Como alternativa a la organización jerarquizada, uniformadora y clasista de los Estados-nación, el anarquismo propuso desde sus orígenes el principio federal, basado en la libre unión de regiones, que respondieran a las necesidades y deseos de las personas, caracterizadas por la diversidad y el derecho al disenso.
Ya los pensadores clásicos, Proudhon, Bakunin y Kropotkin, propusieron un moderno programa federalista, que puede considerarse todavía hoy como el corazón de la teoría anarquista. También, y a pesar de los que digan lo contrario acusando al anarquismo de poco menos que ser una idea atrasada, se trata de propuestas que ya en su momento supusieron un adelanto a lo que tiempo después sería el intento de unificar Europa. En el siglo XIX, parecía imperar la idea nacionalista, con la terrible consecuencia después en el siglo XX (fascismo, totalitarismo, conflictos mundiales, genocidios…), pero pensadores lúcidos como los anarquistas tuvieron una alternativa federalista. Desgraciadamente, tuvieron el desprecio, tanto a izquierda como a derecha, empecinados en el centralismo, el autoritarismo y el nacionalismo.
Como es sabido, Proudhon fue el primero que dedicó parte de su obra a un programa federal como alternativa a ese centralismo, generador de una terrible maquinaria administrativa, que aplastaba la libertad en las naciones de Europa. A pesar de los terribles problemas que siguen acuciando a la humanidad en el siglo XXI, hay una victoria moral para esta visión federalista y libertaria, ya que el peligro que anunciaba Proudhon se ha observado en las distintas naciones del mundo, incluso en aquellas que a priori tienen una organización federal. Los seres humanos, como parte de una masa dentro de una maquinaria administrativa, suelen comportarse de forma necia, caprichosa y violenta. Sin embargo, enfrentados a una realidad concreta, como parte de un grupo específico en el que puede existir la diversidad, una solidaridad real y unos rasgos precisos, en ese contexto, puede producirse una mayor responsabilidad y resistencia a la uniformidad y el autoritarismo.
La sociedad en la que queremos vivir debe basarse en la diversidad, no en la uniformidad. Bakunin, por su parte, supo prever el horror de los enfrentamientos entre los Estados nacionales modernos, que desembocó en dos grandes conflictos mundiales, así como la burocratización y dictadura de la doctrina marxista, en las que finalmente derivó la Revolución bolchevique. En su obra, Federalismo, socialismo y antiteleologismo, se recogen los diversos puntos del congreso en Ginebra de la LIga de la Paz y la Libertad. En los mismos, se habla de una unión de las naciones de Europa, para evitar guerras entre los pueblos, pero la organización política no debía ser ya el Estado debido a la desigualdad que la caracteriza. Así, se pide una confederación internacional en la que los países miembro se dediquen a la reconstrucción de sus viejas organizaciones, fundadas en la violencia y la autoridad, para crear organizaciones que recojan los intereses, necesidades y deseos del pueblo. Estas, se basarían en la libre unión, según el principio del federalismo, pero también se reservaba Bakunin el derecho a la secesión para evitar toda tentación centralista y autoritaria.
Kropotkin, en sus experiencias prácticas y en su obra teórica, conectará el federalismo del siglo XIX con la geografía regional del siglo XX. En sus viajes tempranos, Kropotkin observó cómo el imperio zarista, con su monstruoso sistema administrativo centralizado, ahogaba cualquier intento de mejora local en las provincias orientales. El futuro para las provincias que integraban el imperio ruso debía ser una gran federación de unidades independientes sin autoridad central alguna. En Europa occidental, Kropotkin también se fascinó en Suiza, en las colinas del Jura, con comunidades de artesanos independientes como los relojeros. Era un ejemplo de libertad espontánea, si autoridad ni jefatura alguna, en la que los trabajadores respondían a sus propios intereses, que Kropotkin trató de elevar a gran escala para transformar la sociedad. No puede negarse la importancia entre regionalismo y anarquismo, en la que hay que citar también el nombre de Élisée Reclus, según la cual las zonas locales no son simplemente objeto de investigación, sino la base para una reconstrucción completa de la vida política y social.
Este movimiento anarquista, desarrollado a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se adelantó en décadas a visiones para planificaciones más recientes. Su cometido principal era avisar de que era necesaria una perspectiva regional y federal para solucionar los problemas de Europa, algo que tal vez hubiera impedido el desarrollo de los Estados nacionales y sus terribles enfrentamientos durante el siglo XX. Hoy, como alternativa a la mezquina Unión Europea en la que impera las decisiones de las naciones más fuertes, subordinada además a los mercados del capital, estaría una Europa de las Regiones en las que, como deseaba Bakunin, pudiera sustituirse la autoridad estatal por la libre federación de individuos y comunidades. Las ideas anarquistas continúan pivotando sobre ese principio federal, ya que se considera que los Estados-nación, con sus gobiernos, su clasismo y sus burocracias, son un obstáculo para esa posible unión de regiones en las que la transformación social haya sido posible.
Ya los pensadores clásicos, Proudhon, Bakunin y Kropotkin, propusieron un moderno programa federalista, que puede considerarse todavía hoy como el corazón de la teoría anarquista. También, y a pesar de los que digan lo contrario acusando al anarquismo de poco menos que ser una idea atrasada, se trata de propuestas que ya en su momento supusieron un adelanto a lo que tiempo después sería el intento de unificar Europa. En el siglo XIX, parecía imperar la idea nacionalista, con la terrible consecuencia después en el siglo XX (fascismo, totalitarismo, conflictos mundiales, genocidios…), pero pensadores lúcidos como los anarquistas tuvieron una alternativa federalista. Desgraciadamente, tuvieron el desprecio, tanto a izquierda como a derecha, empecinados en el centralismo, el autoritarismo y el nacionalismo.
Como es sabido, Proudhon fue el primero que dedicó parte de su obra a un programa federal como alternativa a ese centralismo, generador de una terrible maquinaria administrativa, que aplastaba la libertad en las naciones de Europa. A pesar de los terribles problemas que siguen acuciando a la humanidad en el siglo XXI, hay una victoria moral para esta visión federalista y libertaria, ya que el peligro que anunciaba Proudhon se ha observado en las distintas naciones del mundo, incluso en aquellas que a priori tienen una organización federal. Los seres humanos, como parte de una masa dentro de una maquinaria administrativa, suelen comportarse de forma necia, caprichosa y violenta. Sin embargo, enfrentados a una realidad concreta, como parte de un grupo específico en el que puede existir la diversidad, una solidaridad real y unos rasgos precisos, en ese contexto, puede producirse una mayor responsabilidad y resistencia a la uniformidad y el autoritarismo.
La sociedad en la que queremos vivir debe basarse en la diversidad, no en la uniformidad. Bakunin, por su parte, supo prever el horror de los enfrentamientos entre los Estados nacionales modernos, que desembocó en dos grandes conflictos mundiales, así como la burocratización y dictadura de la doctrina marxista, en las que finalmente derivó la Revolución bolchevique. En su obra, Federalismo, socialismo y antiteleologismo, se recogen los diversos puntos del congreso en Ginebra de la LIga de la Paz y la Libertad. En los mismos, se habla de una unión de las naciones de Europa, para evitar guerras entre los pueblos, pero la organización política no debía ser ya el Estado debido a la desigualdad que la caracteriza. Así, se pide una confederación internacional en la que los países miembro se dediquen a la reconstrucción de sus viejas organizaciones, fundadas en la violencia y la autoridad, para crear organizaciones que recojan los intereses, necesidades y deseos del pueblo. Estas, se basarían en la libre unión, según el principio del federalismo, pero también se reservaba Bakunin el derecho a la secesión para evitar toda tentación centralista y autoritaria.
Kropotkin, en sus experiencias prácticas y en su obra teórica, conectará el federalismo del siglo XIX con la geografía regional del siglo XX. En sus viajes tempranos, Kropotkin observó cómo el imperio zarista, con su monstruoso sistema administrativo centralizado, ahogaba cualquier intento de mejora local en las provincias orientales. El futuro para las provincias que integraban el imperio ruso debía ser una gran federación de unidades independientes sin autoridad central alguna. En Europa occidental, Kropotkin también se fascinó en Suiza, en las colinas del Jura, con comunidades de artesanos independientes como los relojeros. Era un ejemplo de libertad espontánea, si autoridad ni jefatura alguna, en la que los trabajadores respondían a sus propios intereses, que Kropotkin trató de elevar a gran escala para transformar la sociedad. No puede negarse la importancia entre regionalismo y anarquismo, en la que hay que citar también el nombre de Élisée Reclus, según la cual las zonas locales no son simplemente objeto de investigación, sino la base para una reconstrucción completa de la vida política y social.
Este movimiento anarquista, desarrollado a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se adelantó en décadas a visiones para planificaciones más recientes. Su cometido principal era avisar de que era necesaria una perspectiva regional y federal para solucionar los problemas de Europa, algo que tal vez hubiera impedido el desarrollo de los Estados nacionales y sus terribles enfrentamientos durante el siglo XX. Hoy, como alternativa a la mezquina Unión Europea en la que impera las decisiones de las naciones más fuertes, subordinada además a los mercados del capital, estaría una Europa de las Regiones en las que, como deseaba Bakunin, pudiera sustituirse la autoridad estatal por la libre federación de individuos y comunidades. Las ideas anarquistas continúan pivotando sobre ese principio federal, ya que se considera que los Estados-nación, con sus gobiernos, su clasismo y sus burocracias, son un obstáculo para esa posible unión de regiones en las que la transformación social haya sido posible.
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