domingo, 18 de septiembre de 2011

Más reflexiones sobre la posmodernidad

Este concepto de la posmodernidad, y seguramente debido a que soy un gran ignorante, me trae de cabeza. Estamos de acuerdo en muchas de las premisas que hablan de una era posmoderna, en los grandes cambios sociales, políticos y económicos que se han producido en las últimas décadas (la globalización del capital, el progresivo aumento de la sociedad de consumo, el poder de los medios de comunicación...), y que todo ello ha llevado a cuestionar los modelos organizativos (aunque, algunos los han cuestionado siempre). Todo ello ha conducido a acabar con toda certeza sobre el mundo, sobre la interpretación que hacemos de él y el papel que adoptamos, lo que está muy bien y, como he insistido en alguna otra ocasión, ayuda a una interpretación antiautoritaria (hablamos de anarquismo, posmoderno o no). La posmodernidad tiene que ver con una época diferenciada de la modernidad, supuestamente marcada por grandes verdades (es decir, según afirman los pensadores posmodernos, el absolutismo). Lo posmoderno supone una lógica cultural, un modo de interpretar el mundo y la realidad. Hay una serie de conceptos que son puestos en duda por la posmodernidad: la idea de realidad y su correlato, la de verdad, la noción de tiempo, la confianza en el progreso y la propia idea de sujeto que conllevaba la modernidad.

El proyecto de la modernidad, desarrollado en torno al programa de la Ilustración, supuso el cuestionamiento de las ideas religiosas y la adopción de una perspectiva humanista y racional del mundo. Desgraciadamente, la modernidad nunca se concretó, más bien se volvieron a repetir modos de épocas precedentes, por lo que hay que trabajar en ese sentido de recuperar un proyecto nunca concluido. La persecución de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad deben estar plenamente vigentes, aunque existan, por otra parte como es lógico, ciertos fundamentos filosóficos que haya que poner al día relacionados con la modernidad (y que, por supuesto, tienen que ver con desprender todo autoritarismo de aquel proyecto). En esa línea, los posmodernos consideran que la modernidad supuso cambiar una verdad por otra, la totalitaria de la visión monoteísta por una visión global de una naturaleza comprensible y con significado para el ser humano: una especie de secularización de la idea de Dios. Así, al no existir una interpretación definitiva sobre la realidad, ya que ésta no puede ser vista como un todo articulado ni como algo estable y coherente, no puede darse ninguna imposición de una visión sobre otra. Sería una caricaturización decir que los posmodernos son antirealistas, que niegan la existencia de realidad alguna. A mi modo de ver las cosas, la posmodernidad valida corrientes como el escepticismo, el utilitarismo y el pragmatismo: no hay una verdad superior a otra, sino interpretaciones más útiles o más adecuadas a una realidad concreta.

La modernidad concretó la confianza en la razón y en el progreso, situó la posibilidad de que los hombres dirigieran ellos mismos su propio destino. Para empezar, no hay que negar la validez de que aquel proyecto apartara (sobre el papel, al menos) la subordinación del ser humano a los designios divinos. Podemos criticar, precisamente, que aquello supusiera una nueva subordinación, en la que el papel de Dios lo ocupara otra instancia, pero desde esa crítica solo podemos otorgar mayor horizonte a la razón y seguir potenciando los valores antiautoritarios. La crítica a la noción de progreso, estrechamente vinculada a la depredación capitalista, no pasa por el inmovilismo ni por la involución (¿retorno, hacia dónde?), sino por instaurar nuevos paradigmas de crecimiento económico (y de todo tipo). Por otra parte, y al parecer otro punto fuerte de la posmodernidad, es su crítica a la idea de sujeto inaugurada por la modernidad. Esto es, situar al sujeto en el centro mismo del contexto cultural, como un dominador de la naturaleza guiado por la razón. La poderosa identidad de este sujeto moderno, surgida de su naturaleza interior, se contrapone a la visión posmoderna en la que el sujeto está marcado por ciertas estructuras profundas que desconoce (como el lenguaje o el inconsciente). Eso parece serio, ya que viene a decir que no controlamos enteramente lo que decimos o escribimos (hablando de este blog y de mí mismo, seguro que los posmodernos aciertan).

Lo que es importante, al menos desde el punto de vista filosófico (vamos a dejar lo científico muy entre comillas), es que los posmodernos consideran al sujeto como un ente fragmentado, sin identidad fija ni esencial, que lo que hace es identificarse con ciertos aspectos de la realidad. La gran crítica es hacia la adjudicación de una identidad al individuo, lo que conlleva también códigos de conducta y una asignación de un rol en el mundo y en la historia. Los dos grandes proyectos surgidos de la modernidad son el liberalismo y el socialismo (yo suelo repetir que el anarquismo es la síntesis de las dos, por lo que asumo toda la responsabilidad), los cuales son producto de esas ideas de realidad, tiempo y sujeto que cuestiona la posmodernidad. Por lo tanto, para la posmodernidad no pueden existir modelos políticos cerrados y diseñados de antemano, algo consustancial al anarquismo tal y como lo entendemos hoy en día (que no sé si somos posmodernos o qué). Dicen que los posmodernos no tienen una ambición de cambio global, no hay intención totalizadora alguna, y que ofrecen más un espacio para la reflexión antiautoritaria. Bien, me parece estupendo que se haga tal cosa, pero siempre con la intención de construir realidades alternativas (la teoría solo es inmediatamente previa a la acción). No con la intención de aportar idea para una realidad cerrada, pero tampoco de ser una mera especulación cercana al cinismo, sí para que esa reflexión sea útil en las prácticas de un mundo antiautoritario (sin grandes verdades que imponer al otro). Ideología (construcción del mundo) e ironía (deconstrucción) son con seguridad igualmente necesarias, en constante tensión antiautoritaria (o, vamos a empezar a utilizar nuestra lenguaje, libertaria). No obstante, a pesar de estar de acuerdo en que no existen verdades últimas, seguimos confiando en el conocimiento y en la razón sin confundir una cosa con otra.

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