miércoles, 2 de julio de 2008

Reivindicación de un federalismo libertario

A pesar de lo ambiguo que resulta hoy en día, en términos políticos, el federalismo, es obvio que resulta de lo más reivindicable desde la óptica libertaria (por no decir que va indiscutiblemente unido al código genético del anarquismo). Pero la libertad no es, necesariamente, así hay que decirlo, el objetivo de este sistema político per se; muchos países se rigen por un sistema presuntamente federal, como los Estados Unidos o Alemania, cuyo respeto a priori por sus particularidades, costumbres o derecho pueden esconder una represión o conservadurismo superior (siempre en forma de Estado o con aspiración a ello) que la subordinación final a un Estado central. Por otra parte, el federalismo también es acaparado por el capitalismo y sus intereses económicos, y las empresas multinacionales se rigen por un sistema federal supranacional en busca de sus propios intereses. Como se muestra en sus siglas (Federación Anarquista Ibérica, Confederación Nacional del trabajo...; confederación sería, en este caso, una federación de federaciones), el federalismo está plenamente asumido por la tradición anarquista, la supresión del Estado puede ser concebible sustituida por un sistema federal (político y económico-administrativo), cuya unidad y última celula sería el propio individuo. Es evidente, hoy en día, el problema que supone la administración de los grandes países y no es deseable ni la unidad por una fuerza coercitiva ni una fragmentación en microcosmos aislados. Ya Proudhon advirtió sobre el enfrentamiento de "autoridades" que supondría un autoritarismo federalista, en el que el hombre perdería su soberanía individual y las diferentes grupos reclamarían la suya frente a la soberanía general. Es un problema similar al del sistema político español, aunque no reciba el nombre de "federal"; la tensión continua, sin principio de solidaridad, entre los nacionalismos generados por los deseos soberanos periféricos (con sus aspiraciones de Estado, por si no tuviéramos bastante con uno) y un Estado central generador de su propia fuerza (que no sé por qué diablos no llamamos por su nombre: nacionalismo español) supone el sacrificio último del ciudadano (o trabajador, para ser más concreto y seguir hablando de clases de una puñetera vez). Proudhon no tenía ningún miedo a hablar de nación y de centralización, basadas en un contrato (ya hablé en otra ocasión del peculiar contractualismo proudhoniano) de hombres libres (los políticos de este país se llenan la boca de palabras similares, que no esconden gran cosa), con lazos de derecho, contratos de mutualidad y pactos de federación, organizada la sociedad desde la periferia hacia el centro. Esta forma de unidad, según la visión anarquista, puede sobrevivir al Estado, fortalecerse y ser mucho más viva y poderosa.

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