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lunes, 29 de junio de 2009

La "inevitable" ley de la jungla

Me sorprende, negativamente como es obvio, la opinión manifestada en la lista de correo de cierto grupo ateo cibernético (por suerte, empiezan a proliferar federaciones y grupos ateos, y librepensadores, por doquier). La cosa viene provocada por la hipocresía de la Iglesia Católica con la pena de muerte, lo que suscita un debate de mayor o menor interés (la mayoría de las opiniones, como es lógico, derivan en la usurpación que ha hecho la religión de la moralidad y de la ética y el considerar que éstas son anteriores a la religión y, por lo tanto, no la necesitan). Pero mi sorpresa se produce con la afirmación de cierto fulano, parece que un hombre de cierta edad, taxativamente a favor de la llamada pena capital y, para reforzar su argumento, suelta nada menos que el temor a ser ejecutado es para él un freno para asesinar a otro ser humano. Y, no solo eso, sino que se atreve a burlarse de los que somos contrarios a semejante barbaridad, "utópicos" y "memos" nos llama (?), al imaginar que nos encontramos con esa realidad (creo entender que se refiere a contemplar cómo un ser humano más o menos normal acaba matando a otro). Este tipo asegura estar a favor de la "moral del jungla" (o "ley de la selva", muy original), una suerte de social-darwinismo de base hobbesiana quiero entender yo (claro, que lo mismo caigo en eso tan común de etiquetar, y la cosa es mucho más básica). El caso es que después de algún que otro insulto, el hombre, que dice ser ateo convencido y manifestar sus puntos de vista desde esa posición, afirma no querer molestar a nadie y simplemente dar un punto de vista, que ya a priori considera diferente al de la mayoría (en este caso, afortunadamente "diferente", digo yo). Otro interviniente, felicita al susodicho amante de la moral selvática y sostiene que él también opina que exterminar a unas cuantas personas le haría mucho bien a la sociedad, pero que desgraciadamente la pena capital la suelen sufrir personas que no la merecen (la oposición no tendría aquí una base moral y sí iría dirigida al margen de error de las ejecuciones, algo que me he encontrado bastantes veces en estas discusiones). Es más, las opiniones del referido sustentador de la ley del más fuerte (o más "cojonudo", añado yo) pretende tener una base natural y biológica, y no sé que símil utliza de la lucha encarnizada que están teniendo los glóbulos blancos en su cuerpo contra los perniciosos microbios (naturalmente, no puede ser él neutral y pacifista ante semejante y justa batalla). Como es sabido por todos, en la vida y en las sociedades ocurre exactamente lo mismo (de quién es "glóbulo blanco" y de quién "microbio", no dice nada, aunque se intuye). Se empiezan a ver por dónde van los tiros, cuando acaba su argumentario recordando a Rousseau y a su "buen salvaje" ("era antropófago", es el irónico colofón). El caso es que mi sorpresa es tan mayúscula al encontrarme con semejante opinión en cierto foro (claro, que lo mismo son mis prejuicios), que intervengo, no exento de cierto pudor en mis palabras (que me producen siempre los temas morales, aunque no lo parezca e insista mucho en ello):
"La verdad es que resulta sorprendente escuchar según qué opiniones. Sí me gustaría reiterar mi oposición a la pena de muerte desde un punto de vista moral y compasivo (o no vengativo); no creo que ello me convierta en ninguna de esas etiquetas que aquí se han dicho (cristiano, comunista, utópico, etc.), afortunadamente la vida es más compleja que todo eso. Si solo quisiéramos ser pragmáticos o utilitaristas (aunque, también puede ser discutible esa posición), pues tal vez habría que pensar en "exterminar" a unos cuantos o en abrirle la cabeza a más de uno a diario, pero quiero pensar que es posible una moralización de la sociedad y una profundización en las cosas (sin idealismos ni utopías irrealizables).
En cuanto a esa moral de "todos contra todos" hobbesiana, no es que sea terrible, es que es una concepción del ser humano un poquito fatalista (lo cual, aseguro, no me lleva a Rousseau, tenemos una tendencia hacia el maniqueísmo bastante irritante). No tengo nada que demostrar al respecto más allá de mi praxis diaria, como nadie me va a demostrar a mí que esa especie de social-darwinismo sea inevitable. Soy ateo, entre otras muchas cosas, porque no creo en ningún determinismo por parte de nuestra naturaleza (sí es posible que al hombre le condicione enormemente el medio). Una mayor expansión de la moral y de la razón, confiar en el progreso (algo tan denostado), mirar al futuro para mejor, son cosas es que confío (no hablo de una creencia ciega de índole religiosa) y no acepto ese ateísmo meramente nihilista (y mira que me gusta leer a Stirner)".
Mi intervención es comedida, no me gustan los insultos ni las estridencias. Bienvenido sea el debate, aunque tantas veces resulte más bien baladí y solo refuerce posiciones antitéticas (lo cual no tiene porque ser malo, pero en cuestiones de moral resulta delicado). Solo matizar una cosa, mi posición algo ambigua hacia lo que se considera "utópico", una palabra que para mí solo es rechazable cuando se identifica con una ideal inalcanzable (lo cual ya resulta cuestionalbe de por sí, ya se sabe "la utopía de ayer es la realidad de mañana"), pero que es tan utilizada como argumento para anular el progreso, que a mí mismo no me gusta utilizar a la ligera (y acabo pareciendo casi opositor a la "utopía").

jueves, 19 de febrero de 2009

Recordando a Darwin y rechazando el darwinismo social

2009 es el año de celebración del segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin. Se ha comentado ya mucho sobre aquel viaje, iniciado en 1831, por América del Sur e Islas del Pacífico, que le permitió recoger un impresionante caudal de datos geológicos, botánicos y zoológicos. Pasarían varios años, con la consecuente ordenación y sistematización de esas información, para que elaborara su teoría de la evolución. Durante algunos años, se pensó que Darwin llegó a sus conclusiones a partir de la lectura de Malthus y su famosa teoría sobre el crecimiento de la población humana, mayor que los recursos necesarios para la subsistencia, lo cual generaría una "lucha por la existencia". Hoy, se piensa que lo que Darwin sacó de Malthus es que el proceso de selección natural ejerce una presión que fuerza a algunos a "abandonar la partida" y a otros a "adaptarse" y a "sobreponerse". En cualquier caso, un año después de aquel famoso viaje, Darwin empezó a creer la teoría de que todas las especies podrían provenir de un tronco común. La "selección natural" se produciría por las alteraciones orgánicas engendradas por la lucha por la existencia, en el curso de las cuáles sobrevivirán solo los más aptos. Darwin dejó muy claro que la selección natural no induce a la variabilidad, sino que implica solamente la preservación de las variaciones que aparecen y que son beneficiosas para el ser en sus condiciones de vida; esa variaciones adquiridas serán transmitidas a los descendientes. Las tesis de Darwin fueron presentadas en El origen de las especies, en 1859, obra con sucesivas revisiones en los años posteriores. El darwinismo suscitó la lógica oposición entre los medios teológicos, los cuáles consideraron la teoría un ataque a sus creencias y a su interpretación literal de la Biblia (y hasta hoy llegamos con esta reacción, para comprobar lo cual en este país solo hay que escuchar la Cope en un momento tonto). Otros, vieron el cuerpo de doctrinas de Darwin como la expresión de un pensamiento radical y revolucionario y una importante lucha contra el tradicionalismo y el ancien régime. Aunque, tanto la teoría de la evolución, como la del origen del hombre, a partir de otras especies no eran originales, sí resultaban innovadores la gran cantidad de datos empíricos aportados por la obra de Darwin y los caracteres que imprimió a la noción de "selección natural". Como es lógico, existen algunas fisuras y objeciones a algunas de las teorias de Darwin, algunas admitidas por él mismo, lo cual no supone necesariamente la entrada de consideraciones teleológicas (último subterfugio empleado por las creencias religiosas, con la recurrente teoría del diseño inteligente como ejemplo). Puede decirse, pese a quien pese, que el alcance y profundidad en la revolución de las ideas originadas en Darwin (con posteriores revisiones y evoluciones) son solo comparables con los derivados de Marx, Freud y Einstein.
Puede decirse que el socialismo en general reconoció la teoría darwiniana de la evolución como algo liberador de prejuicios y un considerable ataque al antropocentrismo, habitualmente unido a ideas reaccionarias y al providencialismo. No obstante, el llamado "darwinismo social", apoyado en algunas de las teorias darwinistas de la evolución, supondrá ideas político-sociales opuestas al socialismo, en las cuales se considera la desigualdad y la competencia como factores determinantes para la supervivencia de los más aptos y para la "evolución" de la sociedad. Puede decirse que el capitalismo, sea cual fuere la fase del mismo en que nos encontramos a principios del siglo XXI, continúa recogiendo ese herencia social-darwinista en la que el factor ético queda relegado en nombre de una pervertida noción de progreso y del bienestar (o supervivencia) de solo una parte de la población. Paradójicamente, el norteamericano Sumner (1840-1910), principal defensor del darwinismo social, rechazó toda noción de derechos naturales (en el que podría entrar la igualdad, el humanitarismo o la democracia), ya que ello supondría aceptarlos como "verdades eternas" y los desdeñó, miserablemente, en nombre de la "evolución social".