lunes, 10 de noviembre de 2008

La evolución del racionalismo

Hay quien acusa al anarquismo de un excesivo "intelectualismo". Como los términos tienen a veces significados múltiples, usados de manera subjetiva, quiero entender que esa acusación, acerca de usar demasiado el intelecto, lo que quiere significar es que la capacidad de pensar no es necesariamente superior a las emociones o a la voluntad -yo al menos no puedo entender, de otro modo, el criticar el "intelecto" o lo "racional"-. Estaríamos hablando, en caso de dicha superioridad, de un "racionalismo sicológico". Históricamente, se ha llegado a asociar el voluntarismo -primado de la voluntad- con la metafísica -algo rechazable, de entrada, ya que aparece indefectiblemente la divinidad o a algo similar-, pero puede manifestarse en otros planos, como el sicológico -en el plano anímico- o el moral -la llamada "razón práctica", que tiene su origen en Kant-. Por otra parte, el racionalismo no tiene necesariamente que anular las emociones -unidas, a su vez, tantas veces a la voluntad-, ya que precisamente la razón puede hacer de medidor de aquellas. Emoción -o pasión- puede tener un sentido positivo o negativo, según la situación, por lo que la rectitud en el pensar puede ayudar a atemperar las pasiones. Son recuperables tantos filósofos del pasado, cuyo pensamiento es tan válido sobre tantas cuestiones vitales que están lejos de haber sido superadas -otra forma de aprender a cuestionar el progreso-. Hablar, por lo tanto, de una razón omnipotente no me parece el camino más adecuado, y sí la búsqueda de su complemento con otras potencialidades del ser humano. Creo que el anarquismo es, indiscutiblemente, racionalista al modo moderno-superado su carácter metafísico, según el cual Dios era el garante de las verdades racionales-. Y yo me considero racionalista, a pesar del descrédito que la posmodernidad le otorga -fundamentado, tal vez, en un individualismo insolidario y en una falta de compromiso social-. Tengo que partir de dicha calificación para que exista la posibilidad de expandir la razón todo lo posible y de integrarla con elementos con los que no tiene por qué oponerse -y, ahora sí, utilizo el término en sus diversas acepciones: capacidad de discurrir, de entender o organizar el discurso, método en el decir o en el hacer, justicia en el operar...-.

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