viernes, 9 de mayo de 2008

¿Ortodoxia libertaria?

¿Se puede ser anarquista y dogmático? Desde luego, la pregunta cae en una especie de oxímoron y no es mi deseo señalar simplemente una figura retórica que muestra contradicción. Eso sería lo mismo que dejar la reflexión en el ámbito de lo ideal o de lo deseable. Es decir, viendo algunos elementos que circulan por ahí reclamando el anarquismo (o, tal vez, la anarquía), la cosa es como para hacerse esta pregunta inicial y algunas otras. La amplitud de la palabra “anarquía” y su doble significado (positivo y negativo) hace que quepa demasiado en un término que ya tiene una poderosa historia detrás y que constituye un sistema de ideas y valores, con unas premisas básicas y con una ética robusta, pero intrínsecamente heterodoxo. Es decir, el que se reclame comunista libertario (por ejemplo) y piense que es el único camino para la humanidad, creo que es un primo hermano de cualquier clase de marxista. Para doctrinas científicas y deterministas, ya tenemos otras. La pluralidad, el debate, el enriquecimiento forman parte del movimiento libertario (deben formar parte de sus aspiraciones sociales). La teoría (no doctrinaria, no enfrentada a la praxis) es necesaria para el crecimiento de las ideas libertarias, para que huya de su anclaje en el pasado (el dogma). Naturalmente, el asunto no es tan diáfano, están aquellos que acusan frecuentemente de excesivo “intelectualismo” a los que promueven el conocimiento. Y se establece tal vez una paradoja. la de que los que piden mayor voluntarismo acaben acusando de quedarnos en el plano teórico (las acusaciones recíprocas son demasiado habituales, en un afán purista del que huyo hace mucho tiempo). La voluntad por sí sola (la misma palabra, “voluntarismo”, se usa despectivamente al respecto, tal vez por los que suelen detentar el poder) no parece efectiva, es necesario el entendimiento (el tan sano equilibrio entre dos polos opuestos), máxime en las sociedades humanas modernas tan complicadas. Voy a recapitular, ya que quizá me esté enredando. No se trata de hacer tábula rasa en la historia del anarquismo, se trata de tener claras unas convicciones libertarias (antiautoritarismo, coherencia entre medios y fines, ayuda mutua, máximo respeto a la libertad individual...), superar un pasado (con el debate, conocimiento y constante enriquecimiento), pero con cierto hilo conductor. Un hilo conductor que nunca se debe perder en la historia de la humanidad (a los padres de la filosofía los situamos, por supuesto, en su tiempo, pero cómo piensa en la actualidad el ser humano es la herencia que nos han legado), siendo el anarquismo una máxima aspiración (no determinista; palabra horrible “determinismo”, de raíz religiosa o dogmática). El asunto es complicado, pero nadie ha pretendido nunca que la empresa sea sencilla. ¿Doctrina?, ¿teoría económica?, ¿sociológica? Bueno, las respuestas serán nuevas (o renovadas, según modelos primigenios) para tratar de comprender la realidad y seguir manteniendo el anarquismo actual. Los conflictos sociales y la búsqueda de justicia, así como la tendencia humana a la máxima libertad, pienso que mantendrán las ideas libertarias siempre vivas. El purismo anarquista (en una actitud de “iluminados”, a nivel individual o colectivo, que traiciona el espíritu libertario, ayudada por cierta tendencia histórica que genera libros hagiográficos) no ayuda gran cosa a la renovación del movimiento; las acusaciones gratuitas de sectarismo, de ortodoxia, tampoco. La dicotomía entre revolución y reformismo (tal y como se encuentra hoy en día el movimiento libertario) me parece también baladí, condicionada por unas condiciones pasadas, por unos acontecimientos históricos, que hace tiempo dejaron de existir. La gran empresa es darle forma al anarquismo en la actualidad, no revivir el pasado (tratar de resucitar a un muerto, metáfora religiosa muy apropiada), sino aprender de él en busca de respuestas a los conflictos, que se dan en sociedades muy diferentes (y muy diversas, a pesar de la tendencia homogeneizadora del capitalismo). Las premisas del anarquismo (un legado de múltiples luchas contra la dominación y la explotación), su visión del poder por ejemplo, merecen un análisis serio en un mundo transformado por una moderna revolución tecnológica. La cuestión es cuándo vamos a comenzar a realizar todo esto (puro comentario retórico, muchos ya lo están haciendo), a abandonar idealizaciones y lloros por el pasado, a mirar hacia el futuro, a empezar hoy mismo la construcción de espacios libertarios que no se posponen para ninguna sociedad futura posrevolucionaria. La respuesta a la pregunta inicial es que un anarquista no puede ser dogmático, sería portar un cadaver (que, por muy bonito que parezca, hay que acabar enterrando).

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