Recientemente, he tenido oportunidad de disfrutar de nuevo de la emotiva, y espeluznante a veces por los temas trágicos que trata, prosa periodística de Eduardo de Guzman: es el caso de su crónica del crimen de Estado de Casas Viejas y de algunos artículos sobre la guerra incivil, así como de las transformaciones revolucionarias llevadas a cabo de forma paralela al enfrentamiento con el fascismo.
Desgraciadamente, figuras como Eduardo de Guzmán no han tenido aún el reconocimiento que se merecen, por doble motivo, por su innegable talento y erudición, pero también por el compromiso con unas ideas revolucionarias que trajeran una sociedad verdaderamente justa y libre. La ignominia ha sido, con seguridad, doble; primero, por la victoria fascista y la consecuente represión, en segundo lugar, por el ninguneo durante la democracia, a pesar de la recuperación de algunos nombres progresistas, de integrantes de la izquierda más radical. Diremos, aunque no tendría que ser necesaria, que con el término radical aludimos a aquello que acude a la profundidad de los problemas sociales y propone cambios auténticos en busca de la sociedad deseada, en este caso libertaria. Para nada, el sentido político exclusivo que le quieren dar, tantas veces a nivel mediático, tenga fundamento o no, como sinónimo de extremista o penosamente intransigente.La ignorancia histórica, mezclada muy probablemente con el analfabetismo político, muy hábilmente promovidos por nuestra gloriosa transición democrática, ha conducido a que las nuevas, y no tan nuevas, generaciones observen la ya lejana guerra como una mera tragedia entre españoles sin profundidad alguna en sus causas.
Desgraciadamente, figuras como Eduardo de Guzmán no han tenido aún el reconocimiento que se merecen, por doble motivo, por su innegable talento y erudición, pero también por el compromiso con unas ideas revolucionarias que trajeran una sociedad verdaderamente justa y libre. La ignominia ha sido, con seguridad, doble; primero, por la victoria fascista y la consecuente represión, en segundo lugar, por el ninguneo durante la democracia, a pesar de la recuperación de algunos nombres progresistas, de integrantes de la izquierda más radical. Diremos, aunque no tendría que ser necesaria, que con el término radical aludimos a aquello que acude a la profundidad de los problemas sociales y propone cambios auténticos en busca de la sociedad deseada, en este caso libertaria. Para nada, el sentido político exclusivo que le quieren dar, tantas veces a nivel mediático, tenga fundamento o no, como sinónimo de extremista o penosamente intransigente.La ignorancia histórica, mezclada muy probablemente con el analfabetismo político, muy hábilmente promovidos por nuestra gloriosa transición democrática, ha conducido a que las nuevas, y no tan nuevas, generaciones observen la ya lejana guerra como una mera tragedia entre españoles sin profundidad alguna en sus causas.