sábado, 4 de abril de 2009

Naturaleza o convención, el viejo dilema

Puede decirse que Feuerbach, a través de Bakunin, proporcionó al menos la base de una línea ideólogica que seguiría en gran medida el anarquismo: la idea de Dios es ficticia, reúne las cualidades esenciales del ser humano proyectadas (razón, sentimiento, voluntad...) y su existencia supone para el hombre una absoluta alienación, subordinación e inclusos ser reducido prácticamente a la nada, por lo que es necesaria la destrucción de esa idea ficticia. El materialismo es, pues, uno de los principios originarios del anarquismo. Consistía básicamente en buscar una ciencia que explique el universo dejando a un lado cualquier ley sobrenatural, justicia providencial o cualquier tipo de apoyo espiritual. Es una tradición que se remonta a filósofos de la Antigua Grecia como Demócrito o Epicuro. Los filósofos materialistas franceses del siglo XVIII serían canalizados por las corrientes más radicales del liberalismo democrático y por el propio anarquismo en España. Naturalmente, estamos hablando del anarquismo decimonónico, y a mi modo de ver las cosas una concepción materialista del universo tan radical está sujeta a muchas críticas, por supuesto apoyándose en otras corrientes surgidas de la Ilustración o que cierran esa etapa: el empirismo científico, el escepticismo filosófico o la renuncia a inferir reglas morales de la naturaleza. A propósito de esta última cuestión, el viejo dilema entre naturaleza o convención, hay que recordar que fueron los estoicos los que consagraron lo natural como lo racional, lo que supone en última instancia que se conecte con lo providencial. Esa sería la base de la filosofía cristiana, en la que la razón humana se mostraría insuficiente para interpretar el mundo y necesita apoyarse en su fuente originaria, es decir Dios. En la Edad Media, los descubrimientos se buscaban razonando sobre la esencia de las cosas y su vinculo con la divinidad. La observación y el análisis llegarían en el siglo XVII revolucionando el método científico, aplicando leyes universales y obteniendo grandes avances técnicos. Es por eso que se busque en la naturaleza un modelo de unidad, de legalidad y de verdad con la intención de superar los problemas políticos, sociales y morales. Filósofos del siglo XVII, como Holbach, Lamettrie o Helvecio, llegarían a afirmar que todos los procesos naturales, también los intelectuales y morales, pueden reducirse y explicarse por la materia y el movimiento. Con la llegada del "derecho natural" se consolidarará una visión optimista e igualitaria del cosmos, y liberales y anarquistas la dirigirán a enjuiciar críticamente las instituciones y la legalidad sociopolítica. Insisto, este "dogma" de un orden natural armónico (que, por otra parte, tanto sigue influyendo en cierto ecologismo "místico") es criticable, y ya fue corregido por libertarios posteriores, especialmente la extracción de normas morales de los fenómenos naturales. Como ya he comentado en otras ocasiones, la concepción materialista y racionalista del mundo es para mí un punto de partida, susceptible de ser ampliado y corregido, compatibles con otras cualidades del ser humano, y mi visión de la naturaleza, por mucha belleza que encontremos en ella y por muy necesario que sea su estudio y respeto, es neutra y amoral. No deja de verse cierto principio trascendente en esa "naturaleza racional" (que parece ser que trató de asentar Hegel) y que tal vez influyó todavía en Feuerbach y Bakunin. Es un debate pendiente que merece ser investigado en profundidad. Me niego a aceptar cualquier determinismo material, natural o producto de la evolución. De nuevo llegamos a una supuesta naturaleza buena o mala del ser humano y de nuevo insisto en suspender el juicio y en que, en cualquier caso, nos vemos obligados, por convención o voluntad o como se le quiera llamar, a edificar un medio sociopolítico todo lo perfecto posible para tratar de perfeccionarnos a su vez a cada uno de nosotros, tal vez para vencer esa desarmonía presente en la naturaleza (lo que supone contradecir algunas visiones anarquistas decimonónicas), sin que ninguno de estos factores me parezca totalmente determinante para la conducta humana (ni naturales ni convencionales). Es la grandeza de la libertad del ser humano.

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