No obstante, como pretendo que mis opiniones no sean absolutamente rígidas, leyendo o escuchando a determinada gente me dejo convencer de muchas cosas a favor o en contra y trato, en cualquier caso, de que mi juicio no se quede en la anécdota y en la superficie. En la conferencia a la que aludía en la entrada anterior, Salvador Giner mencionó con desdén estas campañas (en plural, porque los cristianos también han hecho la suya). "¡Cómo pretender debatir así sobre algo tan serio!! eran, más o menos, las palabras del erudito sociólogo. Lo que olvida este hombre, o quiere olvidar, es que a veces es necesario un golpe de efecto así para "iniciar" el debate (nunca para resolverlo, hay personas que no deseamos imponer y nos cuidamos muy mucho de pontificar), para combatir la constante acaparación de los espacios públicos por parte de la Iglesia (la cual, quiere acaparlo todo de manera reaccionaria y reduccionista: moral, costumbres, familia, el propio ser humano...). En la misma línea, más de un "intelectual" ha equiparado las intenciones de esta campaña con el afán proselitista de cualquier religión. El símil empleado por cierta contertulia radiofónica cuando, al escuchar los sólidos argumentos de un defensor del ateísmo (que aludía, en primer lugar, al adoctrinamiento religioso de la infancia), mencionó que "esto es como si a mí me gusta la fabada y quiero convencer a alguien al que no le gusta la fabada". Dice mucho del nivel de pensamiento en que nos encontramos estos pobres análisis. Como ya he dicho, se puede analizar el "mensaje" con intenciones de ir más lejos (de "superar" el discurso, me gusta a mí decir), pero hacer una lectura errónea, hablar de proselitismo y de "tratar de ofender" es, sencillamente, erróneo y mal intencionado. "Proselitismo" es un término doctrinario y religioso que no tiene cabida aquí; se busca que la gente se haga preguntas, acepte tanto los placeres de la vida, que suelen negar las religiones, como una visión más amplia de las cosas (también de la moral). Hablar de "ofensas" es un recurso pobre y facilón; si alguien se ofende por negar la existencia de un personaje de ficción (con tantas "probabilidades" de ser de ficción como cualquier otra creación literaria), mal vamos. Enric González, columnista de El País al que siempre leo con mucho agrado a pesar de no coincidir en muchas cosas, ironiza sobre las hipótesis metafísicas presentes en los autobuses. Me gusta su sarcasmo pidiendo mayor coraje al afirmar la inexistencia de la divinidad. Sin embargo, discrepo con su afirmación de que "Dios, si existe, no molesta jamás a nadie". Invierto el argumento: inventado o no, el daño que llevan a cabo sus mediadores (o sus "creadores") es atribuible también a él mismo. "Dios no es bueno", que diría Christopher Hitchens.
El debate requiere de un mayor rigor y de una mayor profundidad, no cabe duda. Creo que urge recordar la teoría anarquista acerca del origen del principio de autoridad. Lo dejaremos para una nueva "campaña publicitaria".

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