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sábado, 11 de junio de 2011

Extremismos y radicalismos

En cierto ámbito de discusión, leo la siguiente frase "los izquierdistas presentan a las masas sociales como gente que queda a merced de la manipulación más fácil". Se trata de una referencia a un análisis sobre el moviemiento 15-M, en el que se habla de la manipulación constante de ciertos individuos, aunque esta cuestión la dejaremos para otro momento. El caso es que la frase de marras, con el término "izquierdistas", me lleva a pensar que la persona que la ha escrito debe ser "derechista" o conservador. Como la cosa me indigna bastante, eso de presentar a la izquierda en general de esa manera negativa (aunque pueda estar de acuerdo en que cierta "izquierda" lo haga), pues intervengo, y para ello acudo a una definición elemental de la Rae: -Izquierdista: 3. com. Persona que profesa los ideales de la izquierda política; -Izquierda: 11. f. Conjunto de personas que profesan ideas reformistas o, en general, no conservadoras. Es decir, que un izquierdista puede considerarse simplemente una persona que confía en el progreso, que está a favor de las políticas progresistas en mayor o en menor medida. Así lo manifiesta, señalando la demagogia y manipulación de un argumento que quiere presentar a tanta gente de forma negativo. Craso error, parece ser.

La persona que razonó de esa manera es, al parecer, todo un "erudito" del pensamiento. Me señala que la Rae es (o debe ser) una institución contraria al pensamiento y que esa definición es inaceptable (naturalmente, yo solo deseaba que partiéramos de una definición lo más sencilla posible). La palabra "izquierdista", tal y como es la utilizaba, es sinónimo de "extremista de izquierda", alguien dispuesto a cualquier medio para conseguir un fin estratégico. Del mismo modo, según este hombre, un "derechista" es un militante de la extrema derecha. Como dirían los chicos de Muchachada Nui, me quedo con el "culo picueto". Además, este hombre no solo no es un conservador, ni un reaccionario, sino que apuesta fervientemente por una izquierda radical (nos cuidaremos muy mucho de decir que es un "izquierdista radical", ya que lo mismo mezclamos término contradictorios en nuestra bendita ignorancia). Bromas y confusiones aparte, hay algo con lo que podemos estar de acuerdo y es la clara diferencia entre "extremismo" y "radicalismo". El primero, ya lo he dicho, apuesta por métodos  desproporcionados ajenos a las condiciones objetivas y según una representación parcial del mundo. El segundo, como la propia etimología de la palabra anuncia, es acudir a la raíz de las cosas. También estamos de acuerdo en que los extremismos hacen mucho daño a la izquierda (¿podemos hablar mejor de socialismo?).

En cualquier caso, yo voy a insistir en lo necesario de conocer el anarquismo, y realizar un análisis antiautoritario, para solventar la cuestión. Es decir, la adecuación de medios a fines es una de las máximas del movimiento libertario. Entre ellos, están por supuesta la ausencia de medios coercitivos (algo, propio del poder político). A pesar de ello, la realidad tantas veces nos hace ser flexibles, y no me refiero necesariamente a la cuestión de actuar violentamente, algo simpre tan odioso; sin embargo, ¿es moralmente legítimo continuar con una situación de injusticia por rigidez con una máxima? Unos medios en consonancia con un fin, desde el punto de vista ético, es importante, pero luego están las circunstancias para contradecirnos (y, supongo, lo que nos hace humanos es a veces la contradicción). No obstante, insistiré en esas convicciones, y por eso hay que apoyar movimientos con el actual del 15-M, ya que su funcionamiento (sus medios) son en gran medida libertarios.

Volvamos a la discusión que ha dado lugar a este texto. Mi erudito oponente me recomienda algo de bibliografía para que "comprenda" la cuestión: algo de Lenin (¡uff!) y una obra escrita por él mismo. En este texto, en realidad es solo un artículo, se hace una defensa del socialismo (está claro que su autor es un marxista que trata de buscar nuevos horizontes), interesante y fácil de comprender. Entre muchas otras cosas, afirma algo tan elemental como que el socialismo apuesta simplemente por la propiedad pública, por lo que en las sociedades capitalistas también se darían rasgos socialistas. Por otra parte, como buen marxista, sigue realizando una lectura de la historia de transición, solo desde el capitalismo (desde su máximo desarrollo productivo) se llegará al socialismo. No sé si esto es así, ya que mi ignorancia solo me permite ser escéptico, aunque digamos que los fines que pretende son similares a los que desea el anarquismo (al menos, en el aspecto económico). Aunque realiza una lectura de Lenin supuestamente innovadora, yo no tengo tan claro que lo sea, hablando de una vanguardia (término que siempre ha sido anatema para el anarquismo, aunque recordemos lo de la flexibilidad y el diferente uso de la terminología) que debe contar con las masas sociales para edificar el socialismo. Siempre digo que Marx es un brillante pensador, y necesaria es la lectura sobre todo de sus tesis económicas, este texto nos puede ayudar a introducirnos en algo de ello, aunque la deriva dogmática que tuvo su doctrina resulte tan odiosa. Por ejemplo, muy interesante es la aclaración que realiza entre mercado libre y mercado monopolista o la (supuestamente) falsa contradicción entre economía libre y economía planificada. En una cosa estamos de acuerdo, en que la vida y el futuro de los trabajadores no son importantes para el monopolio capitalista (que se define también como economía planificada).

Es un lugar común considerar la obra El Estado y la revolución, de Lenin, como la más cercana al anarquismo. Tal vez lo sea también considerar que ese libro, como su autor, es terriblemente oportunista. En este texto que me ocupa, dedica el último apartado (con igual título que esa obra de Lenin) a lo que parece un acercamiento al anarquismo. Se llega a decir (citando otro texto) que "La idea de tomar el poder del Estado para luego transformar el mundo nada tiene que ver con el marxismo ni con el leninismo". Según esta nueva (o no) visión marxista, el mundo no se transforma desde el Estado, y se reivindica la vieja idea anarquista de cambiar la sociedad sin tomar el poder (al menos, se menciona el anarquismo). No obstante, el autor aclara que si el antiguo anarquismo quería destruir el Estado, el nuevo (representado por un Andrej Grubajic, autor del que prometo empaparme, reconozco también aquí mi ignorancia) desea simplemente darle la espalda. Insiste en que Marx me parece un gran pensador, pero es curioso que tantos desorientados marxistas acaben queriendo acercarse al anarquismo utilizando algún que otro subterfugio. Los anarquistas del siglo XIX acertaron en muchas de sus visiones sobre el desarrollo del capitalismo y del socialismo autoritario, es algo que creo que hay que aceptar, precisamente para encontrar nuevas vías para una sociedad libertaria (la propia definición de "libertaria" ya implica que hablamos de algo más que socialismo). Yo no diferencio tan alegremente entre un anarquismo viejo y otro innovador, propio de una nueva etapa, digamos que hay que establecer un hilo conductor y aceptar toda una tradición histórica. Pienso que algunos cosas unen el anarquismo con Marx (no sé si con los marxistas, ya que este concepto creo que se nos va de las manos), pero hay algunos aspectos que resultan difícilmente reconciliables. De momento, quedémonos con que el anarquismo desea buscar un mayor horizonte de emancipación, sin lecturas ni respuestas dogmáticas. El anarquismo no debería ser, por ello y volviendo al tema inicial de la discusión, "extremista" y sí muy radical.

sábado, 13 de diciembre de 2008

La radicalización, o no, de la juventud

No soy nada dado a las justificaciones apriorísticas que tanto gustan a los que se llenan la boca de democracia, defensores de nuestro sistema socio-político. Es más, cuando tantas veces se me exige que condene ciertos hechos violentos, con un claro deseo de ponerlos al mismo nivel de las desmesuras policiales, pues sencillamente no me da la gana de realizar la susodicha condena, que no es más que un análisis superficial de un determinado conflicto social. Y que conste que, aunque pueda parecerlo, no estoy hablando del grupo terrorista ETA -la ausencia de condena a las odiosas acciones de esta banda armada, por parte de la mal llamada izquierda abertzale, no es más que un subterfugio y un acto de cobardía más-. Dicho esto, que detesto las justificaciones -los que las piden siempre ponen la sospecha en determinadas ideas-, afirmaré con rotundidad que detesto profundamente la violencia y también el terrorismo, aunque hay que recordar que éste tiene como fin sembrar el terror con fines políticos -por lo que no se puede calificar como tal cualquier conato de violencia social-.
Los disturbios que se están produciendo en Grecia no pueden tener una lectura unidimensional, tal y como aparece en la mayoría de los titulares mediáticos. Aunque el detonante haya sido una nueva desmesura policial -concretada en la muerte de un chaval a manos de una policía griega que, por los visto, es de lo peor-, la situación social, política y económica de Grecia -¿acaso estos tres términos no van finalmente unidos y merecen una lectura profunda?- era caldo de cultivo para el conflicto y la insurrección. Condeno la violencia, desde un punto de vista moral y también utilitarista, pero resulta comprensible e inevitable cuando nace de la injusticia social, de la desesperación y de la hartura de la clase política (dirigente). Las acciones violentas son un peligro -inmediato, y también de instituir formas más graves de dominación-, sí, un camino equivocado que no conduce a ninguna parte y hay que tener la cabeza muy bien amueblada en según qué cirscunstancias para comprenderlo. Atribuir la violencia únicamente a la estupidez o maldad de las personas es, tal vez, una lectura simplista sin mucha cabida en este caso.
Desgraciadamente, a la sociedad española la caracteriza la apatía y la desmovilización política -aunque yo todavía me muestro esperanzado y hay algunos motivos de vez en cuando para estarlo-. La esperanza que supuso la etapa de la Transición, con la posibilidad de abrir nuevos caminos políticos, plurales y libertarios, se fue al traste en un proceso que muy bien pudo estar estudiado -y que tuvo su colofón quizá en los primeros gobiernos socialistas, y en una reforma laboral que supuso la consolidación del capitalismo-. El resultado es una juventud desactivada -excepto para cuestiones opiáceas como el fútbol o el botellón-, que sufre de problemas tan vitales como el trabajo basura, la imposibilidad de una vivienda digna y una calidad de enseñanza patética. Los jovenes, como la propia sociedad en su conjunto, se embriagan con la banalidad más absoluta y son incapaces de buscar nuevas formas de motivación y de lucha.
La radicalización de la juventud -y empleo aquí la acepción positiva del término, la que alude a la profundización- debe ser un fuerza dinámica que conduzca hacia una situación más justa y libre, menos autoritaria -que se traduce en una reducción considerable de la violencia social, tal vez su erradicación total sea una utopía perseguible-; la constante demonización de "lo radical", por parte del sistema, observa solo la parte extremista e intransigente de algunas de esas actitudes y eluden la necesidad constante de profundizar en los problemas sociales. Conciliar esa profundización con la pluralidad, con la no imposición al otro -y el reconocimiento en el otro- es el gran camino que considero que debe adoptar la humanidad. La acción rebelde, tal y como comentaba en la entrada anterior, me parece encomiable y bien diferenciada de la acción criminal. Estoy seguro que la inmensa mayoría de la juventud griega tiene una motivación de este tipo.