martes, 29 de septiembre de 2009

Cuestionar lo instituido

Castoriadis considera que todo ser humano viene al mundo con cierta constitución biológica y también síquica. Esta constitución síquica es muy peculiar y sus características hacen del hombre "un ser inviable", inapto para asegurar su propia supervivencia. Ello es debido al desmesurado desarrollo de "la imaginación" y al carácter "desfuncionalizado" de la sique. Kant consideraba la imaginación como esa capacidad que tenemos de "representar un objeto en la intuición, aun sin su presencia". Esa capacidad de reproducir (incluso distorsionándolo) lo que "es", aun en ausencia de lo que "es", se llama "imaginación segunda". Junto a ella, está la imaginación que Kant llama "trascendental" y que Castoriadis denomina "radical"; se trata de la capacidad de engendrar representaciones que no proceden de una incitación externa ni de algo "existente", aquellas que son una pura y continua creación de la sique. Castoriadis llama "radical" a este imaginario, no solo para diferenciarlo de la "imaginación segunda", también para dejar claro que esta imaginación viene antes de la propia distinción entre lo real, por una parte, y lo imaginario, entendido como ficcional, por otra. Las representaciones que provienen del "imaginario radical" se llaman desfuncionalizadas debido a que están separadas de los objetos vinculados a la necesidad biológica; producen "placer por sí mismas y en sí mismas", independientemente de las exigencias de la supervivencia biológica y sin resultar funcionales para la misma.

Castoriadis considera que el ser humano, cuando viene al mundo, es un ser egocéntrico, cerrado sobre sí mismo y con la capacidad de vivir indefinidamente en el puro placer de la representación. Solo habrá una ruptura con esta situación, de forma violenta, cuando actúe la institución social sobre el individuo socializándole. Así, la sociedad transforma al "animal loco", haciéndole apto para la vida, de la siguiente manera: constriñe su sique, le obliga a desplazar sus investiduras desde sus objetos predilectos hacia objetos propiamente sociales, rompe su egocentrismo y le enseña la necesidad de las mediaciones para la obtención del placer, limitando el desmesurado poder de representación. Castoriadis denomina también "radical" al imaginario social, instituyente de la sociedad, debido a que procede también a una creación sin existencia previa (a una nueva modalidad del ser), pero también porque constituye a la sociedad como "un ser para sí",

El "imaginario social radical" instituye, simultáneamente, lo siguiente: un nuevo tipo de "ser", singular, sin que se encuentre en ningún otro estrato del mundo y capaz de engendrarse a sí mismo; un universo de significados, y un conjunto de instituciones portadoras de esos significados sociales imaginarios. Estos elementos no están, en un principio, determinados, pero sí se someten a un conjunto de constricciones, las que tienen que ver con las propias características del mundo y con la necesidad de la sociedad de otorgarse a sí misma unas normas. Por otra parte, para asegurar su supervivencia, la sociedad debe socializar la sique, producir individuos que sean "fragmentos totales de la sociedad", y para ello debe proporcionar una serie de contrapartidas. De ese modo, la sociedad proporcionará al individuo "objetos de derivación" de sus pulsiones y de sus deseos, "polos identificatorios" (clan, etnia, nación, género...) y, sobre todo, "sentido" que recubra el "abismo" de la existencia humana (en el campo, obviamente, de la religión, la filosofía, la ciencia o la razón).

Castoriadis considera que la institución de la sociedad descansa sobre "un magma de significaciones imaginarias sociales", que define a la sociedad de una manera singular y que la permite establecer en su interior lo que tiene sentido y lo que carece de él. No es que la sociedad posea un sistema de interpretación del mundo, sino que es ella misma un sistema de interpretación del mundo; crea ella misma un mundo en el que nada puede entrar que no sea coherente con las significaciones imaginarias que lo constituyen.

La institución de la sociedad engendra un nuevo ser, el cual no puede ser reducido a las categorías que maneja la filosofía occidental (categorías que responden a una lógica de tipo "conjuntista-identitatario"), ya que es "autocreacion" (debido a que incorpora lo imaginario y está constituido por significaciones). Es un nuevo tipo de ser, no determinado y con la capacidad de alterarse a sí mismo, que Castoriadis denomina "social-histórico". No existe lo social por un lado, y lo histórico por otro, la sociedad es "histórico-social" en su propio modo de ser. Es el único tipo de "ser" capaz de cuestionar su propias leyes de existencia y de alterarse a sí mismo de manera consciente. Para que esa capacidad pase de ser potencial a factible, es necesario romper la significación imaginaria que conduce a la institución social a predicar sobre sí misma que no es obra humana, y crear la significación imaginaria según la cual la sociedad y sus normas son puras invenciones humanas. El precio que hay que pagar por ello es dejar a la sociedad sin ninguna garantía trascendente ni extrasocial, y dejarla tan perecedera como la existencia del ser humano. Castoriadis deja claro que toda sociedad es un tipo de ser definido como histórico-social, aunque algunas sean conscientes de que lo son y otras no, dependiendo de la significaciones imaginarias sociales que las constituyen. Unas significaciones que, en cualquier caso, siempre se pueden alterar, tanto ocultando lo que en un tiempo se supo como desvelando lo que se ignoraba.

Pasado el periodo instituyente de la sociedad, lo instituido se plasma según Castoriadis en las "instituciones segundas". Dentro de éstas, están las "instituciones transhistóricas", comunes a todas las sociedades con características diferentes en cada una de ellas (lenguaje, religión, individuo o familia), y las "instituciones específicas", propias solo de determinadas sociedades (pone Castoriadis como ejemplos la polis griega y la empresa capitalista). Como las instituciones son "un fin para sí mismas" (o "un fin en sí mismas") establecen las condiciones adecuadas para su preservación y reproducción, así como para la perpetuación y reproducción de los significados imaginarios sociales que encarnan. Para ello, volviendo a lo mencionado al principio, necesitan socializar a los individuos, hacerlos apropiados para sus fines y conformes a la norma. En definitiva, necesitan conseguir que la sique absorba las significaciones imaginarias sociales que constituyen la sociedad, consiguiendo con ello individuos que serán "fragmentos totales de esa sociedad" (no existe separación individuo/sociedad). Lo único del individuo que no es enteramente social es esa parte de la sique, el "imaginario radical", que escapa a cualquier determinación (incluida la "social"). Existe por lo tanto la posibilidad de la autonomía, ya que las expresiones "individuos socialmente conformados por la sociedad instituida" y "posibilidad de cambio radical" no son mutuamente excluyentes, ya que el individuo puede romper la "clausura" formada al crear la sociedad "un mundo para sí".

Castoriadis pone todo su empeño en desarrollar un pensamiento crítico que cuestione lo instituido, tanto en el plano socio-político como en el del propio pensamiento. El objetivo es transformar la sociedad, desde una perspectiva revolucionaria, y para ello los colectivos sociales deben poder decidir por sí mismos el tipo de sociedad que desean promover. Para ello, es necesario interrogarse sobre la capacidad que tienen los seres humanos de crear, en el sentido fuerte de este término, de inventar nuevas realidades. Se trata de una "creación radical", que rompa con toda tradición heredada capaz de obstaculizar la posibilidad misma de pensarla (con todo principio trascendental, esencialista y determinista). El ejercicio de nuestra libertad resulta, en suma, incompatible con la intención de fundamentar nuestros criterios en otra cosa que no sean nuestras propias prácticas (contingentes, históricas, humanas).

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