Se tiende a valorar el anarquismo con unos parámetros rígidos, con intención seguramente de categorizarlo o, o que viene a ser lo mismo, a reducirlo a algo que le vendrá siempre estrecho. Como ejemplo, es recurrente calificarlo con desdén como anacrónico en sus postulados; recomiendo, como argumentación sólida frente a ello, asegurar que las propuestas de un determinado anarquismo pueden situarse en una época concreta del pasado, pero el propio anarquismo, y sus presupuestos, vienen a ser intemporales (por seguir jugando con el factor tiempo y combatir al mismo tiempo esa visión del "progreso" tan simplista e interesada). Por definición, el anarquismo sería un estado de absoluta flexibilidad, entre otras muchas cosas (que serán tan importantes o más, como la justicia o la moral). Esa misma flexibilidad, esa capacidad del anarquismo para nutrirse de numerosas ideas, autores o, incluso programas, creo que es su mayor fortaleza. Si apelamos en tantas ocasiones a ideas y autores del pasado, es para tratar de revitalizarlos, situarlos en el debate de la sociedad actual sin simplezas, con toda la complejidad que la realidad merezca. Si el anarquismo es un concepto anatematizado (por aquellos de pobre conocimiento o de moral hipócrita o reduccionista), relegado a los los libros de historia o, simplemente, desdeñado como algo no factible, esa "puesta al día", ese continuo combate moral e ideológico, esa demostración de que la utopía de ayer puede hacerse realidad, en todo o en parte, gracias al esfuerzo humano, se convierten en una labor tan titánica como estimulante. Esa tensión descomunal entre un idealismo desmesurado, que apuesta por todo, y una incidencia en una realidad concreta, que no deja jamás a un lado la opción ética conforme a unos principios sólidos, me resultan un impagable leitmotiv para una existencia que tienda a lo libertario (y el ideal es, no lo olvidemos, la liberación en todo los planos de la vida, para uno mismo y para los demás).
Se me dirá que todo esto son buenas palabras, que las circunstancias de la vida pueden enturbiarlo todo y que la convivencia social da lugar a conflictos en los que pesa más la crueldad y lo arbitrario que el más bello de los principios. No lo niego, e insisto en que trato de no hacer una lectura simple de lo social o de la naturaleza humana. Sin embargo, mi condición testaruda y mis principios (y, por qué no decirlo, también mi curiosidad), unidos a mi absoluta ignorancia sobre lo que es el ser humano y las sociedades que forma, no dejan de indagar en lo que podría ser (o, siendo cautos, en lo que "debería ser"), en cómo serían esos conflictos, de la índole que fueren, en una sociedad que ha tratado de desprenderse de toda dominación de unos seres humanos sobre otros. También observo a muchas personas insistir, seguramente haciendo una crítica a eso que denominan "ideología", en no conformar una propuesta en oposición a algo. De nuevo, observo que se utiliza el lenguaje y la argumentación de manera tramposa y reduccionista; tener "ideas" (que no es otra cosa que la "ideología", otra cosa es el dogmatismo que quieras aportar a la misma, pero eso es un concepto más propio de la religión) es algo que nos define como seres humanos y apartar lo que consideramos negativo, creo que también. Bien, yo me permito tener unos principios ideológicos que se concretan muy bien en lo que se denomina "antiautoritarismo". Esta oposición a algo considerado de manera común como nocivo es algo que aceptará, seguramente, la inmensa mayoría de la gente. El anarquismo se empeñó, y continuará haciéndolo, mucho más que el liberalismo (cuya condición clasista traicionó muy pronto esos principios), en que esa palabra tenga pleno sentido.
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