Hace ya más de dos meses que el llamado movimiento de los chalecos amarillos comenzó en Francia, unas protestas que se iniciaron con el anuncio por parte del presidente Macron del aumento del carburante y ante el cual centenerales de miles de personas salieron a la calle el 17 de noviembre del año pasado.
La represión policial sobre el movimiento de los chalecos amarillos no se hizo esperar, con centenerales de heridos y unos 200 detenidos, a pesar de lo cual a la semana siguiente hubo otra convocatoria en las calles y de nuevo exitosa. Desde entonces, las manifestaciones y acciones se han continuado y los enfrentamientos no se han hecho esperar, con el saldo al menos de 10 fallecidos y centenares de heridos. A pesar de que, como hemos dicho, el inicio de las revueltas estuvo originado en el aumento del precio del gasóleo, los movivos de los indignados parecen ir más allá. Esta medida, tal y como ha interpretado una gran parte de la sociedad francesa, es una de tantas que afecta principalmente a las clases más modestas. De hecho, el impacto del movimiento ha sido tal que el presidente ha tenido que recular, anulando la subida anunciada, algo que no ha reducido las manifestaciones y protestas a veces de carácter muy violento debido a la indignación popular.
La tensión ha ido en aumento, con las fiestas navideñas de por medio, lo que muestra el calado político y social que la cuestión está teniendo en Francia. Como se ha insistido, se trata de un movmiento transversal, de carácter heterogéneo, con distintos intereses y diferentes formas de pensamiento y sin una naturaleza política definida. Por supuesto, ha habido organizaciones políticas que no han tardado en tratar de apropiarse de la situación, y a ambos lados del espectro político, incluida la extrema derecha. Desde un punto de vista libertario, lo que interesa es el desarrollo de un movimiento que utiliza medios horizontales y autoorganizativos, en tensión contra el Estado y el capital sin injerencias de los partidos políticos parlamentarios. Los motivos originarios pueden haber sido el intento de una mejora general de las condiciones de vida, pero veremos si las protestas no se reducen ante meras reformas estatales y tratan de buscar objetivos mayores.
Aunque el movimiento de los chalecos amarillos muestra una rabia social muy legítima, producto de unas políticas continuas que solo favorecen a los más pudientes, no hay que idealizarlo de manera tosca y simplista dejando de lado asuntos controvertidos. Como hemos dicho, junto a otros intereses nacionalistas, la extrema derecha ha tratado de influir en el movimiento, sacando a la luz la ideología repugnante de algunos manifestantes, lo cual ha supuesto agresiones racistas y homófobas. Si las manifestaciones en las calles derivan en una violencia que compite con la policial, máxime de naturaleza abiertamente reaccionaria, solo puede tener nuestra repulsa. Por otra parte, como cabia esperar, las últimas noticias son que parte del movimiento desea acudir a las urnas como organización política. No solo esta cuestión tiene nuestra rechazo como anarquistas, tal y como se ha comprobado una y otra vez en los úlitmos años, esa deriva de los movimientos de protesta no conlleva cambio social alguno.
Como anarquistas, deberíamos recordar la perspectiva autogestionaria y la solidaridad de clase, por supuesto, pero también la fraternidad entre pueblos y razas, junto a una lucha amplia de emancipación, en el ámbito sexual y en muchos otros. Por otra parte, las justas exigencias de mejores condiones de vida que van parejas a estos movimientos, no pueden detenerse ahí, y deben tener su continuidad en una lucha permanente contra la miseria social que impregna la sociedad estatal y capitalista. La deseada revolución anarquista, que en mi opinión debe buscar permanentemente el vínculo de la utópica sociedad del mañana con la lucha en la actualidad, pivota sobre esa deseada autogestión de naturaleza libertaria: libertad, igualdad y, siempre, solidaridad. Si deseamos que estos movimientos sociales tengan continuidad en su deseo tranformador, en mi opinión, sin tutela de tipo alguno, deberíamos mostrarles estos principios libertarios innegociables.
La represión policial sobre el movimiento de los chalecos amarillos no se hizo esperar, con centenerales de heridos y unos 200 detenidos, a pesar de lo cual a la semana siguiente hubo otra convocatoria en las calles y de nuevo exitosa. Desde entonces, las manifestaciones y acciones se han continuado y los enfrentamientos no se han hecho esperar, con el saldo al menos de 10 fallecidos y centenares de heridos. A pesar de que, como hemos dicho, el inicio de las revueltas estuvo originado en el aumento del precio del gasóleo, los movivos de los indignados parecen ir más allá. Esta medida, tal y como ha interpretado una gran parte de la sociedad francesa, es una de tantas que afecta principalmente a las clases más modestas. De hecho, el impacto del movimiento ha sido tal que el presidente ha tenido que recular, anulando la subida anunciada, algo que no ha reducido las manifestaciones y protestas a veces de carácter muy violento debido a la indignación popular.
La tensión ha ido en aumento, con las fiestas navideñas de por medio, lo que muestra el calado político y social que la cuestión está teniendo en Francia. Como se ha insistido, se trata de un movmiento transversal, de carácter heterogéneo, con distintos intereses y diferentes formas de pensamiento y sin una naturaleza política definida. Por supuesto, ha habido organizaciones políticas que no han tardado en tratar de apropiarse de la situación, y a ambos lados del espectro político, incluida la extrema derecha. Desde un punto de vista libertario, lo que interesa es el desarrollo de un movimiento que utiliza medios horizontales y autoorganizativos, en tensión contra el Estado y el capital sin injerencias de los partidos políticos parlamentarios. Los motivos originarios pueden haber sido el intento de una mejora general de las condiciones de vida, pero veremos si las protestas no se reducen ante meras reformas estatales y tratan de buscar objetivos mayores.
Aunque el movimiento de los chalecos amarillos muestra una rabia social muy legítima, producto de unas políticas continuas que solo favorecen a los más pudientes, no hay que idealizarlo de manera tosca y simplista dejando de lado asuntos controvertidos. Como hemos dicho, junto a otros intereses nacionalistas, la extrema derecha ha tratado de influir en el movimiento, sacando a la luz la ideología repugnante de algunos manifestantes, lo cual ha supuesto agresiones racistas y homófobas. Si las manifestaciones en las calles derivan en una violencia que compite con la policial, máxime de naturaleza abiertamente reaccionaria, solo puede tener nuestra repulsa. Por otra parte, como cabia esperar, las últimas noticias son que parte del movimiento desea acudir a las urnas como organización política. No solo esta cuestión tiene nuestra rechazo como anarquistas, tal y como se ha comprobado una y otra vez en los úlitmos años, esa deriva de los movimientos de protesta no conlleva cambio social alguno.
Como anarquistas, deberíamos recordar la perspectiva autogestionaria y la solidaridad de clase, por supuesto, pero también la fraternidad entre pueblos y razas, junto a una lucha amplia de emancipación, en el ámbito sexual y en muchos otros. Por otra parte, las justas exigencias de mejores condiones de vida que van parejas a estos movimientos, no pueden detenerse ahí, y deben tener su continuidad en una lucha permanente contra la miseria social que impregna la sociedad estatal y capitalista. La deseada revolución anarquista, que en mi opinión debe buscar permanentemente el vínculo de la utópica sociedad del mañana con la lucha en la actualidad, pivota sobre esa deseada autogestión de naturaleza libertaria: libertad, igualdad y, siempre, solidaridad. Si deseamos que estos movimientos sociales tengan continuidad en su deseo tranformador, en mi opinión, sin tutela de tipo alguno, deberíamos mostrarles estos principios libertarios innegociables.
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