Me resulta curiosa la polémica entre el escritor Juan Marsé y los artífices de una película, supuestamente escandalosa (me asombra y entristece que tal etiqueta se emplee a estas alturas, con la amenazante sombra de los tan patéticos como inicuos guardianes de la "moral") sobre el poeta Jaime Gil de Biedma. No he visto, ni creo que lo haga, El consul de Sodoma, título que ya avisa sobre los propósitos de un tipo de obra que se me antoja algo anacrónica y algo oportunista. Como soy un modesto aficionado tanto a la literatura como al celuloide, al margen del interés que pueda tener en una determinada novela o película, acabo siguiendo de cerca todo este tipo de cosas, no exentas de morbo. Contrariamente a lo que opinan muchas personas, el cine me ha descubierto notables obras escritas y, viceversa, de literatura supuestamente mediocre se han logrado notables adaptaciones cinematográficas (e, incluso, teniendo simples novelas "alimenticias" en su origen, como es el caso de la gran Sed de Mal de Welles).
Recuerdo el inexplicable caso de Javier Marías, escritor del que se adaptó su novela Todas las almas con el título El último viaje de Robert Rylands, dirigida por la interesante Gracia Querejeta a mediados de los 90. Pues bien, el escritor acabó ganando un juicio a la productora, ya que le indignó tanto la adaptación cinematográfica que inició una demanda para que retiraran su nombre de los títulos de crédito. No termina de caberme en la cabeza que uno venda los derechos de una obra literaria, tomando luego la deriva que sea, para acabar exigiendo luego tal despropósito en nombre de una supuesta defensa de la autoría. En el polo opuesto existe el pragmático y crematístico caso de Arturo Pérez Reverte, el cual ha afirmado en alguna ocasión que se niega a hacer valoración alguna de la adaptación de una obra suya, de la índole que fuere, mientras dure su carrera comercial en las grandes pantallas. Juan Marsé no es un escritor que me estimule demasiado, aunque he de reconocer que sus historias "respiran" un aire muy cinematográfico, y estoy de acuerdo con él en que no ha tenido excesiva suerte en las adaptaciones que ha "sufrido". En su enésima répica hoy en El País, en la polémica a la que aludía al inicio de este texto, acababa asegurando que el mejor guión que adaptaba una obra suya nunca llegó a rodarse. El escritor no menciona el título de la novela ni el artífice, o artífices, de la adaptación, pero estoy casi seguro de cuál se trata.
Se supone que este blog está estrechamente vinculado al anarquismo y, créanme amigos lectores, algún nexo de unión acabará establecido. España es un país en el que una vez hubo un poderoso movimiento libertario y, a pesar dede la guerra, de la dictadura y de la general ignominia, una impronta ácrata aparece más tarde o más temprano por estas tierras (algunos, nos obcecamos en rastrearla). Marsé, estoy casi seguro, alude a la adaptación que de su novela El embrujo de Shangai iba a realizar el inefable Víctor Erice. Por los motivos que fueren, Erice es cualquier cosa menos un autor "fácil", el proyecto no llegó a buen puerto y la adaptación la llevó a cabo años más tarde Fernando Trueba con, en mi opinión, mediocres resultados. En el origen del primer proyecto, estuvo implicado el malogrado director Antonio Drove, con el que tuve ocasión de trabajar durante un breve tiempo en sus intentos de adaptación. Tiempo después, fue publicado el guión firmado por Erice (desconozco lo que quedó del trabajo de Drove) teniendo tal vez una curiosa entidad propia como obra literaria aparte (lejos, por lo que dicen los entendidos, de la "ligereza" de Trueba).
Antonio Drove fue un director curioso, con un talento que tal vez no pudo ser lo suficientemente desarrollado, o quizá no se lo permitieron. Sus dos mejores películas, y vuelvo así al tema inicial de esta entrada, son adaptaciones literarias que contaron con el beneplácito de los respectivos escritores. El caso de El Tunel, fue una adaptación perseguida por no pocos realizadores, siendo Sabato por lo visto un escrito nada sensible a ser "seducido", cayendo finalmente en manos de un autor que obtuvo una película más que digna. La verdad sobre el caso Savolta, buena novela de Eduardo de Mendoza desarrollada durante la Primera Guerra Mundial en la que el movimiento anarquista tiene un indudable protagonismo, tuvo un curioso salto a la pantalla. El escritor, lejos de indignarse, se entusiasmó con la película. Recuerdo a Drove asegurando que Mendoza deseaba, incluso, escribir una nueva novela basada en la obra fílmica. La fascinación que tenía Antonio Drove por Francisco Sabaté, personaje del que yo lo desconocía todo por aquel entonces, trascendía casi con seguridad la realidad para adentrarse en el terreno cinematográfico de la leyenda (algo para lo que acabo encontrando una noble legitimación, dada la naturaleza del narrador). Recuerdo las supuestas anécdotas sobre "El Quico", en las que el maquis anarquista adoptaba un cariz mítico y se transmutaba tal vez en un personaje de John Ford, con propósitos y motivaciones muy diferentes a los del imaginario fordiano, pero con una entereza y un valor equiparables.
Francisco Sabaté Llopart (1915-1960) fue uno de los últimos "guerrilleros" resistentes a la dictadura de Franco. Un hombre que luchó por unos ideales desde temprana edad, tanto enfrento al fascismo como el estalinismo, que nunca dio la batalla perdida contra la dictadura (tal vez, ya no sabía o podía hacer otra cosa) en una época en que los llamados países "democráticos" ya habían permitido a Franco mantener su régimen. Sabaté, junto a muchos otros, tomaron una vía que es siempre cuestionable, pero difícil de juzgar en un contexto de infamia y represión. Sus hazañas eludiendo y burlándose de la policía y de la Guardía Civil, sus numerosos atracos y golpes a la dictadura tienen visos casi legendarios. En cualquier caso, y como legitimo aporte a una revitalización de la pervertida memoria de este país, su biografía merece ser terreno abonado para grandes obras literarias y/o cinematográficas. La periodista Pilar Eyre escribió hace una década una especie de novelización llamada Quco Sabaté, el último guerrillero, que pretendía no dejar a un lado el rigor histórico, tan interesante como insuficiente. De mayor enjundia es la obra de Antonio Téllez, en la que se basa Eyre en gran medida, Sabaté Guerrilla urbana en España (1945-1960), en la misma línea que su libro sobre otro luchador antifranquista, Facerias Guerrilla urbana (1939-1957). La lucha antifranquista del Movimiento Libertario en España y en el exilio. Estoy seguro de que Antonio Drove hubiera convertido estas vidas en memorable material cinematográfico. Desgraciadamente, en su caso ya nunca lo sabremos, pero valgan estas palabras como recuerdo de un noble y legítimo propósito de contar historias de ficción (basadas, en este caso, en una tumultuosa realidad).
2 comentarios:
Por una de esas casualidades del destino, resulta que la persona encargada de pasar (entonces) a máquina el guión de "El Embrujo de Shanghai" fue alguien muy cercano a mí. De modo que estoy en condiciones de dar testimonio, de primera mano, de cuánto quedó del trabajo inicial de Antonio Drove en el guión que, firmado por Erice, se publicó en la Editorial Plaza y Janés: no quedó absolutamente nada. No obstante, si usted trabajó con Drove en el inicio del proyecto, puede comprobarlo por sí mismo comparando sus notas con el libro publicado.
Me parece una puntualización importante porque de alguna manera podría pensarse que el trabajo de Antonio Drove pudiera haber sido ignorado o podría haberse "perdido" sin ser reconocido debidamente dentro del guión de Erice, que, dicho sea de paso, no tiene nada de inefable, sino que es una persona de una gran modestia. Nada más lejos de la realidad. Usted, que trató a Drove, sabrá que ambos fueron íntimos amigos hasta el final. Si la colaboración de Antonio Drove se hubiera plasmado de alguna forma, por mínima que fuera, en la versión definitiva del guión, Víctor Erice hubiera incluido su firma sin lugar a dudas, ya que apreciaba su talento profundamente y aún más apreciaba -sigue apreciando- su amistad. Es más; el libro de "La Promesa de Shanghai" se publicó cuando Antonio Drove todavía vivía, y él pudo leerlo.
Internet es una fuente de información muy útil, que contribuye a enriquecernos a todos, pero es muy importante manejarla con cuidado y contrastarla al máximo, para que ninguna insinuación se convierta en sospecha, ni el intercambio de cultura en un mero anecdotario que pueda dar lugar a dudas. Le agradezco que me permita la aclaración. Saludos.
No solo le permito la aclaración, sino que le agradezco enormemente que lo haga.
No quise insinuar nada con mi comentario sobre el trabajo de Drove, y de ninguna manera que le hubieran ninguneado. Mi trabajo con él fue puramente anecdótico, muy breve en el tiempo, y lo que quise decir es que desconozco hasta que punto esos intentos de Drove llevaron finalmente a un trabajo acabado. Aunque hubiera leído el guión de Erice, que no lo he hecho, no sabria valorar si existe en él algo hay del anterior trabajo, de ahí que no tenga derecho a afirmar ni insinuar nada.
Por otra parte, acepto también el tirón de orejas sobre el calificativo de "inefable" a Víctor Erice. Era un mero recurso retórico, seguramente no muy afortunado, sobre un autor cuya carrera se ha desarrollado muy a contracorriente.
En cualquier caso, mis comentarios son producto de mis opiniones y de mi propia experiencia (ese pretende ser el tono del blog), probablemente un "mero anecdotario" sin ninguna intención de ser información trascendente ni de erigirse en juez (más allá de un tono de crítica, como es lógico).
Un cordial saludo.
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