Uno de los factores decisivos para combatir la degeneración social del evolucionismo darwinista, que comentaba en la entrada anterior, es la llamada "ética social", tan importante en la obra de Kropotkin. El noble anarquista ruso consideró que, junto a la ley darwiniana de lucha por la superviviencia, existía la llamada ley de "ayuda mutua" entre los miembros de una misma especie. Trató de hacer de dicha ley el fundamento de toda sociedad animal, incluida la humana. La ayuda a sus semejantes sería, para Kropotkin, un impulso básico para el ser humano. Porque Kropotkin equipara el impulso ético a "lo natural", deposita una completa confianza en la naturaleza y trata de indagar en la misma, con el fin de ajustar el comportamiento humano a una ley natural, producto de un orden cósmico en los que cabe la bondad y la belleza. Del mismo modo, considera Kropotkin que naturaleza es sinónimo de ciencia y asentará, de ese modo, una de las más poderosas señas de identidad de los libertarios de su tiempo: la plena confianza en la ciencia. Una confianza en la ciencia que, a mi modo de ver las cosas, debería ampliar su horizonte de manera constante y mantenerse a salvo de un culto excesivo. Ciertas lecturas posteriores, así como consecuentes polémicas bien planteadas al servicio de un pensamiento emancipador, han demostrado la capacidad de la tradición ácrata para huir del dogma y para revitalizar sus propuestas. Malatesta, contradiciendo en este asunto a su, para tantas otras cosas, maestro Kropotkin y tratando de salvaguardar tanto la libertad como la voluntad del hombre, rechazó el cientificismo y todo fatalismo producto de una supuesta ley natural. Para el italiano, la anarquía sería una aspiración humana al margen de una supuesta ley o necesidad natural, un programa elaborado por la voluntad del hombre (y no una especie de filosofía científica) tratando de combatir, precisamente, las desarmonías que pueden encontrarse en la naturaleza. Se resume muy bien lo que Malatesta pensaba, al respecto, en la bella frase: "La fe, en nuestro caso, no es una creencia ciega; es el resultado de una firme voluntad unida a una fuerte esperanza". Volviendo a Kropotkin, a pesar de que el trabajo del autor de La ayuda mutua y de la inacabada Ética: Origen y desarrollo sea de un rigorismo científico cuestionable, aunque no exento de datos históricos y naturales bastante impresionantes y muy útiles, su crítica a ciertos factores y circunstancias negativas para la conducta humana (como la presión del Estado y de los grupos sociales) y la mencionada confianza que depositaba en una ética social son de un interés y de una vigencia impagables.
Frente a la controversia no resuelta acerca de la naturaleza humana, egoísta o altruista, bélica o sociable, mi opinión es que nuestra afán categorizador y tendencia al maniqueísmo (y, por lo tanto y por definición, "reduccionista") nos conduce a otra suerte de fatalismo. No creo que exista una respuesta definitiva para buscar una condición inherente cercana a Caín o a Abel (por usar el mito judeo-cristiano que forma parte de nuestro acervo y, tal vez por ello, supone que caigamos constantemente en el infantilismo). La historia del movimiento libertario y de sus pensadores más notables nos demuestra tolerancia, autocrítica, una férrea ética social e individual, muy necesaria para la época en que nos encontramos, y un afán indagador y enriquecedor constante. Tal vez, la bondad y el optimismo que caracterizaban a Kropotkin, unido a su innegable erudición, le llevó a ese intento de sistematizar las ideas y de indagar en teorías acerca de lo que es o no "natural". Otros, no exentos de sentimiento y de voluntad, y viendo la ciencia simplemente como un instrumento emancipador útil, han aportado también grandes cosas a la tradición ácrata.
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