La discusión sobre la libertad se remonta, es de suponer, al
nacimiento mismo de la filosofía. Decir que el ser humano es libre es,
al menos en sentido vulgar, aparentemente indiscutible, ignorando la mayor parte de las veces los condicionantes externos que se producen.
Spinoza ya afirmó que los hombres creen ser libres solo a causa de que
son conscientes de sus acciones, pero ignorando casi siempre las causas
que las determinan. Como afirma la tesis central del pensamiento de
Erich Fromm, la libertad no es solo poder decidir, sino el poder hacer.
En otras palabras, afirmar que la libertad es poder hacer lo que supone
es una paradoja, ya que solo hay libertad si la voluntad puede
realizarse. Creo que hay que aclarar que solo existe libertad si existe
voluntad; pero naturalmente la voluntad de un yo auténtico, no la
voluntad aparente que no mana del deseo, sino de unos instintos
desordenados. Es decir, la libertad no puede estar determinada por el
aparente atractivo de una simple alternativa, ya que no es difícil el
pasar de un estado ánimico a otro. Schopenhauer también quería huir de
una voluntad determinada por factores externos, y solo consideraba libre
al hombre que obedecía a su voluntad interior.
En definitiva, la
tensión entre deterministas e indeterministas se ha dado siempre en la
historia de la filosofía, sin que a estas alturas puede deshacerse el
conflicto, aunque sí podemos apostar por un mayor horizonte para la
razón y la libertad, escapando de todo dogmatismo y basándonos en una
concepción positiva de libertad: edificar las condiciones para
ejercerla, no simplemente eliminar los obstáculos. Los condicionantes
externos, no solo para el ejercicio de una supuesta voluntad libre, sino
para su momento previo en el que nace el deseo, son tristemente
evidentes en la sociedad de consumo. Llegamos así a la tesis de Fromm
sobre la enajenación que se produciría en la mayor parte de las personas
en la sociedad contemporánea. Solo existe una apariencia de libertad,
cuando la verdad es que estamos condicionados por factores externos, no
estamos en contacto con la realidad (ni como creadores, ni como
consumidores; en definitiva, nuestras decisiones son falsas).Es importante esta insistencia en una libertad positiva, en "poder hacer", y no únicamente con la posibilidad de un acto libre en potencia. En este sentido, la libertad estaría más asociada con la voluntad, que con el deseo, o al menos aclarar que siempre existe el sacrificio de unos deseos sobre otros. Podemos también vincular la voluntad con un deseo que se ha decidido entre muchos otros. Otro motivo de discusión es tratar de demostrar que el auténtico ejercicio de libertad va unido a una decisión moral, el reconocimiento de un acto como bueno, no solo para uno mismo, también para el resto de la humanidad. Ante las acusaciones de ingenuidad, nos gustaría insistir en grandes autores: desde Bakunin y su concepción de una libertad individual que solo se puede completar en un contexto de libertad social (de todos sus integrantes), pasando por Albert Camus y su hombre rebelde, aquel que dice no al autoritarismo y conquista derechos en nombre de toda la humanidad, hasta Erich Fromm y su apelación a hombres gobernados por su propia voluntad que niegan la posibilidad de dominar o ser dominados. Naturalmente, muchos son los obstáculos en el mundo en que vivimos. Creo que fue Hegel quien dijo que la libertad es la conciencia de la necesidad. Es decir, según este axioma, el hombre más consciente y sofisticado debería ser más libre, aunque no siempre parece que sea así. Ello se produce, probablemente, por las enormes distorsiones de la sociedad contemporánea: unida a la gran posibilidad de acceder al conocimiento, se da la enajenación tantas veces mencionada, un ejercicio de la voluntad falseado. Nos gustaría pensar que el grado de conocimiento va unido al de libertad, aunque son muchos los factores en juego que impiden el desarrollo de esa relación de forma directa.
Tal y como lo expresaba Fromm, no puede hablarse de un desarrollo de la libertad de manera total ni en un misma dirección. Desgraciadamente, el progreso material no va siempre unido a un desarrollo de los valores. Por otra parte, lo que se entiende a veces como progreso lo que hace es generar nuevas necesidades sin que la mayoría pueda saciarlas. Seguimos llegando a lo que parece una voluntad del hombre constantemente manipulada (e irrealizada). Hoy disponemos, es evidente que solo en el llamado mundo desarrollado, de más adelantos técnicos que nunca, lo que ha supuesto que tengamos esa concepción del progreso basada en alcanzar determinadas metas. Sin embargo, hay que ser muy crítico, primero con un mundo que no permite a una gran mayoría acceder a esas comodidades, y segundo cuestionar siempre esos deseos generados artificialmente. Lo más terrible del asunto, no es que el hombre no pueda ser más libre, sino que no desee serlo, tal y como expone Fromm en Miedo a la libertad. Al respecto, habría que cuestionar un deseo de ser libre, que es posible que reconozcan casi todas las personas, asociado con la obediencia a un poder externo. De ser así, la obediencia garantizaría el statu quo, y estaríamos a vuelta con el viejo tema de la servidumbre voluntaria.
Por supuesto, hay que recordar que estamos hablando de una concepción amplia de la libertad, sinónimo de poder hacer, de ser responsable y tener que decidir, no simplemente de elegir a otros para tomar las decisiones. Nos encontramos en un sistema democrático, pero la toma de decisiones no estriba en el individuo, sino en los cuerpos intermedios (partidos, sindicatos, asociaciones...), los cuales deciden junto al Estado. Las comparaciones con una dictadura son evidentes, en la cual el Estado tolerará menos autonomía a los cuerpos intermedios, pero recordemos siempre que la auténtica libertad, individual y social, no será nunca realmente tolerada por el poder político, económico y eclesiástico, cuyo control social se sigue produciendo (cualquier conquista de derechos parece una mera tolerancia del poder). Los anarquistas lo expresaban de una manera muy bella: emancipación social. Algo a lo que hay que seguir, al menos, apelando. Sujetos conscientes, activos, que consideran la libertad como un ejercicio real de responsabilidad, que no la delegan en ninguna instancia superior, y que reconocen esa capacidad en sus semejantes. Frente a ello, bien sujetos pasivos deseosos de someterse al poder (de entregar su libertad), bien sujetos que valoran positivamente la libertad, pero solo bajo la tutela de una instancia superior que simplemente la tolera (y la limita). Podemos aclarar que si no se trata de una instancia superior, un poder al margen de una sociedad de iguales, el individuo no verá limitada su libertad, sino todo lo contrario.
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