En su perspectiva liberadora, y en su crítica a toda dominación, los movimientos anarquistas han tenido una visión diversa, y en muchas casos ambivalente, sobre la tecnología. Lo que es cierto, como ya hemos dicho en otras ocasiones, es que vincular el progreso técnico con el social en el mundo político y económico actual es, cuanto menos, ingenuo a estas alturas.
Los detractores libertarios de la tecnología, más o menos radicales en esa postura, aseguran que, lejos de contribuir a la emancipación de los hombres, contribuye a la deshumanización y a unas relaciones de explotación y opresión. Lo que es cierto, al menos en su mayor parte, es que los anarquistas han construido sus propias redes tecnológicas de comunicación e información, por lo que habría que considerar posible la instrumentalización libertaria para lograr la deseada emancipación. No podemos negar lo mucho que influye la tecnología sobre nuestra percepción en incluso actuación sobre la realidad. Desde ese punto de vista, la tecnología no es nunca neutral y los conocedores de la utilidad de un determinado medio pueden manipular la comunicación para un fin muy concreto. De forma más amplia, podemos considerar la ciencia y el conocimiento como neutrales, si se quiere, pero no así su aplicación para un objetivo u otro.
Los detractores libertarios de la tecnología, más o menos radicales en esa postura, aseguran que, lejos de contribuir a la emancipación de los hombres, contribuye a la deshumanización y a unas relaciones de explotación y opresión. Lo que es cierto, al menos en su mayor parte, es que los anarquistas han construido sus propias redes tecnológicas de comunicación e información, por lo que habría que considerar posible la instrumentalización libertaria para lograr la deseada emancipación. No podemos negar lo mucho que influye la tecnología sobre nuestra percepción en incluso actuación sobre la realidad. Desde ese punto de vista, la tecnología no es nunca neutral y los conocedores de la utilidad de un determinado medio pueden manipular la comunicación para un fin muy concreto. De forma más amplia, podemos considerar la ciencia y el conocimiento como neutrales, si se quiere, pero no así su aplicación para un objetivo u otro.
Ya Paul Goodman, hace décadas, advirtió sobre esas condiciones deshumanizadoras de las sociedades modernas. La enorme presión social y tecnológica, mayor si cabe en el siglo XXI, acaba determinando nuestra conducta. Otros autores, como Murray Bookchin, advertían no obstante sobre el peligro de caer en ningún tipo de fatalismo tecnológico. Los anarquistas, en sus diferentes visiones, señalan continuamente la jerarquización como una de las causas de muchos de los males sociales. La presión tecnológica, al servicio de esa sociedad construida desde arriba, a diferencia de la libertaria, contribuye a unas condiciones deshumanizadoras: enajenación, delincuencia, patologías mentales, falta de valores… Al igual que la economía, la tecnología, a la cual nunca vamos a renunciar, debería estar al servicio de la felicidad de la humanidad. Es muy posible que, en la sociedad actual, cualquier técnico realice su trabajo desprovisto, de forma consciente o más o menos inconsciente, de toda condición crítica y ética. La sociedad libertaria, gravemente preocupada por cuestiones humanas y sociales, debería dar lugar a una tecnología que proporcione los medios y los bienes que aseguren ese deseado bienestar. No podemos considerar, bajo ninguna perspectiva, que científicos, técnicos e innovadores sociales de todo tipo sean neutrales en relación con los valores.
Desde un punto de vista libertario, creemos que los trabajadores de todo tipo, y ahí hay que incluir a científicos e investigadores, deben tener una responsabilidad en la utilización de su trabajo. Los anarquistas creemos en la descentralización en todos los ámbitos de la vida, en el poder decidir de forma grata y efectiva sobre los asuntos vitales que nos afectan. En el mundo de la investigación y el desarrollo debemos propiciar igualmente esa situación, por lo que ahora resulta tan selecto y aparentemente complejo gestionado por una minoría, puede ser muy efectivo a través de numerosos centros innovadores autogestionados. En la sociedad jerarquizada y centralizada actual parecemos abocados a repetir determinados patrones, a caer en manos de una burocracia incapaz de elegir vías innovadoras. La deseada descentralización libertaria, también en el campo de la ciencia y la tecnología, debe exigir una mayor inteligencia e innovación. Además, esos grupos locales de no demasiadas personas, en contacto con una realidad concreta, pueden gestionar de manera más efectiva, con una mejor comunicación y una menor presión social tantas veces en nombre de valores cuestionables.
Si en los inicios de la modernidad, la fe en el progreso tecnológico se convirtió prácticamente en una nueva religión liberadora, los inicios de la posmodernidad estuvieron determinados por esa crítica a una razón científica meramente instrumental. Teniendo en cuenta esa perspectiva, no creemos que haya que considerar el abandono de la civilización industrial, científica y tecnológica, sino apostar por reformarla de modo radical. Los anarquistas, como no puede ser de otro modo, trabajan por esos cambios radicales, utilizando la tecnología para acabar o paliar en la medida de lo posible el sufrimiento humano. No hay que pensar que los científicos y técnicos actuales, la mayor parte al servicio de una sociedad que causa enormes problemas, sean meramente hipócritas o personas malvadas. Desgraciadamente, dentro de la condición humana también están la desidia, el conservadurismo e incluso la estupidez, que nos determinan a seguir viviendo en un mundo intolerable. No obstante, si esta civilización ha creado todas estas innovaciones increíbles a un nivel técnico, debe haber esperanza para la reforma radical también a un nivel humano y ético. No se trata de cambiar, ni mucho menos idealizar, al ser humano, ya que hay que tener en cuenta esas condiciones mezquinas que también nos acompañan, pero es deseable y posible estimular su conciencia para potenciar otros valores. El desarrollo de la modernidad y de la civilización industrial y tecnológica han marcado un rumbo que favorece la alienación, la rutina, la uniformidad, la perdida de la personalidad y la escasa capacidad innovadora. La sociedad libertaria deseable, que cobra realidad en múltiples proyectos actuales, a pesar de los numerosos obstáculos, apuesta por la descentralización, la educación, los valores humanos, la individualidad y la autogestión en todos los ámbitos de nuestras vidas.
Desde un punto de vista libertario, creemos que los trabajadores de todo tipo, y ahí hay que incluir a científicos e investigadores, deben tener una responsabilidad en la utilización de su trabajo. Los anarquistas creemos en la descentralización en todos los ámbitos de la vida, en el poder decidir de forma grata y efectiva sobre los asuntos vitales que nos afectan. En el mundo de la investigación y el desarrollo debemos propiciar igualmente esa situación, por lo que ahora resulta tan selecto y aparentemente complejo gestionado por una minoría, puede ser muy efectivo a través de numerosos centros innovadores autogestionados. En la sociedad jerarquizada y centralizada actual parecemos abocados a repetir determinados patrones, a caer en manos de una burocracia incapaz de elegir vías innovadoras. La deseada descentralización libertaria, también en el campo de la ciencia y la tecnología, debe exigir una mayor inteligencia e innovación. Además, esos grupos locales de no demasiadas personas, en contacto con una realidad concreta, pueden gestionar de manera más efectiva, con una mejor comunicación y una menor presión social tantas veces en nombre de valores cuestionables.
Si en los inicios de la modernidad, la fe en el progreso tecnológico se convirtió prácticamente en una nueva religión liberadora, los inicios de la posmodernidad estuvieron determinados por esa crítica a una razón científica meramente instrumental. Teniendo en cuenta esa perspectiva, no creemos que haya que considerar el abandono de la civilización industrial, científica y tecnológica, sino apostar por reformarla de modo radical. Los anarquistas, como no puede ser de otro modo, trabajan por esos cambios radicales, utilizando la tecnología para acabar o paliar en la medida de lo posible el sufrimiento humano. No hay que pensar que los científicos y técnicos actuales, la mayor parte al servicio de una sociedad que causa enormes problemas, sean meramente hipócritas o personas malvadas. Desgraciadamente, dentro de la condición humana también están la desidia, el conservadurismo e incluso la estupidez, que nos determinan a seguir viviendo en un mundo intolerable. No obstante, si esta civilización ha creado todas estas innovaciones increíbles a un nivel técnico, debe haber esperanza para la reforma radical también a un nivel humano y ético. No se trata de cambiar, ni mucho menos idealizar, al ser humano, ya que hay que tener en cuenta esas condiciones mezquinas que también nos acompañan, pero es deseable y posible estimular su conciencia para potenciar otros valores. El desarrollo de la modernidad y de la civilización industrial y tecnológica han marcado un rumbo que favorece la alienación, la rutina, la uniformidad, la perdida de la personalidad y la escasa capacidad innovadora. La sociedad libertaria deseable, que cobra realidad en múltiples proyectos actuales, a pesar de los numerosos obstáculos, apuesta por la descentralización, la educación, los valores humanos, la individualidad y la autogestión en todos los ámbitos de nuestras vidas.
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