sábado, 13 de diciembre de 2008

La radicalización, o no, de la juventud

No soy nada dado a las justificaciones apriorísticas que tanto gustan a los que se llenan la boca de democracia, defensores de nuestro sistema socio-político. Es más, cuando tantas veces se me exige que condene ciertos hechos violentos, con un claro deseo de ponerlos al mismo nivel de las desmesuras policiales, pues sencillamente no me da la gana de realizar la susodicha condena, que no es más que un análisis superficial de un determinado conflicto social. Y que conste que, aunque pueda parecerlo, no estoy hablando del grupo terrorista ETA -la ausencia de condena a las odiosas acciones de esta banda armada, por parte de la mal llamada izquierda abertzale, no es más que un subterfugio y un acto de cobardía más-. Dicho esto, que detesto las justificaciones -los que las piden siempre ponen la sospecha en determinadas ideas-, afirmaré con rotundidad que detesto profundamente la violencia y también el terrorismo, aunque hay que recordar que éste tiene como fin sembrar el terror con fines políticos -por lo que no se puede calificar como tal cualquier conato de violencia social-.
Los disturbios que se están produciendo en Grecia no pueden tener una lectura unidimensional, tal y como aparece en la mayoría de los titulares mediáticos. Aunque el detonante haya sido una nueva desmesura policial -concretada en la muerte de un chaval a manos de una policía griega que, por los visto, es de lo peor-, la situación social, política y económica de Grecia -¿acaso estos tres términos no van finalmente unidos y merecen una lectura profunda?- era caldo de cultivo para el conflicto y la insurrección. Condeno la violencia, desde un punto de vista moral y también utilitarista, pero resulta comprensible e inevitable cuando nace de la injusticia social, de la desesperación y de la hartura de la clase política (dirigente). Las acciones violentas son un peligro -inmediato, y también de instituir formas más graves de dominación-, sí, un camino equivocado que no conduce a ninguna parte y hay que tener la cabeza muy bien amueblada en según qué cirscunstancias para comprenderlo. Atribuir la violencia únicamente a la estupidez o maldad de las personas es, tal vez, una lectura simplista sin mucha cabida en este caso.
Desgraciadamente, a la sociedad española la caracteriza la apatía y la desmovilización política -aunque yo todavía me muestro esperanzado y hay algunos motivos de vez en cuando para estarlo-. La esperanza que supuso la etapa de la Transición, con la posibilidad de abrir nuevos caminos políticos, plurales y libertarios, se fue al traste en un proceso que muy bien pudo estar estudiado -y que tuvo su colofón quizá en los primeros gobiernos socialistas, y en una reforma laboral que supuso la consolidación del capitalismo-. El resultado es una juventud desactivada -excepto para cuestiones opiáceas como el fútbol o el botellón-, que sufre de problemas tan vitales como el trabajo basura, la imposibilidad de una vivienda digna y una calidad de enseñanza patética. Los jovenes, como la propia sociedad en su conjunto, se embriagan con la banalidad más absoluta y son incapaces de buscar nuevas formas de motivación y de lucha.
La radicalización de la juventud -y empleo aquí la acepción positiva del término, la que alude a la profundización- debe ser un fuerza dinámica que conduzca hacia una situación más justa y libre, menos autoritaria -que se traduce en una reducción considerable de la violencia social, tal vez su erradicación total sea una utopía perseguible-; la constante demonización de "lo radical", por parte del sistema, observa solo la parte extremista e intransigente de algunas de esas actitudes y eluden la necesidad constante de profundizar en los problemas sociales. Conciliar esa profundización con la pluralidad, con la no imposición al otro -y el reconocimiento en el otro- es el gran camino que considero que debe adoptar la humanidad. La acción rebelde, tal y como comentaba en la entrada anterior, me parece encomiable y bien diferenciada de la acción criminal. Estoy seguro que la inmensa mayoría de la juventud griega tiene una motivación de este tipo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante tu lúcida reflexión. Efectivamente, hay un descontento e insatisfacción crecientes contra el sistema capitalista, opresor por definición, pues debe explotar a una mayoría para que una minoría viva como dios. Un cambio se está pidiendo a gritos en todo el planeta, pero lo terrible es que el capitalismo ha venido adaptándose y sobreviviendo a todas las circunstancias. Es tremendamente listo y emplea sin escrúpulos cualquier método para anestesiar a las fuerzas vivas de la sociedad. Parece que ahora no es suficiente, que ha llegado a su fin, pero mi miedo es si no estará, simplemente, sufriendo una nueva transformación.