lunes, 14 de abril de 2008

Anarquismo y República

Hoy es el aniversario de la proclamación de la Segunda República en España y me viene a la memoria una excelente conferencia llamada "El anarquismo y la República", pronunciada por el historiador Juan Pablo Calero (también, amigo mío), en el local de la CNT-AIT de Madrid hace un par de años. Voy a tratar de recordar los puntos esenciales de esta charla, enmarcada en la conmemoración del 70º aniversario de la Revolución. La primera pregunta fue cuántas Repúblicas se proclamaron aquel 14 de abril de 1931, al tener tantas adhesiones y tanto entusiasmo popular y llevarse a cabo de una manera tan pacífica. A partir del año 1917, la clase trabajadora, harta de unas élites dominantes incapaces de llevar a cabo ninguna reforma, decidió pasar a la acción con una larga serie de huelgas. Era la decadencia del sistema de la Restauración, encabezado por un monarca con más participación política de la aparente. Esa crisis llevó a las élites dominantes a instaurar una monarquía sin democracia; era la Dictadura de Primo de Rivera, que comenzó en septiembre de 1923 con el agrado de la Realeza, la Iglesia y la burguesía y con la complicidad de, dato que no se suele subrayar en la memoria histórica, los socialistas. Solo los anarcosindicalistas se opondrían al golpe militar, con la escasa compañia de estudiantes e intelectuales del mundo universitario, algunos oficiales del Ejército y el pequeño partido comunista. Los anarquistas, fieles a su defensa de la libertad, se volcaron de todas las maneras posibles, pactando incluso con el conde Romanones o el general Valeriano Weyler, en la lucha contra la Dictadura y sin reparar en sacrificios. La Dictadura de Primo de Rivera, debido a su inoperancia para afrontar la crisis nacional, acabaría cayendo y terminaría por arrastrar quince meses después a la monarquía de Alfonso XIII. Calero considera que la proclamación de la Segunda República se produjo "por la necesidad de la sociedad española de conjurar sus fantasmas del pasado y modernizar su país para el futuro". La comodidad de los políticos republicanos durante Monarquía y Dictadura se vio colapsada ahora por la inmensa tarea que no se había llevado a cabo durante la Restauración, la de resolver los grandes males del país: una escasa industrialización, una todopoderosa Iglesía Católica, un Ejército intervencionista, un reparto feudal de la tierra, una educación pobre y clerical, el caciquismo, los residuos colonialistas, el nacionalismo periférico... La clase trabajadora acabó exhasperada ante la lentitud e intermitencia de las reformas, llevadas a cabo por la burguesía republicana con la connivencia de los socialistas. Calero niega que fuera la insatisfacción de los anarquistas la que pusiera en un brete tantas veces a la República, sino la incompetencia de los políticos republicanos para resolver las justas necesidades de los trabajadores la que condujo a éstos a la acción revolucionaria (en la que, al contrario de lo que se suele decir, tantas veces no estuvo presente la CNT). Desilusionados con la República, campesinos y obreros se distanciaron de los partidos republicanos y socialistas, lo que condujo al triunfo de la CEDA en 1934. La revolución de Asturias de ese mismo año, aunque la más extensa y de consecuencias más graves, solo fue una muestra más de descontento de los trabajadores con un sistema que les seguía negando recursos esenciales. La burguesía republicana se enfrentó a una tarea difícil de solventar, máxime si ignoraba a la clase trabajadora. "Podemos recordar que durante cinco años la sociedad española despertó de un profundo sueño para vivir una utopía en la que todo parecía posible. No es de extrañar que muchos se conjurasen para que el mañana no llegase tan pronto".

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