Erich Fromm escribió Miedo a la libertad,
originariamente, en 1941; con esta obra, hizo un fundamental análisis
de la relación del ser humano con la libertad, cambiante a lo largo de
la historia, como demuestran las condiciones sociales y psicológicas
para que emergiera el fascismo.
La modernidad, al menos en el mundo occidental, se ha caracterizado por el esfuerzo dirigido a romper las cadenas que atenazan a la humanidad, tanto en el ámbito político y económico, como en el espiritual. Podemos hacer una lectura en base a la lucha de clases, son los oprimidos los que tratan de conquistar nuevas libertades en directa oposición a aquella clase que quiere preservar privilegios. Erich Fromm consideraba que la aspiración a la libertad está arraigada en todos los oprimidos, los cuales expresan así un ideal que trate de abarcar a toda la humanidad. Sin embargo, esas clases que en una etapa luchan por su libertad frente a la opresión, acaban alineándose junto a los enemigos de la libertad al tener que defender los nuevos privilegios adquiridos. La lucha por la libertad está llena de obstáculos a lo largo de la historia, pero se convirtió en probable que el hombre pudiera gobernarse por sí mismo, pensar y sentir como le pareciera, y tomar sus propias decisiones. La abolición de la dominación exterior era una condición necesaria, aunque también parecía suficiente para alcanzar la plena libertad del individuo. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial, que muchos vieron como el último conflicto para la humanidad, dio paso a nuevos sistemas autoritarios y a la sumisión de la mayoría de los individuos. Lo que Erich Fromm concluye en Miedo a la libertad es que los fascismos no fueron producto de una falta de madurez democrática, ni únicamente una apropiación del Estado por elementos indeseables, sino que gran parte de una generación se mostraba deseosa de entregar su libertad, al contrario que sus padres que habían luchado por ella.
Se trata de entender los sistemas autoritarios en base a esos factores, según Fromm, presentes en la estructura del carácter del hombre moderno, que le conducen a desear el abandono de su libertad. Las muchas cuestiones que se plantean en el análisis del aspecto humano de la libertad y de las fuerzas autoritarias giran en torno a un problema general, el referido a la función que ejercen los factores psicológicos como fuerzas activas en el proceso social; del mismo modo, esos factores propios de la psique del individuo tienen una interacción con los factores económicos e ideológicos. Aunque Fromm parte de Freud en cierta medida, de la acción de las fuerzas inconscientes en el carácter del hombre y de su dependencia de la influencia externa, subraya la importancia de los factores psicológicos en el proceso social. Para Freud, el hombre es fundamentalmente antisocial y es la sociedad la que debe domesticarlo, concediéndole cierta satisfacción a impulsos biológicos inextirpables, pero moderando siempre esos supuestos impulso básicos. El análisis de Freud toma al hombre moderno como el "hombre" en general, y pretende que las características que observa sean "fuerzas eternas" arraigadas en la naturaleza humana. Sin embargo, Fromm recuerda que la concepción freudiana se realiza en un orden económico propio de una sociedad capitalista; Freud siempre tiene en cuenta las relaciones del individuo con los demás, pero en el capitalismo el hombre trabaja para sí mismo, y no en cooperación con los demás. En el sentido de Freud, las relaciones humanas tienen un sentido similar al del mercado que las regula, son un intercambio de satisfacciones de necesidades biológicas, son un medio y no un fin en sí mismas.
Fromm, al contrario que Freud, considera que el problema central de la psicología es el referido a un tipo concreto de conexión del individuo con el mundo (no las satisfacciones y frustaciones de una supuesta necesidad instintiva); además, las relaciones entre el individuo y la sociedad no son de carácter estático. No hay una naturaleza inmutable en el ser humano, ni hacia un lado ni hacia otro, sino que resulta en gran medida del proceso social. La sociedad puede ejercer, en cierta medida, una función represora como sostenía Freud, pero tiene también una función creadora. La historia ha generado al hombre, a su naturaleza, sus pasiones y angustias. La sicología social es la disciplina encargada de comprender ese proceso histórico que ha dado lugar al hombre, el porqué surgen nuevas aptitudes y nuevas pasiones, buenas o malas, en diferentes épocas. La historia ha producido al hombre, pero este también es el artífice de la historia, y es también la psicología social la que estudia cómo las energías humanas, modeladas en formas específicas, se convierten en fuerzas productivas que forjan el proceso social. El capitalismo se ha desarrollado gracias, tanto al deseo de fama y éxito de los individuos, como a su tendencia compulsiva hacia el trabajo, pero ello no forma parte de ninguna constitución biológica ni instintiva, forma parte de ese proceso social conformado por ciertas fuerzas productivas.
Por lo tanto, Fromm rechaza toda teoría que no tenga en cuenta los condicionamientos sociales para la psicología del hombre y que desprecie el factor humano como elemento dinámico del proceso social. A pesar de ello, Fromm admite que, aunque la naturaleza humana no esté prefijada, tampoco podemos considerarla como infinitamente maleable y adaptable a todo tipo de condición, sin que tenga un dinamismo psicológico propio. Sí considera que la naturaleza humana, a pesar de ser producto de la evolución histórica, tiene ciertos mecanismos y leyes inherentes de los que se ocupa la psicología. Existen dos clases de adaptaciones: una estática, que implica adaptación a las normas dejando inalterada la estructura del carácter, desarrollando simplemente un nuevo hábito; y otra dinámica, en la que el individuo puede adaptarse a las necesidades de una situación, pero con ciertos cambios dentro de sí mismo (la hostilidad reprimida de un chaval ante el temor que le produce un padre autoritario, aunque su conducta sea la deseada por el progenitor, que puede acabar en neurosis).
El modo de vida, tal y como está establecido, puede ser el factor primordial que determine la estructura de carácter de un hombre (por necesidad de autoconservación); a pesar de ello, el individuo sí puede lograr cambios políticos y económicos, junto a otros hombres. Fromm considera que, aparte de las necesidades fisiológicas, existen otro elementos ineludibles en la condición del hombre, como es la necesidad de relacionarse con el mundo exterior y la de combatir el aislamiento. En la historia, elementos como la religión y el nacionalismo, por muy absurdos que sean, han servido para el individuo como formas de conectarse con los demás, han cumplido el papel de la cohesión social. Pero lo que Fromm quiere recalcar es que, en todo tipo de cultura, el hombre necesita cooperar con sus semejantes, y sentir su ayuda, para poder sobrevivir. Sin embargo, hay también otro elemento inherente al individuo, la autoconciencia subjetiva, facultad gracia a la cual adopta conciencia de sí mismo como entidad individual, distinta de la naturaleza externa y de las otras personas. Con este sentimiento de autoconsciencia, que adopta diferentes grados según el contexto, al hombre le surgen nuevos problemas, su sentimiento de individualidad hace que intente buscar un significado y una dirección a su vida. Si ello no es así, su capacidad creadora se verá paralizada.
La modernidad, al menos en el mundo occidental, se ha caracterizado por el esfuerzo dirigido a romper las cadenas que atenazan a la humanidad, tanto en el ámbito político y económico, como en el espiritual. Podemos hacer una lectura en base a la lucha de clases, son los oprimidos los que tratan de conquistar nuevas libertades en directa oposición a aquella clase que quiere preservar privilegios. Erich Fromm consideraba que la aspiración a la libertad está arraigada en todos los oprimidos, los cuales expresan así un ideal que trate de abarcar a toda la humanidad. Sin embargo, esas clases que en una etapa luchan por su libertad frente a la opresión, acaban alineándose junto a los enemigos de la libertad al tener que defender los nuevos privilegios adquiridos. La lucha por la libertad está llena de obstáculos a lo largo de la historia, pero se convirtió en probable que el hombre pudiera gobernarse por sí mismo, pensar y sentir como le pareciera, y tomar sus propias decisiones. La abolición de la dominación exterior era una condición necesaria, aunque también parecía suficiente para alcanzar la plena libertad del individuo. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial, que muchos vieron como el último conflicto para la humanidad, dio paso a nuevos sistemas autoritarios y a la sumisión de la mayoría de los individuos. Lo que Erich Fromm concluye en Miedo a la libertad es que los fascismos no fueron producto de una falta de madurez democrática, ni únicamente una apropiación del Estado por elementos indeseables, sino que gran parte de una generación se mostraba deseosa de entregar su libertad, al contrario que sus padres que habían luchado por ella.
Se trata de entender los sistemas autoritarios en base a esos factores, según Fromm, presentes en la estructura del carácter del hombre moderno, que le conducen a desear el abandono de su libertad. Las muchas cuestiones que se plantean en el análisis del aspecto humano de la libertad y de las fuerzas autoritarias giran en torno a un problema general, el referido a la función que ejercen los factores psicológicos como fuerzas activas en el proceso social; del mismo modo, esos factores propios de la psique del individuo tienen una interacción con los factores económicos e ideológicos. Aunque Fromm parte de Freud en cierta medida, de la acción de las fuerzas inconscientes en el carácter del hombre y de su dependencia de la influencia externa, subraya la importancia de los factores psicológicos en el proceso social. Para Freud, el hombre es fundamentalmente antisocial y es la sociedad la que debe domesticarlo, concediéndole cierta satisfacción a impulsos biológicos inextirpables, pero moderando siempre esos supuestos impulso básicos. El análisis de Freud toma al hombre moderno como el "hombre" en general, y pretende que las características que observa sean "fuerzas eternas" arraigadas en la naturaleza humana. Sin embargo, Fromm recuerda que la concepción freudiana se realiza en un orden económico propio de una sociedad capitalista; Freud siempre tiene en cuenta las relaciones del individuo con los demás, pero en el capitalismo el hombre trabaja para sí mismo, y no en cooperación con los demás. En el sentido de Freud, las relaciones humanas tienen un sentido similar al del mercado que las regula, son un intercambio de satisfacciones de necesidades biológicas, son un medio y no un fin en sí mismas.
Fromm, al contrario que Freud, considera que el problema central de la psicología es el referido a un tipo concreto de conexión del individuo con el mundo (no las satisfacciones y frustaciones de una supuesta necesidad instintiva); además, las relaciones entre el individuo y la sociedad no son de carácter estático. No hay una naturaleza inmutable en el ser humano, ni hacia un lado ni hacia otro, sino que resulta en gran medida del proceso social. La sociedad puede ejercer, en cierta medida, una función represora como sostenía Freud, pero tiene también una función creadora. La historia ha generado al hombre, a su naturaleza, sus pasiones y angustias. La sicología social es la disciplina encargada de comprender ese proceso histórico que ha dado lugar al hombre, el porqué surgen nuevas aptitudes y nuevas pasiones, buenas o malas, en diferentes épocas. La historia ha producido al hombre, pero este también es el artífice de la historia, y es también la psicología social la que estudia cómo las energías humanas, modeladas en formas específicas, se convierten en fuerzas productivas que forjan el proceso social. El capitalismo se ha desarrollado gracias, tanto al deseo de fama y éxito de los individuos, como a su tendencia compulsiva hacia el trabajo, pero ello no forma parte de ninguna constitución biológica ni instintiva, forma parte de ese proceso social conformado por ciertas fuerzas productivas.
Por lo tanto, Fromm rechaza toda teoría que no tenga en cuenta los condicionamientos sociales para la psicología del hombre y que desprecie el factor humano como elemento dinámico del proceso social. A pesar de ello, Fromm admite que, aunque la naturaleza humana no esté prefijada, tampoco podemos considerarla como infinitamente maleable y adaptable a todo tipo de condición, sin que tenga un dinamismo psicológico propio. Sí considera que la naturaleza humana, a pesar de ser producto de la evolución histórica, tiene ciertos mecanismos y leyes inherentes de los que se ocupa la psicología. Existen dos clases de adaptaciones: una estática, que implica adaptación a las normas dejando inalterada la estructura del carácter, desarrollando simplemente un nuevo hábito; y otra dinámica, en la que el individuo puede adaptarse a las necesidades de una situación, pero con ciertos cambios dentro de sí mismo (la hostilidad reprimida de un chaval ante el temor que le produce un padre autoritario, aunque su conducta sea la deseada por el progenitor, que puede acabar en neurosis).
El modo de vida, tal y como está establecido, puede ser el factor primordial que determine la estructura de carácter de un hombre (por necesidad de autoconservación); a pesar de ello, el individuo sí puede lograr cambios políticos y económicos, junto a otros hombres. Fromm considera que, aparte de las necesidades fisiológicas, existen otro elementos ineludibles en la condición del hombre, como es la necesidad de relacionarse con el mundo exterior y la de combatir el aislamiento. En la historia, elementos como la religión y el nacionalismo, por muy absurdos que sean, han servido para el individuo como formas de conectarse con los demás, han cumplido el papel de la cohesión social. Pero lo que Fromm quiere recalcar es que, en todo tipo de cultura, el hombre necesita cooperar con sus semejantes, y sentir su ayuda, para poder sobrevivir. Sin embargo, hay también otro elemento inherente al individuo, la autoconciencia subjetiva, facultad gracia a la cual adopta conciencia de sí mismo como entidad individual, distinta de la naturaleza externa y de las otras personas. Con este sentimiento de autoconsciencia, que adopta diferentes grados según el contexto, al hombre le surgen nuevos problemas, su sentimiento de individualidad hace que intente buscar un significado y una dirección a su vida. Si ello no es así, su capacidad creadora se verá paralizada.
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