Posmodernidad es un concepto complicado de definir, pero que podría caracterizarse a priori por su fuerte crítica, oposición e, incluso, superación (presunta, según mi modo de ver las cosas) del ambicioso y mayestático proyecto modernista, el cual fracasó en su intento de emancipar a la humanidad y resulta impensable llevarlo a cabo en las condiciones actuales. Sin embargo, sí resulta cuestionable asumir que vivimos un periodo llamado posmoderno (aunque parece asumible que el paradigma de pensamiento sí lo sea) y que una nueva Ilustración, más sólida y extensa y nada autoritaria, sea posible en el siglo XXI, sí considero que algunas de las características reivindicadas por la posmodernidad son perfectamente compatibles con las ideas libertarias, nacidas de la modernidad. Su búsqueda del eclecticismo, de la hibridación y de la descentralización, su rechazo a los líderes y a toda suerte de mesianismos y la desconfianza frente a todo gran discurso o ideología, entendidos como sistemas cerrados de ideas plagados de verdades irrefutables, es algo que no tiene por qué resultar ajeno al anarquismo (más bien, éste se adelantó en sus proposiciones a la era actual). Sin embargo, es necesario comprender que el pensamiento posmoderno se encuentra insertado en una nueva fase del capitalismo, caracterizado por un consumismo atroz y por un individualismo insolidario y narcisista. El capitalismo ha atravesado por diversas etapas, resultando su capacidad de regeneración asombrosa (como veremos tras esta presunta crisis, cuyas consecuencias pagan más severamente los de siempre), y es la globalización tal vez la última de ellas (por lo que el pensamiento posmoderno parece suponer una claudicación cultural). Como ha señalado Fredrich Jameson, la fragmentación que conlleva la posmodernidad, sustentada en la saturación de información y en la complejidad tecnológica, supone la imposibilidad de una representación de la totalidad (transformación, por lo tanto, de la subjetividad). La modernidad poseía un indudable talante disciplinar y autoritario, con su búsqueda de reglas homogéneas, de una voluntad universal y de subordinación total al individuo (control de la subjetividad), pero la posmodernidad no supone una liberación del control social en absoluto. El control se logra por otras vías en la sociedad de consumo, por la seducción y la aparente diversificación de la elección individual. Es reinvidicable observar esta situación como una inequivoca forma de control social para la subjetividad, la cual sí podemos considerar que se ve transformada debido al pensamiento posmoderno. No obstante, estas reflexiones acerca de la posmodernidad parecen propias de un mundo desarrollado que asume las desigualdades sociales. Hay tantos lugares del planeta donde la pobreza es endémica que resulta impensable analizar las premisas de la posmodernidad más que como la aspiración de un modelo de desarrollo sustentado en la desigualdad (reflexión que puede entenderse como una crítica en sí al pensamiento posmoderno, elitista y falto de aspiraciones sociales). El desencanto frente a los proyectos políticos es otra característica posmoderna (otra claudicación); el anarquismo concreta su rechazo a la política “democrática” entendida como actividad estatal, que no encubre más que la dominación oligárquica de toda la vida, y realiza su proposición concreta de autogestión social.
Para ser claro, si recordamos que el pensamiento moderno depositó su confianza en los conceptos de evolución y progreso, me niego a considerar que la idea de perfectibilidad en todos los planos de la acción humana, individual y colectiva, se pierdan en una especie de era pesimista en lo global, narcisista y superficial en lo subjetivo, con toda suerte de ambigüedades y exenta de compromiso. La posmodernidad critica las corrientes políticas surgidas del proyecto modernista (marxismo, liberalismo, democracia…), y señala su sustrato autoritario y etnocéntrico, pero se muestra más bien inerte, sin ninguna proposición en su rechazo a la idea de progreso o revolución, frente a un sistema politico y económico globalizado, cuyas consecuencias (especialmente, la sociedad tecnológica y mediática, y la cultura de la imagen frente a la profundidad intelectual) analiza asumiéndolas. La caída del Muro de Berlín (fracaso del socialismo de Estado) pareció consolidar el pensamiento posmoderno, sin contar con las nuevas vías para el socialismo que ya abrió el anti-autoritarismo y el individualismo solidario. Utopía y progreso son desdeñados con facilidad ( incuestionable para mí el segundo a pesar de no observar la historia de manera necesariamente lineal, necesaria la primera como meta de perfección para ensanchar la realidad), por lo que podemos calificar el pensamiento posmoderno con tintes conservadores. Es rechazable la posmodernidad, que pretende ser según algunos autores como un paso a la tolerancia y a la diversidad, entendida como anti-modernidad, y sí es reivindicable una nueva Ilustración multicultural de características libertarias, donde los derechos humanos sean axiomáticos en cada contexto.
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