Este libro, La apuesta directa. Debate libertario y ciclo político (318 páginas. Enclave de libros, Madrid 2015), recoge 13 artículos, con la pretensión de ser propuestas libertarias para los tiempos que corren, en nuestra opinión de desigual recorrido y análisis del estado de las cosas.
Diremos en primer lugar, para evitar una controversia a veces innecesaria, que nada más lejos de nuestra pretensión reclamar ortodoxia (palabra odiosa, que debería ser ajena a las ideas libertarias) alguna para el anarquismo, todo lo contrario, ni acaparar una visión unívoca sobre el capitalismo o el Estado; aunque recordemos, eso sí, que ambos poderes se encuentran muy vinculados para la perspectiva ácrata. Además, tal y como afirma Mario Domínguez en el epílogo del libro, la propuesta es tratar de crear debate a partir de un grupo de personas y colectivos de inspiración libertaria, pero sin excluir otras; la premisa, en cualquier caso, es buscar alternativas fuera de la vía institucional. Se considera, para tal empresa, que no es solo hoy el movimiento libertario el que recoge "ciertos principios antijerárquicos".
En general, es cierto, los textos coinciden en su rechazo del parlamentarismo y de la perspectiva electoral y existe, en gran medida, una apuesta directa por la autonomía y la autogestión de los movimientos sociales, en transformar la realidad en suma desde abajo, aunque resultaría de agradecer, en algunos casos, un análisis más directo y menos abstruso. El empleo de ciertos términos no implica, necesariamente, complejidad en el análisis y sí puede aportar una ambigüedad que no suponga mucho más que cierta perplejidad.
El veterano Octavio Alberola es un perfecto ejemplo de una forma de comunicar tan accesible como directa y efectiva. Su análisis anarquista, uno de los que más han insistido en el peligro dogmático, nos recuerda la constante seducción de ciertas opciones parlamentarias, a pesar de la decepción consecuente en todos los casos que la historia conoce, para convertir el sistema imperante en algo más justo y racional. Los anarquistas no podemos dejar de hacer una siempre sana y oxigenante autocrítica cuando observamos cómo el esperanzador movimiento de indignados, con una corriente autogestionaria innegable, se ha visto una vez más, al menos en gran parte, cautivado por un nuevo partido político abandonando la protesta en las calles. La historia se repite, una y otra vez, y la sociedad permanece sólidamente dividida entre dirigentes y dirigidos gracias a unas vías mesiánicas que nada tienen de nuevo. La visión de Alberola reclama, como ya hizo Étienne de la Boétie hace cinco siglos, tomar conciencia sobre por qué apuntalamos sin rebelarnos un sistema injusto y no renunciar jamás a la posibilidad de ser libres; ese análisis resulta primordial para afianzar un verdadero movimiento emancipador en el siglo XXI. Una existencia plena y libre requiere un radical cambio en lo que conocemos como civilización; la dominación estatal y la explotación capitalista, a una escala global, reclama la creación, como afortunadamente se sigue produciendo, de movimientos de protesta junto a una incipiente nueva conciencia que cambie el mundo para siempre. Alberola se muestra tan realista y decepcionado en su análisis del sistema, como esperanzador en ese mundo que, estamos seguros, llegará algún día.
En el caso de otros textos presentes en La apuesta directa, la añoranza de un movimiento libertario de masas, capaz por sí solo de hacer frente al capitalismo para finalmente abatirlo va unida a una reivindicación esperanzadora de ciertos proyectos alternativos que reclaman su autonomía, si bien siendo conscientes de sus limitaciones. Un sindicalismo independiente y auténticamente revolucionario, por muy críticos que seamos con sus postulados en estos tiempos, es todavía una realidad, tal y como reivindica un veterano militante cenetista como Alfonso Álvarez tratando de limpiar ese mala prensa que han producido en el imaginario colectivo las centrales sindicales subvencionadas por el Estado. Por otra parte, movimientos como el 15-M no han desembocado por completo en partidos políticos como Podemos y continúa en parte apostando por la vía autogestionaria, a pesar de la temprana y devastadora crítica que le realiza el grupo antidesarrollista Cul de Sac. Sí estamos de acuerdo en que la negación de ese mezquino realismo que denuncia Carlos Taibo, definido lúcidamente como "la buena conciencia de los hijos de puta", reclama una actividad revolucionaria plena de energía creativa para tratar de cambiar los paradigmas éticos y estéticos actuales. El anarquismo, aunque sea una palabra no siempre presente en las propuestas libertarias de este libro, obviamente no posee hoy en día un movimiento capaz de dar un vuelco al estado de cosas; no obstante, sus viejas propuestas de ética, educación, apoyo mutuo, liberación individual y, al mismo tiempo, vida comunitaria se ven reflejadas en multitud de proyectos actuales que reclaman una articulación y un espacio común, tal y como sostiene el Grupo de Reflexión para la Autonomía, que firma otro de los textos.
Por supuesto, otro de los rasgos del anarquismo es la apuesta por la pluralidad y el antidogmatismo, y tal vez de ahí la heterogeneidad de la obra que nos ocupa, por lo que hay que asumir siempre desde el anarquismo que no existen verdades definitivas ni hay una sola vía para la sociedad libertaria. Al fin y al cabo, lo que los anarquistas siempre han pretendido a nivel político es que las personas decidan sobre los asuntos que les afectan, algo que en germen ya se encuentra presente en toda sociedad dependiente de un Estado; la "acción directa" es otra de las señas de identidad de lo libertario, aunque pongamos en duda, de forma intelectualmente muy sana, la rigidez de una posible identidad anarquista. Lo revolucionario, tal y como entendemos el anarquismo, a pesar de que sus aspiraciones transformadoras sean siempre muy elevadas, debe pretender siempre incidir en la realidad del aquí y ahora anulando toda tentativa autoritaria; dicho sea esto como guiño a una especulación sobre la posmodernidad que a veces se nos antoja algo reiterativa. La apuesta directa, subtitulada Debate libertario y ciclo político, es al parecer un primer paso para convocar en un futuro próximo un encuentro entre las diferentes sensibilidades que se identifican o interesan por las propuestas libertarias.
Diremos en primer lugar, para evitar una controversia a veces innecesaria, que nada más lejos de nuestra pretensión reclamar ortodoxia (palabra odiosa, que debería ser ajena a las ideas libertarias) alguna para el anarquismo, todo lo contrario, ni acaparar una visión unívoca sobre el capitalismo o el Estado; aunque recordemos, eso sí, que ambos poderes se encuentran muy vinculados para la perspectiva ácrata. Además, tal y como afirma Mario Domínguez en el epílogo del libro, la propuesta es tratar de crear debate a partir de un grupo de personas y colectivos de inspiración libertaria, pero sin excluir otras; la premisa, en cualquier caso, es buscar alternativas fuera de la vía institucional. Se considera, para tal empresa, que no es solo hoy el movimiento libertario el que recoge "ciertos principios antijerárquicos".
En general, es cierto, los textos coinciden en su rechazo del parlamentarismo y de la perspectiva electoral y existe, en gran medida, una apuesta directa por la autonomía y la autogestión de los movimientos sociales, en transformar la realidad en suma desde abajo, aunque resultaría de agradecer, en algunos casos, un análisis más directo y menos abstruso. El empleo de ciertos términos no implica, necesariamente, complejidad en el análisis y sí puede aportar una ambigüedad que no suponga mucho más que cierta perplejidad.
El veterano Octavio Alberola es un perfecto ejemplo de una forma de comunicar tan accesible como directa y efectiva. Su análisis anarquista, uno de los que más han insistido en el peligro dogmático, nos recuerda la constante seducción de ciertas opciones parlamentarias, a pesar de la decepción consecuente en todos los casos que la historia conoce, para convertir el sistema imperante en algo más justo y racional. Los anarquistas no podemos dejar de hacer una siempre sana y oxigenante autocrítica cuando observamos cómo el esperanzador movimiento de indignados, con una corriente autogestionaria innegable, se ha visto una vez más, al menos en gran parte, cautivado por un nuevo partido político abandonando la protesta en las calles. La historia se repite, una y otra vez, y la sociedad permanece sólidamente dividida entre dirigentes y dirigidos gracias a unas vías mesiánicas que nada tienen de nuevo. La visión de Alberola reclama, como ya hizo Étienne de la Boétie hace cinco siglos, tomar conciencia sobre por qué apuntalamos sin rebelarnos un sistema injusto y no renunciar jamás a la posibilidad de ser libres; ese análisis resulta primordial para afianzar un verdadero movimiento emancipador en el siglo XXI. Una existencia plena y libre requiere un radical cambio en lo que conocemos como civilización; la dominación estatal y la explotación capitalista, a una escala global, reclama la creación, como afortunadamente se sigue produciendo, de movimientos de protesta junto a una incipiente nueva conciencia que cambie el mundo para siempre. Alberola se muestra tan realista y decepcionado en su análisis del sistema, como esperanzador en ese mundo que, estamos seguros, llegará algún día.
En el caso de otros textos presentes en La apuesta directa, la añoranza de un movimiento libertario de masas, capaz por sí solo de hacer frente al capitalismo para finalmente abatirlo va unida a una reivindicación esperanzadora de ciertos proyectos alternativos que reclaman su autonomía, si bien siendo conscientes de sus limitaciones. Un sindicalismo independiente y auténticamente revolucionario, por muy críticos que seamos con sus postulados en estos tiempos, es todavía una realidad, tal y como reivindica un veterano militante cenetista como Alfonso Álvarez tratando de limpiar ese mala prensa que han producido en el imaginario colectivo las centrales sindicales subvencionadas por el Estado. Por otra parte, movimientos como el 15-M no han desembocado por completo en partidos políticos como Podemos y continúa en parte apostando por la vía autogestionaria, a pesar de la temprana y devastadora crítica que le realiza el grupo antidesarrollista Cul de Sac. Sí estamos de acuerdo en que la negación de ese mezquino realismo que denuncia Carlos Taibo, definido lúcidamente como "la buena conciencia de los hijos de puta", reclama una actividad revolucionaria plena de energía creativa para tratar de cambiar los paradigmas éticos y estéticos actuales. El anarquismo, aunque sea una palabra no siempre presente en las propuestas libertarias de este libro, obviamente no posee hoy en día un movimiento capaz de dar un vuelco al estado de cosas; no obstante, sus viejas propuestas de ética, educación, apoyo mutuo, liberación individual y, al mismo tiempo, vida comunitaria se ven reflejadas en multitud de proyectos actuales que reclaman una articulación y un espacio común, tal y como sostiene el Grupo de Reflexión para la Autonomía, que firma otro de los textos.
Por supuesto, otro de los rasgos del anarquismo es la apuesta por la pluralidad y el antidogmatismo, y tal vez de ahí la heterogeneidad de la obra que nos ocupa, por lo que hay que asumir siempre desde el anarquismo que no existen verdades definitivas ni hay una sola vía para la sociedad libertaria. Al fin y al cabo, lo que los anarquistas siempre han pretendido a nivel político es que las personas decidan sobre los asuntos que les afectan, algo que en germen ya se encuentra presente en toda sociedad dependiente de un Estado; la "acción directa" es otra de las señas de identidad de lo libertario, aunque pongamos en duda, de forma intelectualmente muy sana, la rigidez de una posible identidad anarquista. Lo revolucionario, tal y como entendemos el anarquismo, a pesar de que sus aspiraciones transformadoras sean siempre muy elevadas, debe pretender siempre incidir en la realidad del aquí y ahora anulando toda tentativa autoritaria; dicho sea esto como guiño a una especulación sobre la posmodernidad que a veces se nos antoja algo reiterativa. La apuesta directa, subtitulada Debate libertario y ciclo político, es al parecer un primer paso para convocar en un futuro próximo un encuentro entre las diferentes sensibilidades que se identifican o interesan por las propuestas libertarias.
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