la forma que adopte ese poder político, incluyendo la democracia representativa (que no deja de ser una forma de oligarquía), el mismo es consecuencia de la expropiación que realiza una minoría de la capacidad del conjunto de la sociedad para autoinstituirse.
Si el poder invoca repetidas veces el derecho a la dominación, hay que contestar de forma reiterada con el derecho a la resistencia; ambos parecen caminar juntos. Si un movimiento anarquista puede incidir sobre la sociedad, con todos los valores propios de su imaginario, es gracias a la acción que realice en el momento presente. Es tal vez complicado, ya que todos, también los anarquistas, estamos impregnados de esos valores del imaginario social triunfante de una sociedad jerárquica. No obstante, invocamos el derecho a la crítica y a la insumisión, tratando de difundir en todo lo posible los valores y las ideas ácratas. Lo que sí está claro es que, para transformar el imaginario social y dar lugar a nuevas instituciones, son necesarios cambios radicales a nivel social e individual. No es una tarea sencilla, la de agitar, sin violencia ni coacción de ninguna clase, las mentes y los corazones de tantas personas que viven instaladas en la apatía y la desesperanza. Por supuesto, las ideas por sí solas poco significan si no se instalan en nuestra realidad cotidiana y van incidiendo en procesos sociales en los que las personas participan. El imaginario social triunfante, que asegura la dominación colectiva en base a la ilusión de la libertad que supone la democracia representativa, no es invulnerable y puede sufrir fracturas en nombre de la emancipación. Esta, puede lograrse no repitiendo lo viejo, que es poner una cara nueva en el poder después del vacío que puede tener un momento revolucionario, sino pensando en algo nuevo. Los anarquistas siempre deberían insistir en el debate, el contraste de ideas y en esa capacidad para pensar algo nuevo. Su imaginario revolucionario debe alimentarse de ello.
Las personas, de una manera o de otra, en mayor o en menor medida, somos "hijos de nuestro tiempo". Para comprender esto, hay que explicar lo que es el imaginario social. El imaginario social viene a ser la representación de deseos, valores y aspiraciones de las personas, que otorgan contenido a todo un universos de representaciones (instituciones, ideologías, mitos…). En las últimas décadas, al menos tras el derrumbe del llamado "socialismo real", el bloque imaginario triunfante se basa principalmente en la democracia representativa, el liberalismo y la economía de mercado. La consolidación del universo de un imaginario social, a pesar de que en algún momento pueda ponerse en cuestión, supone una obvia limitación para el pensamiento y la actividad. Explicado esto, se entiende que todos formamos parte de alguna manera de ese imaginario social triunfante, aunque un mayor conocimiento, junto a un juicio con una base sólida y argumentada, nos ayuda a conocer mejor el mundo en que vivimos. Existe la subordinación total a ese imaginario consolidado en algunas personas, lo mismo que en el polo opuesto una actitud con intención crítica y subversiva, aunque hay que decir que resulta francamente difícil la independencia absoluta y acaban influyendo en el juicio nuestros propios valores, deseos y prejuicios. Es por eso que resulta tan importante, en todo análisis, la autocrítica y la comprensión de que ningún punto de vista es absoluto, lo que nos mantiene a salvo del dogmatismo.
El imaginario social sobre el que queremos trabajar los anarquistas es el que consideramos verdaderamente progresista y revolucionario. Si esa capacidad de las personas para realizar representaciones y encarnarlas en las instituciones sociales y políticas queda acaparada por alguna minoría, o incluso a veces por un mayoría, nace el poder político (el Estado). Es por eso que los movimientos anarquistas se han esforzado siempre en transferir esa capacidad de decisión al conjunto de la sociedad, negando el poder concentrado en pocas manos, lo que se considera un garante de la transformación revolucionaria. Mientras exista la capacidad de rebelarse contra una sociedad autoritaria, injusta y desigualitaria, se da la posibilidad de erosionar y acabar transformando una sociedad basada en esos valores (los de los poderosos y los que aspiran a serlo). Frente a este imaginario auténticamente transformador, anarquista, están los que solo conocen el lenguaje del poder, el del estatismo y la sujeción, se llamen conservadores, reformistas o, incluso, revolucionarios. Hay que tener en cuenta que, gran parte de la gente, posee una actitud sencilla y conservadora de la vida, por lo que el imaginario social triunfante se nutre de ello (de la obediencia y la sumisión).
A pesar de ello, no hay que caer en la desesperanza, el imaginario anarquista, ajeno a toda violencia y toda autoridad coercitiva, puede influir lo suficiente en la sociedad para dar lugar a ciertos momentos. Estos, darán lugar a nueva institucionalización de lo social, lo cual conlleva siempre el nuevo peligro de un orden estático que tienda de nuevo a la subordinación. Hay que recordar que el anarquismo, desde su nacimiento en la modernidad, se ha opuesto a todo imaginario social que garantice esa dominación, incluyendo a esta democracia representativa triunfante. Los rasgos de los que se nutre el imaginario anarquista son el apoyo mutuo, la acción directa, el rechazo a todo tipo de dominación y la construcción de una libertad en base a la igualdad. Uno de los grandes valores de las ideas anarquistas estriban en esa critica radical que ha realizado, tanto al poder instituido, como al imaginario social del que se alimenta. Desde todos los medios de los que dispone el poder político, se nos bombardea con la idea de que el mismo resulta necesario e incontestable, pero la realidad es que, como cualquier otra institución, es producto de la contingencia histórica y humana. Da igual la forma que adopte ese poder político, incluyendo la democracia representativa (que no deja de ser una forma de oligarquía), el mismo es consecuencia de la expropiación que realiza una minoría de la capacidad del conjunto de la sociedad para autoinstituirse.
Si el poder invoca repetidas veces el derecho a la dominación, hay que contestar de forma reiterada con el derecho a la resistencia; ambos parecen caminar juntos. Si un movimiento anarquista puede incidir sobre la sociedad, con todos los valores propios de su imaginario, es gracias a la acción que realice en el momento presente. Es tal vez complicado, ya que todos, también los anarquistas, estamos impregnados de esos valores del imaginario social triunfante de una sociedad jerárquica. No obstante, invocamos el derecho a la crítica y a la insumisión, tratando de difundir en todo lo posible los valores y las ideas ácratas. Lo que sí está claro es que, para transformar el imaginario social y dar lugar a nuevas instituciones, son necesarios cambios radicales a nivel social e individual. No es una tarea sencilla, la de agitar, sin violencia ni coacción de ninguna clase, las mentes y los corazones de tantas personas que viven instaladas en la apatía y la desesperanza. Por supuesto, las ideas por sí solas poco significan si no se instalan en nuestra realidad cotidiana y van incidiendo en procesos sociales en los que las personas participan. El imaginario social triunfante, que asegura la dominación colectiva en base a la ilusión de la libertad que supone la democracia representativa, no es invulnerable y puede sufrir fracturas en nombre de la emancipación. Esta, puede lograrse no repitiendo lo viejo, que es poner una cara nueva en el poder después del vacío que puede tener un momento revolucionario, sino pensando en algo nuevo. Los anarquistas siempre deberían insistir en el debate, el contraste de ideas y en esa capacidad para pensar algo nuevo. Su imaginario revolucionario debe alimentarse de ello.
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