Mi entusiasmo juvenil por el cineasta Ken Loach hace tiempo (bastante tiempo) que se ha visto atenuado, tanto por la propia producción cinematográfica del autor (casi siempre, al menos, interesante), como por mi propia evolución personal (en la que caben muchas cosas, gustos cinematográficos, ideas políticas... y, por qué no decirlo, manías personales bien llevadas). La primera película que se estrenó en España, estoy casi seguro (hay quien me contradice), fue Riff-Raff, a pesar de que se trataba de un realizador ya veterano heredero, como les gusta decir a los entendidos, del "realismo social británico", con numerosas producciones a sus espaldas. Riff-Raff me parece una película extraordinaria, tal vez la mejor de la última etapa del realizador británico, brillante en sus diálogos, demoledora y honesta en sus intenciones y aderezada de un estupendo sentido del humor que no contradice en absoluto sus radicales planteamientos. La historia de unos obreros de la construcción y sus precarias condiciones se sitúa en un marco social tremebundo con problemas de vivienda, desesperación y violencia callejera mal canalizada ("están enfadados con todos, menos con quien deberían estar enfadados", espeta uno de los protagonistas aludiendo a unos jóvenes squatters no precisamente solidarios con los de su condición). Alusiones en algún momento de los diálogos a la política parlamentaria, con una crítica directa a Thatcher y cierta esperanza en las acciones del Partido Laborista (que pueden leerse, de otra manera, como ingenuidad por parte del personaje que muestra tal cosa), no restan fuerza al mensaje radical, más implícito que otra cosa (y con más valor por ello, en mi opinión), y en cierta secuencia la cámara se para durante unos segundos en una pintada en la que se puede leer "Class War" (con la primera "a" circulada aludiendo al anarquismo). Un erudito amigo mío, hablando recientemente de la obra de Loach, corrige en algo mi simpatía hacia ese detalle en Riff-Raff. Class War fue, y tal vez siga siendo, un movimiento social británico que aglutina diversas tendencias políticas. A Ken Loach he querido denominarlo en el pasado algo así como "marxista heterodoxo" (algo que es, tal vez, una contradicción en los términos), pero muchos le etiquetan simplemente como trotskista. Lo que parece claro es que Loach no es anarquista, y su simpatía hacia las ideas libertarias parecen solo coyunturales en su obra. No tardo demasiado tiempo en estrenarse en España, después de Riff-Raff, la anterior en el tiempo Agenda Oculta. Se trata de un buen thriller político, en el que se denuncian el terrorismo de Estado y las manipulaciones de la derecha, pero en las que de nuevo parece poder entenderse que con la "izquierda" en el poder las cosas serían muy diferentes. Desde la perspectiva que dan, además, los 20 años transcurridos desde el estreno de esta película, solo puedo calificarlo de ingenuidad.
Tierra y libertad es tal vez un nuevo punto de inflexión en la carrera de Loach. A partir de esta historia sobre la Guerra Civil Española, y sobre la revolución consecuente, parece haber capital español en cada producción del inglés. La película me fascinó en su momento. Hoy, después de años sin verla (a pesar de todo, merece una revisión cuanto antes), hay demasiadas cosas que me parecen cuestionables. El guión es protagonizado por un ingenuo comunista inglés, auténtico desconocedor de la realidad española, y nos relata cómo es convencido para luchar en una guerra en otro país (¡gracias al discurso de un cenetista!), cómo acaba formando parte de una columna del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), acabará entendiendo que la revolución española autogestionadora es un hecho paralelo a la lucha contra el fascismo y desencantándose del comunismo prosoviético (progresivamente, más poderoso a medida que avanza la guerra, propulsor de un ejército regular y contrario a la práctica revolucionaria debido a los intereses de Stalin con las democracias capitalistas). La película no oculta su romanticismo (¡la última guerra de ideas!) ni su inspiración en el Homenaje a Cataluña de Orwell (resulta significativa esa batalla entre anarquistas y comunistas, en las calles de Barcelona y en el edificio de la Telefónica, mientras una mujer les grita que se dediquen a luchar contra el fascismo). Los propósitos del film, tal vez no tanto sus valores cinematográficos, son claros: mostrar el igualitarismo y camaradería entre los milicianos, inexistentes en una ejército regular, el internacionalismo de lucha contra el fascismo y de la práctica revolucionaria, y cómo un supuesto pragmatismo bélico acabó con esa situación. El espíritu de la película es, o debería ser, anarquista. Sin embargo, el auténtico protagonista, o al menos el que más tiempo de cuota de pantalla tiene en el film, es el POUM, un partido político denominado tantas veces comunista antiestalinista. De nuevo, Loach obtiene una tabla de salvación para sus ideas marxistas. La presencia anarquista en el film es casi, casi folclórica, con el personaje secundario de la miliciana Blanca como ejemplo, y parece reivindicarse una unidad izquierdista revolucionaria, que es tal vez más un deseo que una realidad. La película tiene valores, incluso aristas, pero todo es demasiado perfecto en esa línea revolucionaria algo artificiosa, da la impresión que construida intencionadamente a posteriori (tal vez, con un nuevo sentido para la llamada "memoria histórica"). Resulta esclarecedora del tono de la película la secuencia final, cuando los amigos ingleses del fallecido protagonista cantan la Internacional y la nieta empuña con orgullo el pañuelo rojo de Blanca, símbolo de la historia (¡pero, no era anarquista!). Ya digo, los valores de este film son bastantes, y mis críticas se hacen tal vez más desde los sentimientos y las ideas. Otra secuencia destacable es aquella de la asamblea, en una aldea en la que se ha derrotado al ejército insurgente, en la que se decide sobre la colectivización de las tierra; no es ninguna leyenda que la forma de trabajar de Loach, al menos en algunos aspectos, es coherente con la tradición social realista y esta secuencia mezcla a actores profesionales con personas con alguna implicación en los hechos narrados, se logran algunos diálogos memorables y se trata de mostrar diversos puntos de vista. La manipulación y artificios de último tramo del film lastran tal vez el resultado final y ocultan valores evidentes. No obstante, al margen de valores meramente cinematográficos, el gran mérito de Tierra y libertad fue rescatar del olvido parte esencial de los hechos de la Guerra Civil y Revolución españolas. El cínico e inefable Santiago Carrillo, así como algún historiador de cuestionable imparcialidad, acusaron a la película de algo disparatado: faltar a la verdad histórica y alabar el aventurerismo revolucionario. Solo por remover los intereses del semejantes personajes, ya merece la pena la obra de Loach.
Después de casi 15 años desde el estreno de Tierra y libertad, con varias películas de desigual calidad, se estrena ahora una nueva película de Loach. Se trata de Buscando a Eric, en la que parece haber un giro en los planteamientos estilísticos del realizador e incluso en sus propuestas sociopolíticas. Solo lo parece, tal vez. Un marco social actual tremebundo, como siempre (en el que no creo que Loach caiga habitualmente en la demagogia ni en el maniqueísmo), pero en el que aparecen esta vez como casi deterministas las nuevas tecnologías: videojuegos, teléfonos móviles, youtube, y la estupidez en general que inmoviliza a los jóvenes e incluso les hace caer el crimen. Un personaje no demasiado mayor, pero auténticamente derrotado, encuentra la energía y vitalidad necesaria en sus conversaciones imaginarias con un ídolo del fútbol (el polémico y temperamental Eric Cantoná, al que alude el título junto al idéntico nombre del protagonista). Adelantaré que Loach, junto a su guionista Paul Laverty, para los que les sorprende que dichos autores elijan un argumento aparentemente frívolo, no elude en absoluto, aunque de manera quizá algo farragosa, la reflexión acerca del embrutecimiento de masas que constituye el balompié. Simplemente, el viejo luchador ha cambiado de estrategia, pero no de metas. Si "el opio del pueblo" (ya sea religión, fútbol o la tecnología) es inevitable, tratemos de echarle imaginación y seguir reivindicando la solidaridad entre la clase trabajadora (su final, al que se ha calificado de algo macarra, se me hizo simpático). El mensaje es claro, la clase obrera sigue puteada (no soy yo tan optimista respecto a la solidaridad entre la misma, pero vale como planteamiento), necesitamos a los otros y a nada conduce el aislacionismo y la desesperación que impida la toma de decisiones. Buscando a Eric no es una gran película, es tremendamente irregular y no tan divertida como se presupone (aunque algunos detalles "filosóficos" de Cantoná no tienen precio, atentos a los títulos de crédito finales). A pesar de ello, conecto, a pesar de su excesivo optimismo, con su tramo final: ignorar el marco estatal y tratar de buscar una solución entre la gente de a pie para resolver un problema grave, dar a la solidaridad un sentido sólido, sacar fuerzas de flaqueza, poner en marcha la imaginación y lograr mostrarse esperanzado ante el futuro.
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