jueves, 26 de febrero de 2009

Lugares comunes

Uno de mis mayores temores, y mis mayores rechazos tantas veces a ciertos "encuentros sociales" (espero que se me entienda; necesitamos a los demás, por supuesto, y creo profundamente en la "sociabilidad" como enriquecimiento), son los clichés, los continuos "lugares comunes". No hay demasiado espacio, en esta sociedad consumista y mediática, del disfrute efímero y del continuo sensacionalismo, para la reflexión (para la reflexión propia, individual), para la indagación ardua (pero finalmente satisfactoria), para la elaboración de un discurso que no pertenezca a otros, que no haya formado parte de una cadena iniciada tal vez en la mediocridad o en la falacia. Incluso, muchos que apelan a la rebelión contra lo establecido, que realizan un discurso crítico a priori en el ámbito sociopolítico o filosófico, caen en mi opinión en otra triste repetición (no hablo, necesariamente, de la divulgación). Yo, con mi constante apelación a lo heterodoxo, a los valores y al conocimiento, a la perfectibilidad del ser humano, a un idealismo (palabra "delicada" en el terreno filosófico, sin que sea demasiado de mi agrado) que no pierda el apego a la realidad ni el compromiso con ella, yo mismo me pregunto si no caigo también en la repetición formularia que caracteriza a esa "cosita" tan compleja que es el hombre. Manidas frases como "las palabras pueden cambiar el mundo" podrían ser un ejemplo de lo que quiero decir (que, para gran parte de las personas, se quedan en una suerte de "buenismo" ingenuo). No obstante, es posible que por sí sola una idea como esa posea una fuerza y una amplitud de miras tal, junto a una posibilidad de revitalización constante, capaz de desterrar ese temor mío (a pesar de lo que digan los llamados "reaccionarios"). Insisto, y creo profundamente, en la necesidad del pensamiento y de esa reflexión constante (forma parte de nuestra esencia, insistiría, frente a ese cliché que repite que los intelectuales son una especie de raza aparte), en lo importante de esa ruptura radical (y falaz, a modo de ver las cosas) entre pensamiento y acción (otro "lugar común" lamentable, y van ya varios). La propia lucha, continua y agotadora, contra el conservadurismo, contra lo acomodaticio, contra el pragmatismo mal entendido, es tal vez una motivación en sí misma contra esa repetición maldita, contra ese cliché que acaba funcionando como el eslabón de una de nuestras cadenas, contra la posibilidad de lo mediocre en definitiva. La tendencia gregaria del ser humano es algo que me produce temor; tal vez forme parte de su esencia o de su herencia genética, pero como también puede serlo su capacidad para trascender ese apego al rebaño, para elevarse por encima de lo que consideremos mezquino o con poco valor.

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