sábado, 23 de agosto de 2008

Sobre las medicinas complementarias y alternativas (1)

Que la religión y la medicina se aprovechan de las debilidades de las personas creo que es un hecho con el que podemos estar de acuerdo personas del más variado bagaje cultural o de ideologías muy diferenciadas. Ahora, atribuir la numerosa presencia de información falsa y la muy abundante estulticia presente en la sociedad moderna simplemente a la ignorancia o a la estupidez de los consumidores no parece un análisis realista. Particularmente, conozco a gente culta e inteligente que guardan cierta precaución sobre "disciplinas" como la astrologia o la quiromancia y, como he leído recientemente en un artículo sobre tratamientos inertes que pueden parecer eficaces, parece que la estadísticas dicen incluso que personas de estudios superiores abrazan las más variadas terapias no científicas. En el mismo artículo, el autor Barry Lane Beyerstein se pregunta cómo es posible que personas con titulación universitaria, incluso médicos, acepten cosas como el toque terapéutico, la iridología o la aplicación de velas en la oreja. La primera conclusión presente en el texto menciona a sicólogos expertos en el error humano que afirman que hasta los especialistas mejor cualificados pueden equivocarse si confían unicamente en sus experiencias personales y en razonamientos informales, especialmente si las conclusiones a las que lleguan afectan a creencias con las que mantienen vínculos de algún tipo (ideológicos, sentimentales o económicos).
El pensamiento crítico, tan necesario y tan ausente en nuestra sociedad, tiene en mi opinión que mantenerse bien protegido de los límites de la paranoia o de la constante conspiración del "sistema". Parte de este sistema sería para mucha gente la medicina convencional, pero resulta algo increíble pensar que toda la comunidad médica occidental (ojo, no hablo aquí de la gran empresa capitalista) forme parte de una especie de confabulación interesada en no aceptar la "verdad" de terapias complementarias o alternativas. Creo que no es descabellado aceptar que si los defensores de esas terapias pueden aceptar pruebas concluyentes de la veracidad de sus métodos dejarían de ser alternativas y pasarían a ser incorporadas a la llamada medicina convencional (y me anticipo a las críticas que se me harán a esta afirmación, hablando de intereses económicos, pero no quiero centrar en ello este texto sino en la veracidad de información cuestionable). Quiero dejar claro que no soy un defensor a ultranza de la medicina establecida, y sí del eclecticismo, pero creo que las fisuras o carencias del conocimiento científico no pueden llevarnos a la credulidad o a la regresión a etapas más oscurantistas. Aquellos que venden terapias alternativas tienen la obligación de demostrar que sus productos son eficaces y seguros. La supuesta validez de un tratamiento alternativo depende muchas veces de razonamientos subjetivos y de las experiencias de otros usuarios, sin base científica alguna, contradiciendo incluso principios establecidos de la biología, la química o la física. Lane centra su valiosísimo análisis (extensible, tal vez, al análisis político y social) en tratar de explicar los factores sociales, sicológicos y cognoscitivos que pueden llevar a gente honesta, culta e inteligente a creer en tratamientos no acreditados científicamente.
Puede haber dos grupos de personas que abracen confiados terapias no científicas. Aquellos que han sido aconsejados por alguien digno de confianza, por el testimonio de un amigo, un anuncio publicitario o por haber magnificado el hecho de que alguna terapia alternativa haya sido validada científicamente e incorporada a la medicina convencional. Los del segundo grupo pueden tener un compromiso filosófico más amplio, escogiendo "lo alternativo" sobre bases ideológicas subsumidas en determinadas creencias sociales y metafísicas (no estamos lejos de la conexión con la religión y, por lo tanto, con el dogma) alejadas de la visión científica y de sus reglas empíricas. Habría con este grupo un fuerte desacuerdo en su visión cosmológica y epistemológica. Naturalmente, es lógico que los temas que atañen a la salud se integraran en uno de esos dos modelos cosmogónicos: uno objetivo, materialista y mecanicista; el otro, subjetivo, animista y guiado por la moral. Nuestras creencias sobre la naturaleza y sentido de la vida, además de nuestra moral y la percepción de la realidad que podamos tener, influyen notablemente en lo que podamos pensar sobre la salud y la enfermedad, por lo que si criticamos a una persona por creer en curaciones no convencionales es lógico que seamos rechazados vehementemente al considerar que estamos atacando las bases mismas del pensamiento individual. Lane concluye, apoyado en el trabajo de expertos sicólogos, que el afán por defender una cosmogonía individual se basa en ciertos procesos cognitivos que pueden filtrar y distorsionar la información en contra.
Otra afirmación con la que hay cierto consenso es la de la carencia formativa, y notable ignorancia científica, que caracteriza a la sociedad. Es por eso que muchas personas pueden carecer del conocimiento y pensamiento crítico necesario para rechazar un producto comercial relacionado con la salud. Como afirma Lane, "Si los consumidores no tienen ni la menor idea sobre cómo las bacterias, los virus, los priones, los oncogenes, los agentes carcinógenos, o las toxinas medioambientales afectan a los tejidos corporales, no ha de parecerles remedios más mágicos el cartílago del tiburón, o los cristales curativos, o el pene pulverizado de tigre que el último descubrimiento realizado por un laboratorio de bioquímica". Así, el consumidor se encuentra desprotegido y se crea una industria, más o menos alternativa, con su propias y nada verificables campañas de marketing y su búsqueda de beneficios.
La bonita y simplona creencia, apoyada en religiones de última generación, del "tú creas tu propia realidad", que apuesta por criterios emocionales, por encima de los empíricos y lógicos, para decidir cómo percibe la realidad cada cual, ha llevado a considerar que la objetividad es una ilusión y a una especie de "todo vale" en la percepción individual. La verificación empírica ha quedado deavuada y se intensifica el número de seguidores de productos sanitarios muy cuestionables. Los seguidores de medicinas alternativas abrazan cierto dualismo mente-cuerpo y recurren más tarde o más temprano al artificio de supuestos mediadores espirituales en los temas de salud. De ahí, el retorno a la creencia tradicional, con sus diversas variantes, de que la verdadera causa y solución para cualquier patología radica en la mente. Pueden haberse demostrado efectos sicológicos beneficiosos en la salud, pero ello ha quedado magnificado fuera de toda proporción razonable por los defensores de la medicina alternativa. Un extremo de esta posición es la afirmación precientífica de que la salud y la enfermedad están conectadas con la capacidad personal (con la capacidad moral), por lo que a menudo se conduce a la culpabilidad de la persona y a creer que algo inadecuado habrá realizado para merecer la aflicción que padezca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó tu reflexión. En mi búsqueda personal de respuestas, he escuchado a muchos religiosos, ayudadores, intermediarios, terapeutas, sin llegar a ninguna conclusión valedera, posiblemente por mi propia incapacidad. No encuentro contención en mi religión, la judía. Nunca me sentí integrante del pueblo de israel. Cuando concurría al templo sentía la cosa mecánica de la repetición a excepción de ciertas festividades en que escuché a Marshall Meyer, pero lamentablemente era muy chica. La misma sensación tuve en las iglesias. Aún de pequeña sentía que creer implicaba ser culpable por pecados terribles y desconocidos y que había que pedir a Dios que nos liberara de enemigos terribles y desconocidos acechándonos durante toda nuestra vida a través de tentaciones. De mayor comencé a escuchar a pastores, hermanos, que invitaban a negociar con Dios, a ser socios. Da a la iglesia y saldrás ganancioso. Me hacía gracia o me indignaba. Y seguía en la búsqueda. Leí testimonios de detractores y devotos de Sai baba. No estará loco un tipo que tras unas cuantas explicaciones se dice Dios y maerializa objetos de marca para convencer a sus dubitativos seguidores? Escuché a Claudio M. Dominguez y sentí simpatía y hasta agradecimiento, por como me sentí identificada con algunas de sus reflexiones. Pero siempre la fea duda ante aquello de Dios está en uno, la chispa divina en c/u, hay que dejar de llevar una vida patética y berretonga, para dar, dar y dar, hacer servicio, amar y no esperar a cambio porque simplemente todo está allí para que lo tomemos. Dejar de pensar en me quiere, por qué no me llama, qué me compro, dónde voy. Nacimos para ser felices. Pero hay que despertar, abrir conciencia, nadie dijo que es fácil. Sino, de nuevo el castigo, estás condenado a volver vida tras vida, hasta entender?, el karma el darma. No podría ser un poco más sencillo? pregunto sin ironía y desesperanzada. Y otras veces pienso, pero hasta esos mercaderes que llenan los templos haciendo poner el diezmo y exorcisando presuntos malos espíritus que toman posesión de nuestras pobres vidas, hacen algún bien a los liberados. Porque esa persona que se cura, que encuentra trabajo, que se le restaura la salud o la flia. y cree en un buen Dios que le hizo el milagro, mejora notablemente su vida. Ora, obla y siente bienestar. Mientras que el que se pregunta sin descanso, el que duda, qué consigue?, aumentar su esceptisismo. Será que no hay que seguir a nadie y tener la sensatez de aceptar la soledad, sin sentirse chispa divina de ningún Dios y participando de este gran experimento que es la vida, sin creer en el premio y el castigo. Perdón por haberme extendido tanto. Un saludo