Juan Peiró fue uno de los hombres, junto a otros como Salvador Seguí o Ángel Pestaña, que construyeron la Confederación Nacional del Trabajo. En estos tiempos en que se quiere construir una historia de Cataluña sobre una visión estrecha y nacionalista, hay que recordar que ha sido una de las regiones que más anarquistas ha conocido, nacidos y desarrollados socialmente en aquellas mismas tierras. Fue una escuela de militantes confederales que, salvo raras excepciones, conoció una infancia de hambre y necesidades y una juventud de rebeldía para, en su madurez, confiar en la organización sindical para procurar que las generaciones venideras no sufrieran la escasez de ellos. José Peirats definía a Peiró como uno de esos hombres audaces en su juventud, dispuesto para la acción y para el riesgo, que poco a poco se fue convirtiendo también en valioso teórico del anarcosindicalismo. Es precisamente el anarquismo, tal y como refleja en una serie de artículos en ¡Despertad! en los años 1928 y 1929, el que puede evitar los riesgos de un sindicalismo amorfo; son los anarquistas los que deben proyectar en todo momento su personalidad en la organización sindical. Tal y como lo entendía Peiró, el anarquismo permanecía siempre fuerte e inconmovible dispuesto a influir en todo movimiento, ya que se trata de una "corriente espiritual e ideológica, un valor moral orientador y de impulsión". El gran reproche que Peiró hacía a ciertos grupos anarquistas, nunca al anarquismo en el que confiaba enormemente, era una cierta falta de inquietud amplia; más allá de conocer a los teóricos ácratas, es necesario profundizar en los problemas sociales y políticos empapándose de todo tipo de pensadores, sociólogos o economistas. Es importante conocer a Reclus o a Kropotkin, lo mismo que a Marx o a Saint-Simon; en el terreno económico, no solo existen los teóricos socialistas, también consideraba Peiró que habría que leer a Adam Smith o a Henry George. El modelo lo constituían los anarquistas del siglo XIX, capaces de retar en los centros de cultura burguesas a cualquier autor prestigioso. Sobre el hecho revolucionario, escribió lo siguiente: "Históricamente, está probado que el hecho violento o heroico de una revolución no es más que el corolario de un proceso de evolución operado no sólo en la consciencia colectiva, sino también por los nuevos conceptos morales, jurídicos, políticos y sociales...".
Se esté o no de acuerdo con Peiró en todo, lo que habría que reconocer es que fue un hombre que se esforzó en profundizar en los problemas del sindicalismo y del anarquismo, siempre con un sentido práctico y con un ejemplo constructivo. Pere Gabriel, en su articulo "El ideario social de Juan Peiró" (revista Anthropos núm.114: "Joan Peiró. Sindicalismo y anarquismo. Actualidad de una historia"), considera como autores influyentes en Peiró a Pi y Margall, Proudhon, Pelloutier, Rocker, Besnard y Cornelissen, y también Marx de un modo peculiar. Es sabido que el anarquismo será deudor del federalismo pimargalliano, sobre el que influyó claramente Proudhon, por lo que será un círculo que se cierra. El sindicalismo revolucionario, concretado en Fernand Pelloutier y consolidado en el Congreso de Amiens de 1905, tuvo también una evidente influencia sobre Peiró, especialmente en la confianza en que el sindicato admitiera a todo tipo de trabajadores, al margen de su condición ideológica o confesional, y lo educara en camino a la emancipación. Gabriel realiza una distinción poco clara entre el extraparlamentarismo, propio del sindicalismo revolucionario, y un "antipoliticismo radical", según él inherente al anarquismo; no es discutible en cualquier caso la condición anarquista de Peiró, sobre la que no queda duda alguna, y lo dejaremos en que jamás apostó por la vía parlamentaria, como resulta lógico y obvio, y dejando a un lado matizaciones terminológicas innecesarias. Tal y como escribe Ignacio de Llorens, en "Los hombres que hicieron la CNT. Presentación y contexto de Juan Peiró" (revista Anthropos núm.114…), su sentido del anarcosindicalismo estaba en mantener una tensión constante entre la aspiración revolucionaria y su aplicación cotidiana en las múltiples realidades sociales y políticas, así como en las situaciones laborales y personales. La máxima era que la transformación social solo podían llevarla a cabo los mismos trabajadores, por lo que habría que medir bien cualquier intención revolucionaria; igualmente, y tal y como sostenía Kropotkin, era necesaria asegurar el pan en primer lugar el día después a la acción insurgente.
En cierto artículo de 1928 en L'Opinió, en polémica con Joaquín Maurín y la corriente marxista, Peiró ofreció una lúcida muestra de su pensamiento netamente anarquista. En dicho texto, valoraba en su justa medida el materialismo histórico, aunque pedía también reconocer la herencia de Saint-Simon y Proudhon en Marx y Engels, ya señalada por Rudolf Rocker. Reclamaba para el anarquismo el verdadero socialismo científico, pero sin generar dogmas de ninguna clase, y para ello hace una denuncia de la participación parlamentaria y colaboración entre clases que reclama el marxismo. Frente al determinismo "científico" de Marx, que relega toda transformación a la evolución de las fuerzas productivas, Peiró reclama una menor rigidez teórica y un mayor pragmatismo para la acción revolucionaria. No por ello consideraba que había que conocer menos las leyes económicas que rigen el mundo capitalista, pero sí había que confiar en las nuevas leyes basadas en la experiencia y en una ciencia con cuerpo en constante formación. Frente a la elevación del materialismo histórico a la categoría de dogma, los anarquistas pretenden adelantarse a todo proceso económico influyendo en esas supuestas leyes históricas. Un motivo más para considerar el pensamiento anarquista de Peiró, tan pragmático como innovador y actual, cuando se niega a observar la historia con rígidas leyes a las que hay que subordinarse. Las ideas y la voluntad son tan importantes como el análisis de los acontecimientos históricos y de las fuerzas económicas. Es una proclamación de la "acción directa" ácrata, la cual había conseguido, aunque con evidentes obstáculos e incalculable esfuerzo, innumerables logros en tierras españolas y que, a día de hoy, es el camino a seguir en el mundo libertario. Hemos señalado la influencia recibida y el aprecio que Peiró tenía por la lucidez de Marx, algo que resulta indudable, pero no cabe duda de que le oponía políticamente una visión claramente anarquista.
Aunque unos autores le influyeran más, Peiró se consideró otro "hijo espiritual" de Bakunin y Kropotkin, tal y como él mismo escribió en cierta ocasión. Da la impresión de que ciertos historiadores quieren presentar a la CNT, una organización heredera en cualquier caso del sindicalismo revolucionario, como influenciada por diversas tendencias ideológicas y señalar al mismo tiempo a la FAI como producto de la "ortodoxia" anarquista y de la "aventura" revolucionaria; para ello, se quiere utilizar figuras como las de Peiró para justificarlo. De hecho, el enfrentamiento entre treintistas y faístas es ya un "lugar común"; tal y como han afirmado historiadores como Albert Balcells y Juan Gómez Casas, ambas corrientes estaban dentro de la línea ácrata, suponiendo la diferencia para una mayoría de militantes simplemente una cuestión de matización táctica. Aunque sí existiera una división, explotada convenientemente por los sectores burgueses, no es cierto por ejemplo que el Manifiesto de los Treinta, firmado por Peiró, predicase nada parecido a la colaboración entre clases ni la participación en la administración estatal; sí denunciaba la aventura insurreccional de una minoría, aunque también constituía un lúcido y sensato análisis de la situación de la clase trabajadora. En cualquier caso, tal vez sí fue el llamado treintismo el responsable de crear el mito de una FAI intransigente y controladora de la organización confederal (ver al respecto Historia de la FAI, Juan Gómez Casas; Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid 2002). La participación de Peiró en aquel Manifiesto, considerada por algunos militantes que le eran cercanos como producto de un exceso de su buena fe, es ya anecdótica.
Se esté o no de acuerdo con Peiró en todo, lo que habría que reconocer es que fue un hombre que se esforzó en profundizar en los problemas del sindicalismo y del anarquismo, siempre con un sentido práctico y con un ejemplo constructivo. Pere Gabriel, en su articulo "El ideario social de Juan Peiró" (revista Anthropos núm.114: "Joan Peiró. Sindicalismo y anarquismo. Actualidad de una historia"), considera como autores influyentes en Peiró a Pi y Margall, Proudhon, Pelloutier, Rocker, Besnard y Cornelissen, y también Marx de un modo peculiar. Es sabido que el anarquismo será deudor del federalismo pimargalliano, sobre el que influyó claramente Proudhon, por lo que será un círculo que se cierra. El sindicalismo revolucionario, concretado en Fernand Pelloutier y consolidado en el Congreso de Amiens de 1905, tuvo también una evidente influencia sobre Peiró, especialmente en la confianza en que el sindicato admitiera a todo tipo de trabajadores, al margen de su condición ideológica o confesional, y lo educara en camino a la emancipación. Gabriel realiza una distinción poco clara entre el extraparlamentarismo, propio del sindicalismo revolucionario, y un "antipoliticismo radical", según él inherente al anarquismo; no es discutible en cualquier caso la condición anarquista de Peiró, sobre la que no queda duda alguna, y lo dejaremos en que jamás apostó por la vía parlamentaria, como resulta lógico y obvio, y dejando a un lado matizaciones terminológicas innecesarias. Tal y como escribe Ignacio de Llorens, en "Los hombres que hicieron la CNT. Presentación y contexto de Juan Peiró" (revista Anthropos núm.114…), su sentido del anarcosindicalismo estaba en mantener una tensión constante entre la aspiración revolucionaria y su aplicación cotidiana en las múltiples realidades sociales y políticas, así como en las situaciones laborales y personales. La máxima era que la transformación social solo podían llevarla a cabo los mismos trabajadores, por lo que habría que medir bien cualquier intención revolucionaria; igualmente, y tal y como sostenía Kropotkin, era necesaria asegurar el pan en primer lugar el día después a la acción insurgente.
En cierto artículo de 1928 en L'Opinió, en polémica con Joaquín Maurín y la corriente marxista, Peiró ofreció una lúcida muestra de su pensamiento netamente anarquista. En dicho texto, valoraba en su justa medida el materialismo histórico, aunque pedía también reconocer la herencia de Saint-Simon y Proudhon en Marx y Engels, ya señalada por Rudolf Rocker. Reclamaba para el anarquismo el verdadero socialismo científico, pero sin generar dogmas de ninguna clase, y para ello hace una denuncia de la participación parlamentaria y colaboración entre clases que reclama el marxismo. Frente al determinismo "científico" de Marx, que relega toda transformación a la evolución de las fuerzas productivas, Peiró reclama una menor rigidez teórica y un mayor pragmatismo para la acción revolucionaria. No por ello consideraba que había que conocer menos las leyes económicas que rigen el mundo capitalista, pero sí había que confiar en las nuevas leyes basadas en la experiencia y en una ciencia con cuerpo en constante formación. Frente a la elevación del materialismo histórico a la categoría de dogma, los anarquistas pretenden adelantarse a todo proceso económico influyendo en esas supuestas leyes históricas. Un motivo más para considerar el pensamiento anarquista de Peiró, tan pragmático como innovador y actual, cuando se niega a observar la historia con rígidas leyes a las que hay que subordinarse. Las ideas y la voluntad son tan importantes como el análisis de los acontecimientos históricos y de las fuerzas económicas. Es una proclamación de la "acción directa" ácrata, la cual había conseguido, aunque con evidentes obstáculos e incalculable esfuerzo, innumerables logros en tierras españolas y que, a día de hoy, es el camino a seguir en el mundo libertario. Hemos señalado la influencia recibida y el aprecio que Peiró tenía por la lucidez de Marx, algo que resulta indudable, pero no cabe duda de que le oponía políticamente una visión claramente anarquista.
Aunque unos autores le influyeran más, Peiró se consideró otro "hijo espiritual" de Bakunin y Kropotkin, tal y como él mismo escribió en cierta ocasión. Da la impresión de que ciertos historiadores quieren presentar a la CNT, una organización heredera en cualquier caso del sindicalismo revolucionario, como influenciada por diversas tendencias ideológicas y señalar al mismo tiempo a la FAI como producto de la "ortodoxia" anarquista y de la "aventura" revolucionaria; para ello, se quiere utilizar figuras como las de Peiró para justificarlo. De hecho, el enfrentamiento entre treintistas y faístas es ya un "lugar común"; tal y como han afirmado historiadores como Albert Balcells y Juan Gómez Casas, ambas corrientes estaban dentro de la línea ácrata, suponiendo la diferencia para una mayoría de militantes simplemente una cuestión de matización táctica. Aunque sí existiera una división, explotada convenientemente por los sectores burgueses, no es cierto por ejemplo que el Manifiesto de los Treinta, firmado por Peiró, predicase nada parecido a la colaboración entre clases ni la participación en la administración estatal; sí denunciaba la aventura insurreccional de una minoría, aunque también constituía un lúcido y sensato análisis de la situación de la clase trabajadora. En cualquier caso, tal vez sí fue el llamado treintismo el responsable de crear el mito de una FAI intransigente y controladora de la organización confederal (ver al respecto Historia de la FAI, Juan Gómez Casas; Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid 2002). La participación de Peiró en aquel Manifiesto, considerada por algunos militantes que le eran cercanos como producto de un exceso de su buena fe, es ya anecdótica.
1 comentario:
Los "treintistas" han sido muy denostados por gente de la familia anarquista. Una pena, porque eran muy sensatos en un momento de gran irracionalidad colectiva.
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