Vamos a ver si averiguamos algo sobre el llamado "efecto placebo", ya que todo lo relacionado con la sicología y la salud resulta fascinante y podemos también extenderlo a otros campos. Tal y como dice Ben Goldacre, en Mala ciencia, lo criticable de las medicinas alternativas (vamos a decir, de algunas, para no herir susceptibilidades), es ver cómo distorsionan, a base de tópicos, la concepción que tenemos de nuestros propios cuerpos. El paralelismo que se realiza es inmejorable, afirmano que la teoría del Bing Bang es infinitamente más interesante que el relato infantil de la Creación contenido en el Génesis. Lo que puede contarnos la ciencia sobre el mundo natural supera de largo cualquier teoría, más o menos esotérica, sobre unas pastillas curativas que es capaz de preparar un terapeuta alternativo. Si queremos buscar un terreno común, que desmonte algunas patrañas, es necesario buscar la relación entre nuestros cuerpos y nuestras mentes, tener en cuenta el papel cultural de la curación y hablar, por supuesto, del efecto placebo. Insistiré en que Goldacre no es nadie que esté a sueldo del "sistema", de hecho critica tanto la manipulación de las farmacéuticas como la de la industria alternativa, y que sus artículos están bien legitimados citando las fuentes correspondientes.
Tal y como ocurrió con el curanderismo, los placebos pasaron de moda en cuanto el modelo biomédico empezó a ser efectivo. A finales del siglo XIX, ya anunciaban la defunción del placebo debido a ciertos casos evidentes (un médico inyectó agua, en lugar de morfina, a su paciente y éste se recuperó perfectamente). Incluso, hay quien lamentó el supuesto fin del placebo, ya que eran conscientes de que algunos factores en la medicina desde sus inicios, como la actitud tranquilizadora y el saber tratar adecuadamente al paciente, resultaban tremendamente eficaces. Sin embargo, y afortunadamente, su uso ha pervivido. Creo que podemos decir que existe cierto poder de la mente que pertenece a un terreno más o menos incognoscible. No obstante, planificar un experimento capaz de desgranar los beneficios sicológicos y culturales de un tratamiento con el fin de aislar los efectos meramente biomédicos, es más complicado de lo que parece, ya que no es posible comparar un placebo con ningún otro tratamiento. Ello es debido a que se considera incorrecto, desde puntos de vista evidentemente éticos, tratar a un paciente realmente enfermo con un efecto placebo. Además, no está muy bien visto por la comunidad médica, la cual defiende la evidencia empírica, este tipo de ensayos con placebo, debido a que se conoce lo fácilmente manipulable que son los resultados. Puede expresarse como que en el mundo clínico, tanto en médicos como en pacientes, no les interesa demostrar que un tratamiento funciona mejor que nada, sino si funciona mejor que el mejor de los existentes.
Lo que sí se puede realizar, de forma bastante ingeniosa, es comparar un placebo con otro. Por ejemplo, un médico especializado lo que hizo es tomar datos de ensayos controlados por placebo sobre medicamentos contra la úlcera gástrica (una buena idea, ya que resultan un excelente objeto de estudio al determinarse su presencia o ausencia por métodos muy objetivos). Al comparar dos tratamientos por placebo (dos pastillas de azúcar, en un caso, y cuatro en el otro), acabó descubriendo que, cuantas más pastillas, mejor funcionaba el placebo. Parece increíble, pero la respuesta está en que el placebo abarca mucho más que la simple pastilla, abarca el sentido o significado cultural del tratamiento. Lo que se quiere decir es que las pastillas no aparecen sin más en el estomago, ya que se administran de manera particular, adoptan formas diversas y las ingerimos con determinadas expectativas. Todo ello tiene un impacto sobre las ideas y creencias de la persona sobre su propia salud y, del mismo modo, sobre el resultando del tratamiento (la homeopatía es el ejemplo perfecto del efecto placebo). Para el que le resulte sorprendente la "eficacia" del efecto placebo, es posible mencionar numerosos ejemplos de experimentos que confirman la cuestión. Cierto estudio, por poner un ejemplo rápido, demostró que un fármaco similar al valium trataba más eficazmente la ansiedad cuando aparecía en forma de color azul, resultaba mejor que cuando se presentaba en forma amarilla. Desgraciadamente, las empresas fabricantes conocen muy bien los beneficios que aporta una imagen, por lo que invierten más en publicidad que en investigación y desarrollo. Otro estudio demuestra que la medicación estimulante tiende a presentarse en pastillas rojas, naranjas o amarillas, mientras que los antidepresivos y tranquilizantes suelen ser azules, verdes y morados. Más importante que los colores, es la cuestión de las formas, por ejemplo, en su momento las cápsulas parecían ser un medicamento más innovador. Otro factor influyente es la vía de administración, y tres experimentos separados han demostrado que las inyecciones de agua salina son más eficaces que las pastillas de azúcar para el tratamiento de problemas de tensión arterial, de dolor de cabeza y de dolores posoperatorios (no porque tengan mayor beneficio, sino porque la gente cree que una inyección es una intervención más drástica que el hecho de tragarse una simple píldora). Otros experimentos también han mostrado que ciertos efectos rituales (como la acupuntura) son más efectivos como placebo que una simple pastilla de azúcar.
El testimonio definitivo sobre la construcción social del efecto placebo, y aquí llegamos a un punto clave, es el que nos revela la extraña historia del envasado. Puede decirse que el dolor es un ámbito en el que cabría sospechar que las expectativas producirán un efecto particularmente significativo. Las personas acaban averiguando ellas mismas que es posible apartar el dolor de su mente, por lo menos hasta cierto punto, gracias a la distracción, o que ciertas condiciones estresantes pueden hacer que empeore. Experimentos han mostrado que el envase de los comprimidos y la marca que aparece en él tienen su propia efecto beneficioso sobre el dolor de cabeza. Por mucho que se insista en que ello es tirar el dinero, hay personas que siguen comprando analgésicos de marca (incluso, el mayor coste de los mismos acaba siendo un factor determinante). No nos desanimemos ante esta concepción del mundo en el que las personas parecemos conejillos de indias, ya que este conocimiento puede ayudar precisamente a crear formas de vida más saludables y a que estemos menos subordinados e esos factores (tantas veces, mercantiles y planificados).
Otros ensayos han evidenciado que no es tampoco necesario ceñirse a las pastillas y a los aparatos en el efecto placebo. Por ejemplo, está demostrado que lo que el médico diga y haga tiene un efecto en la curación. Incluso, sin hacer nada, solo por su manera de comportarse, los médicos pueden tener un efecto tranquilizador. También la información que se dé al paciente, como un "diagnóstico placebo" puede ser determinante. En el caso de los terapeutas alternativos, y aquí ya entramos en un terreno peligroso, no dan solo diagnósticos, sino "explicaciones placebo" (afirmaciones infundadas, no basadas en pruebas, a menudo fantásticas, acerca de la naturaleza de la dolencia del paciente, en la que se alude por ejemplo a "desequilibrios" o "energías"). Aunque se han mencionado efectos beneficiosos (y hay que mencionar que incluso en esos casos pueden darse también daños colaterales), hay que andarse con mucho cuidado si ciertas actitudes conducen a las personas a creerse su condición de enfermas y reforzar así creencias y comportamientos destructivos (como es el caso de medicalizar los muy habituales dolores musculares) y obstaculizando así que la persona pueda seguir con su vida y progresar. Está claro que las investigaciones demuestran que la actitud cálida y tranquilizadora del médico son más eficaces, aunque ello encuentre desgraciadamente muchos obstáculos en el sistema real. También se produce cierto dilema, teniendo en cuenta estos factores "placebo" que ayudan a mejorar al paciente, y es el hecho de no mentir al paciente enfrentado a lo pernicioso de una una excesiva información (que puede empujar a confundirlo y asustarlo aún más).
Lo que está claro es la denuncia a ciertos terapeutas alternativas, los cuales no reconocen en ningún momento que su posible eficacia se debe a ciertos rituales y a su relación con el paciente. Ellos insisten en que sus tratamientos tienen un efecto específico y medible sobre el organismo, algo inasumible si tenemos en cuenta la evidencia empírica. Las pruebas de la supuesta eficacia de la medicina alternativa al respecto suelen ser oscuras, los métodos mecanicistas y claramente decepcionantes desde un punto de vista intelectual. Insistiremos en que la ciencia, la cual solo lleva un camino, es mucho más interesante. El efecto placebo revela la existencia de dilemas fascinantes y conflictos éticos que nos provoca la seudociencia, como es el caso de considerar ciertas terapias alternativas meramente como un timo, teniendo en cuenta el factor de que funciona el efecto placebo. Otra cosa a tener en cuenta, además de los beneficios, también se pueden producir efectos secundarios imprevistos. Creer en cosas no respaldadas por la evidencia empírica tiene un obvio efecto sobre la capacidad intelectual, por no hablar del hecho de "medicalizar" problemas, reforzar creencias contraproducentes acerca de las enfermedades y extender la pobre idea de que una simple pastilla es una respuesta apropiada a un problema social (además de a una modesta enfermedad de naturaleza vírica). Por otra parte, la medicina alternativa, reforzada por el placebo, tiende a denigrar a la medicina convencional (creo que todos conocemos numerosos ejemplos), a menudo aprovechándose de las malas experiencias con la misma. Acudir a la medicina alternativa, tantas veces se realiza en detrimento de tomar medidas eficaces para enfermedades muy graves (traicionando, de paso, la propia condición "holística" o "complementaria" de esas terapias, ya que denigran la auténtica medicina biomédica. El efecto placebo, que puede ser útil en ciertas ocasiones, no es reconocido la mayor parte de la veces por los terapeutas alternativas, ya que pretenden tener grandes y oscuras teorías sobre el cuerpo humano. El mercantilismo y el dogmatismo con la salud son tan criticables en médicos convencionales como en terapeutas alternativos. Solo cabe una idea más honesta e inteligente, aprovechar las numerosas investigaciones para perfeccionar los tratamientos que actúan mejor que el placebo, así como para mejorar la atención sanitaria sin engaño alguno al paciente.
Tal y como ocurrió con el curanderismo, los placebos pasaron de moda en cuanto el modelo biomédico empezó a ser efectivo. A finales del siglo XIX, ya anunciaban la defunción del placebo debido a ciertos casos evidentes (un médico inyectó agua, en lugar de morfina, a su paciente y éste se recuperó perfectamente). Incluso, hay quien lamentó el supuesto fin del placebo, ya que eran conscientes de que algunos factores en la medicina desde sus inicios, como la actitud tranquilizadora y el saber tratar adecuadamente al paciente, resultaban tremendamente eficaces. Sin embargo, y afortunadamente, su uso ha pervivido. Creo que podemos decir que existe cierto poder de la mente que pertenece a un terreno más o menos incognoscible. No obstante, planificar un experimento capaz de desgranar los beneficios sicológicos y culturales de un tratamiento con el fin de aislar los efectos meramente biomédicos, es más complicado de lo que parece, ya que no es posible comparar un placebo con ningún otro tratamiento. Ello es debido a que se considera incorrecto, desde puntos de vista evidentemente éticos, tratar a un paciente realmente enfermo con un efecto placebo. Además, no está muy bien visto por la comunidad médica, la cual defiende la evidencia empírica, este tipo de ensayos con placebo, debido a que se conoce lo fácilmente manipulable que son los resultados. Puede expresarse como que en el mundo clínico, tanto en médicos como en pacientes, no les interesa demostrar que un tratamiento funciona mejor que nada, sino si funciona mejor que el mejor de los existentes.
Lo que sí se puede realizar, de forma bastante ingeniosa, es comparar un placebo con otro. Por ejemplo, un médico especializado lo que hizo es tomar datos de ensayos controlados por placebo sobre medicamentos contra la úlcera gástrica (una buena idea, ya que resultan un excelente objeto de estudio al determinarse su presencia o ausencia por métodos muy objetivos). Al comparar dos tratamientos por placebo (dos pastillas de azúcar, en un caso, y cuatro en el otro), acabó descubriendo que, cuantas más pastillas, mejor funcionaba el placebo. Parece increíble, pero la respuesta está en que el placebo abarca mucho más que la simple pastilla, abarca el sentido o significado cultural del tratamiento. Lo que se quiere decir es que las pastillas no aparecen sin más en el estomago, ya que se administran de manera particular, adoptan formas diversas y las ingerimos con determinadas expectativas. Todo ello tiene un impacto sobre las ideas y creencias de la persona sobre su propia salud y, del mismo modo, sobre el resultando del tratamiento (la homeopatía es el ejemplo perfecto del efecto placebo). Para el que le resulte sorprendente la "eficacia" del efecto placebo, es posible mencionar numerosos ejemplos de experimentos que confirman la cuestión. Cierto estudio, por poner un ejemplo rápido, demostró que un fármaco similar al valium trataba más eficazmente la ansiedad cuando aparecía en forma de color azul, resultaba mejor que cuando se presentaba en forma amarilla. Desgraciadamente, las empresas fabricantes conocen muy bien los beneficios que aporta una imagen, por lo que invierten más en publicidad que en investigación y desarrollo. Otro estudio demuestra que la medicación estimulante tiende a presentarse en pastillas rojas, naranjas o amarillas, mientras que los antidepresivos y tranquilizantes suelen ser azules, verdes y morados. Más importante que los colores, es la cuestión de las formas, por ejemplo, en su momento las cápsulas parecían ser un medicamento más innovador. Otro factor influyente es la vía de administración, y tres experimentos separados han demostrado que las inyecciones de agua salina son más eficaces que las pastillas de azúcar para el tratamiento de problemas de tensión arterial, de dolor de cabeza y de dolores posoperatorios (no porque tengan mayor beneficio, sino porque la gente cree que una inyección es una intervención más drástica que el hecho de tragarse una simple píldora). Otros experimentos también han mostrado que ciertos efectos rituales (como la acupuntura) son más efectivos como placebo que una simple pastilla de azúcar.
El testimonio definitivo sobre la construcción social del efecto placebo, y aquí llegamos a un punto clave, es el que nos revela la extraña historia del envasado. Puede decirse que el dolor es un ámbito en el que cabría sospechar que las expectativas producirán un efecto particularmente significativo. Las personas acaban averiguando ellas mismas que es posible apartar el dolor de su mente, por lo menos hasta cierto punto, gracias a la distracción, o que ciertas condiciones estresantes pueden hacer que empeore. Experimentos han mostrado que el envase de los comprimidos y la marca que aparece en él tienen su propia efecto beneficioso sobre el dolor de cabeza. Por mucho que se insista en que ello es tirar el dinero, hay personas que siguen comprando analgésicos de marca (incluso, el mayor coste de los mismos acaba siendo un factor determinante). No nos desanimemos ante esta concepción del mundo en el que las personas parecemos conejillos de indias, ya que este conocimiento puede ayudar precisamente a crear formas de vida más saludables y a que estemos menos subordinados e esos factores (tantas veces, mercantiles y planificados).
Otros ensayos han evidenciado que no es tampoco necesario ceñirse a las pastillas y a los aparatos en el efecto placebo. Por ejemplo, está demostrado que lo que el médico diga y haga tiene un efecto en la curación. Incluso, sin hacer nada, solo por su manera de comportarse, los médicos pueden tener un efecto tranquilizador. También la información que se dé al paciente, como un "diagnóstico placebo" puede ser determinante. En el caso de los terapeutas alternativos, y aquí ya entramos en un terreno peligroso, no dan solo diagnósticos, sino "explicaciones placebo" (afirmaciones infundadas, no basadas en pruebas, a menudo fantásticas, acerca de la naturaleza de la dolencia del paciente, en la que se alude por ejemplo a "desequilibrios" o "energías"). Aunque se han mencionado efectos beneficiosos (y hay que mencionar que incluso en esos casos pueden darse también daños colaterales), hay que andarse con mucho cuidado si ciertas actitudes conducen a las personas a creerse su condición de enfermas y reforzar así creencias y comportamientos destructivos (como es el caso de medicalizar los muy habituales dolores musculares) y obstaculizando así que la persona pueda seguir con su vida y progresar. Está claro que las investigaciones demuestran que la actitud cálida y tranquilizadora del médico son más eficaces, aunque ello encuentre desgraciadamente muchos obstáculos en el sistema real. También se produce cierto dilema, teniendo en cuenta estos factores "placebo" que ayudan a mejorar al paciente, y es el hecho de no mentir al paciente enfrentado a lo pernicioso de una una excesiva información (que puede empujar a confundirlo y asustarlo aún más).
Lo que está claro es la denuncia a ciertos terapeutas alternativas, los cuales no reconocen en ningún momento que su posible eficacia se debe a ciertos rituales y a su relación con el paciente. Ellos insisten en que sus tratamientos tienen un efecto específico y medible sobre el organismo, algo inasumible si tenemos en cuenta la evidencia empírica. Las pruebas de la supuesta eficacia de la medicina alternativa al respecto suelen ser oscuras, los métodos mecanicistas y claramente decepcionantes desde un punto de vista intelectual. Insistiremos en que la ciencia, la cual solo lleva un camino, es mucho más interesante. El efecto placebo revela la existencia de dilemas fascinantes y conflictos éticos que nos provoca la seudociencia, como es el caso de considerar ciertas terapias alternativas meramente como un timo, teniendo en cuenta el factor de que funciona el efecto placebo. Otra cosa a tener en cuenta, además de los beneficios, también se pueden producir efectos secundarios imprevistos. Creer en cosas no respaldadas por la evidencia empírica tiene un obvio efecto sobre la capacidad intelectual, por no hablar del hecho de "medicalizar" problemas, reforzar creencias contraproducentes acerca de las enfermedades y extender la pobre idea de que una simple pastilla es una respuesta apropiada a un problema social (además de a una modesta enfermedad de naturaleza vírica). Por otra parte, la medicina alternativa, reforzada por el placebo, tiende a denigrar a la medicina convencional (creo que todos conocemos numerosos ejemplos), a menudo aprovechándose de las malas experiencias con la misma. Acudir a la medicina alternativa, tantas veces se realiza en detrimento de tomar medidas eficaces para enfermedades muy graves (traicionando, de paso, la propia condición "holística" o "complementaria" de esas terapias, ya que denigran la auténtica medicina biomédica. El efecto placebo, que puede ser útil en ciertas ocasiones, no es reconocido la mayor parte de la veces por los terapeutas alternativas, ya que pretenden tener grandes y oscuras teorías sobre el cuerpo humano. El mercantilismo y el dogmatismo con la salud son tan criticables en médicos convencionales como en terapeutas alternativos. Solo cabe una idea más honesta e inteligente, aprovechar las numerosas investigaciones para perfeccionar los tratamientos que actúan mejor que el placebo, así como para mejorar la atención sanitaria sin engaño alguno al paciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario