Así se llama un libro de Carlos Díaz, publicado por Zyx en 1975. Recordemos que Díaz es un filósofo y ensayista que apostó por la proximidad entre el anarquismo y el personalismo de Emmanuel Mounier. Dejaremos para otro momento esta cuestión de un supuesto anarcopersonalismo, aunque Díaz cita continuamente a Mounier en sus análisis incluso en algún momento en la obra que ahora nos ocupa, y parece ser que en la actualidad continúa en esa línea. Tal y como muestra su título, trata de recordar al autor de El único y su propiedad sin caer en apologética alguna. Alguna voz, incluso supuestamente desde cierta posición libertaria, defenestra a Stirner acusándole de las mayores barbaridades y desconociendo o tergiversando su pensamiento. Las lecturas sobre lo que se dice en El único y su propiedad son tan diversas y disparatadas que, tal y como ocurrió con Nietzsche, se le ha acusado hasta de gestar el fascismo. La polémica llega hasta hoy, cuando se acusa a Stirner de justificar el Estado liberal, por el contrario su obra empieza y acaba por demoler, tanto el Estado como el liberalismo. Stirner distingue tres vertientes del liberalismo dentro de un mismo género: el político, que puede llamarse simplemente liberalismo, busca la libertad del Estado; el social, que busca lograr la libertad en el seno de la sociedad, y el humanitario, que atiende especialmente a la libertad del hombre. La crítica que realiza a los tres tipos estriba en el sacrificio que realiza de la soberanía personal en aras de la nación/Estado, de la voluntad social o de cualquier pensamiento abstracto.
Como es sabido, Stirner aboga por buscar cada uno su bien en sí mismo e incluso puede entenderse que realiza cierta crítica a la enajenación del trabajo, cuando señala la deformación que supone para el obrero el progreso tecnológico en la sociedad industrial, aunque su conclusiones son más bien antitéticas a las de cualquier autor socialista. El alemán dispara contra toda concepción del "deber social", sea en nombre del Estado, de un partido político o de cualquier forma de comunismo: "El bello sueño de un deber social es hoy todavía el ensueño de muchas gentes, y se imaginan que dándonos la sociedad aquello que necesitamos estamos obligados a ella, que se lo debemos todo. Se persiste en la voluntad de servidumbre a un dispensador supremo de todo bien". A pesar de que en algunos extractos de El único y su propiedad se niega toda concepción del bien y del mal que no esté fundada en el egoísmo personal, en otros momentos se encuentran pasajes auténticamente estimulantes y constructivos. Así es cuando critica el antiguo maniqueísmo, el maquiavelismo de medios/fines, lo cual podría ser interpretable como que ya está apostando por una innovadora y sincera moral, o cuando critica una moralidad fundada en la legalidad (una mera fachada, una falsa devoción). En última instancia, Stirner considera que la moral es un invento de la burguesía, la nueva clase dominante. Por supuesto, perecerán las viejas concepciones de lo bueno y de lo malo, que son para Stirner las dos caras de la misma moneda, y nacerá una nueva moral fundada en el egoísta que no sucumbe ante ninguna fuerza externa.
Carlos Díaz señala lúcidamente que no es posible arrojar a Stirner al vertedero de la historia cuando el mundo, tal y como está concebido, se basa en la hipocresía de falsas concepciones del amor entre pueblos y naciones. Cuando Stirner critica el principio del amor como mero alivio de las clases oprimidas nos recuerda la concepción de Marx sobre la religión como opio del pueblo. Es un ataque furibundo contra todo idealismo, como subproducto de unas determinadas condiciones materiales, para Marx, o del sacrificio del individuo, para Stirner. Frente a todo idealismo vocacional, el pensamiento estirneriano pide al individuo que reconozca su propio yo omnipotente, aunque en última instancia se sea consciente de lo limitado y perecedero de la existencia humana, de ahí su famosa frase: "He fundado mi causa en nada". En la superficie, Stirner niega cualquier pretensión moralizante, pero es posible interpretar una nueva moral al denunciar toda una desviación histórica y cultural, y tratar de derruir toda abstracción que sacrifique el yo individual. El altruismo, que Stirner naturalmente no niega en la práctica (aunque sí considera que nunca es desinteresado), no sería más que un egoísmo encubierto, un deseo de trabajar en primer lugar para uno mismo. Por supuesto, este punto de vista de Stirner resulta cuanto menos discutible desde muchos puntos de vista: sin consideramos dudoso que exista alguna esencia innata en el hombre, si aceptamos lo obvio de la necesidad de la asociación y la cooperación o al observar las diversas orientaciones antropológicas. En cualquier caso, la filosofía estirneriana es tremendamente útil para salvar la libertad personal y para escapar del conformismo dentro de alianzas temporales buscadas solo por la propia conveniencia de los individuos. El conformismo es sinónimo de una falsa humildad, de humillación y austeridad, análisis en el que se ve que Stirner adelantar una critica feroz al cristianismo.
Realiza Díaz un alegato moral, a favor y en contra de Stirner, en el que no puede reprochársele no poner toda la carne en el asador. Las críticas a Stirner que realiza han sido asumidas dentro del anarquismo, como es el caso de la fuerza de la clase trabajadora, la cual es atacada a veces en El único y su propiedad por temor a la creación de un nuevo altar social en el que el individuo se viera sacrificado. Parece que Stirner fue fiel a sí mismo también en su carencia de una visión científica y analítica de mayor envergadura, en muchos aspectos es posible que fuera su propio mundo el que le condicionó en su pensamiento. Como a Díaz, nos fascina Stirner y lo defendemos en gran medida, porque en última instancia se trata de ideas que hacen de contrapeso a un necesario análisis social y político de mayor calado. El individualismo insolidario en la sociedad actual, más producto de la enajenación que de cualquier otra cosa, poco tiene que ver con lo proclamado por Stirner. Precisamente, es deseable que cada individuo emprenda la búsqueda de un autonomía basada en una identidad en permanente construcción y cuestionamiento de toda fuerza externa que la enajene. Carlos Díaz, y estamos con él, apuesta por un nivel superior de egoísmo, un egoísmo solidario que adquiere una dimensión social, a la vez sana y enferma, pero real y deseable
Como es sabido, Stirner aboga por buscar cada uno su bien en sí mismo e incluso puede entenderse que realiza cierta crítica a la enajenación del trabajo, cuando señala la deformación que supone para el obrero el progreso tecnológico en la sociedad industrial, aunque su conclusiones son más bien antitéticas a las de cualquier autor socialista. El alemán dispara contra toda concepción del "deber social", sea en nombre del Estado, de un partido político o de cualquier forma de comunismo: "El bello sueño de un deber social es hoy todavía el ensueño de muchas gentes, y se imaginan que dándonos la sociedad aquello que necesitamos estamos obligados a ella, que se lo debemos todo. Se persiste en la voluntad de servidumbre a un dispensador supremo de todo bien". A pesar de que en algunos extractos de El único y su propiedad se niega toda concepción del bien y del mal que no esté fundada en el egoísmo personal, en otros momentos se encuentran pasajes auténticamente estimulantes y constructivos. Así es cuando critica el antiguo maniqueísmo, el maquiavelismo de medios/fines, lo cual podría ser interpretable como que ya está apostando por una innovadora y sincera moral, o cuando critica una moralidad fundada en la legalidad (una mera fachada, una falsa devoción). En última instancia, Stirner considera que la moral es un invento de la burguesía, la nueva clase dominante. Por supuesto, perecerán las viejas concepciones de lo bueno y de lo malo, que son para Stirner las dos caras de la misma moneda, y nacerá una nueva moral fundada en el egoísta que no sucumbe ante ninguna fuerza externa.
Carlos Díaz señala lúcidamente que no es posible arrojar a Stirner al vertedero de la historia cuando el mundo, tal y como está concebido, se basa en la hipocresía de falsas concepciones del amor entre pueblos y naciones. Cuando Stirner critica el principio del amor como mero alivio de las clases oprimidas nos recuerda la concepción de Marx sobre la religión como opio del pueblo. Es un ataque furibundo contra todo idealismo, como subproducto de unas determinadas condiciones materiales, para Marx, o del sacrificio del individuo, para Stirner. Frente a todo idealismo vocacional, el pensamiento estirneriano pide al individuo que reconozca su propio yo omnipotente, aunque en última instancia se sea consciente de lo limitado y perecedero de la existencia humana, de ahí su famosa frase: "He fundado mi causa en nada". En la superficie, Stirner niega cualquier pretensión moralizante, pero es posible interpretar una nueva moral al denunciar toda una desviación histórica y cultural, y tratar de derruir toda abstracción que sacrifique el yo individual. El altruismo, que Stirner naturalmente no niega en la práctica (aunque sí considera que nunca es desinteresado), no sería más que un egoísmo encubierto, un deseo de trabajar en primer lugar para uno mismo. Por supuesto, este punto de vista de Stirner resulta cuanto menos discutible desde muchos puntos de vista: sin consideramos dudoso que exista alguna esencia innata en el hombre, si aceptamos lo obvio de la necesidad de la asociación y la cooperación o al observar las diversas orientaciones antropológicas. En cualquier caso, la filosofía estirneriana es tremendamente útil para salvar la libertad personal y para escapar del conformismo dentro de alianzas temporales buscadas solo por la propia conveniencia de los individuos. El conformismo es sinónimo de una falsa humildad, de humillación y austeridad, análisis en el que se ve que Stirner adelantar una critica feroz al cristianismo.
Realiza Díaz un alegato moral, a favor y en contra de Stirner, en el que no puede reprochársele no poner toda la carne en el asador. Las críticas a Stirner que realiza han sido asumidas dentro del anarquismo, como es el caso de la fuerza de la clase trabajadora, la cual es atacada a veces en El único y su propiedad por temor a la creación de un nuevo altar social en el que el individuo se viera sacrificado. Parece que Stirner fue fiel a sí mismo también en su carencia de una visión científica y analítica de mayor envergadura, en muchos aspectos es posible que fuera su propio mundo el que le condicionó en su pensamiento. Como a Díaz, nos fascina Stirner y lo defendemos en gran medida, porque en última instancia se trata de ideas que hacen de contrapeso a un necesario análisis social y político de mayor calado. El individualismo insolidario en la sociedad actual, más producto de la enajenación que de cualquier otra cosa, poco tiene que ver con lo proclamado por Stirner. Precisamente, es deseable que cada individuo emprenda la búsqueda de un autonomía basada en una identidad en permanente construcción y cuestionamiento de toda fuerza externa que la enajene. Carlos Díaz, y estamos con él, apuesta por un nivel superior de egoísmo, un egoísmo solidario que adquiere una dimensión social, a la vez sana y enferma, pero real y deseable
1 comentario:
Gracias por este breve análisis, leí este libro hacer unos 25 años y me ha refrescado bien algunas ideas, y lo que disfruté, el egoísmo solidario, que gran idea! Olga
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