domingo, 28 de febrero de 2010

El orden espontáneo

El orden espontáneo, según la teoría anarquista, podría definirse así: dada una necesidad común, un grupo de personas, a costa de esfuerzos y errores, de iniciativas improvisadas y distintas experiencias, pone orden en su situación, orden que será más duradero y estará más estrechamente vinculado a sus necesidades que el que podría proveer cualquier otro tipo de autoridad impuesta desde fuera. Colin Ward se inspira en Kropotkin para dar esta definición, en las observaciones del ruso sobre la historia de la sociedad humana y del estudio de los sucesos al comienzo de la Revolución francesa y de la Comuna de París de 1871. Numerosas experiencias revolucionarias, situaciones posteriores a desastres naturales y actividades en las que no se daban formas organizativas o autoridad jerárquica parecen confirmar la visión kropotkiniana, solo en estas situaciones excepcionales el principio de autoridad es substituido por el principio de orden espontáneo. Los anarquistas consideraran esta perspectiva como normal, a diferencia de cualquier visión autoritaria.

Ward menciona diversas situaciones que confirman la teoría del orden espontáneo. El Pionner Heath Centre de Peckham, al sur de Londres, a mediados del siglo XX, aporta un ejemplo sobre la organización espontánea en la práctica. Diversos médicos y biólogos decidieron, en lugar de estudiar la enfermedad, hacerlo con la naturaleza de la salud y del comportamiento sano. Constituyeron un club social con miembros subscritos en familia, compartiendo una serie de comodidades a cambio de exámenes médicos periódicos. Las personas podían actuar a su antojo, expresar sus deseos abiertamente y todo ello sin leyes, reglas o dirigentes; el único control era la vigilancia de que no se formara ningún tipo de autoridad. Despues de ocho primeros meses de caos, con niños indisciplinados que se manejaban a su antojo y hacían la vida intolerable para los demás, el doctor Scott Williamson descubrío que la paz se restablecía si los críos respondían a los diferentes estímulos que se interponían en su camino. Su confianza fue premiada y en menos de seis meses el caos se convirtió en orden, la vida cotidiana estaba compuesta de chavales que se bañaban, hacían deporte, jugaban y, en ocasiones, leían en bibliotecas. Se desterraron así, sin necesidad de una autoridad coercitiva, las correrías y los gritos. John Comerford, en uno de los informes sobre este experimento, sacó la siguiente conclusión: "por lo tanto, si se deja sola a una sociedad en circunstancias adecuadas para expresarse armoniosamente, se salva por sí sola y logra una armonía de acciones que no pueden ser emuladas por liderazgos impuestos". Diversas obras recogen la experiencia de Peckham: John Comeford, Health the Unknown: The Story of the Peckhan Experiment, Londres, 1947; Innes Pearse y Lucy Crocker, The Peckham Experiment, Londres, 1943, y Biologists in Search of Material de G. Scott Williamson y I. H. Pearse, Londres, 1938. Ward menciona también a Edward Allswort Ross (Social Control, Nueva York, 1901), el cual sacó la misma conclusión, a comienzos del siglo XX, en su estudio de la verdadera evolución de sociedades "fronterizas" en la América del siglo XIX.

Más ejemplos en esta línea lo aporta gente valiente, paciente y confiada que apostó por comunidades de autogobierno y sin castigos para jovenes considerados delincuentes. Homer Lane tenía la máxima de que "la libertad no se puede dar. El niño la toma como un descubrimiento y un invento", y fiel a ello creó una comunidad de chicos y chicas enviados por los tribunales. Howard Jones (Reluctant Rebels, Londres, 1963) dijo que Lane se negó a imponer un tipo de institución autoritaria copiado del mundo adulto, la estructura de autogobierno la crearon los propios chavales, lenta y dolorosamente, hasta llegar a satisfacer sus propias necesidades. August Aichhorn (Wayward Youth, Londres, 1925) dirigió en Viena una casa para niños inadaptados, algunos de los cuales eran especialmente agresivos y destrozaron todo lo que pudieron durante cierto tiempo; la gran confianza en su propio método, junto a un control sobrehumano para ignorar a vecinos, policía y autoridades, dio sus frutos: los niños terminaron por apaciguarse y desarrollaron un fuerte sentimiento de solidaridad con las personas que trabajaban junto a ellos, era la base para un proceso de reeducación a pesar de las grandes limitaciones que el "mundo real" les había impuesto. Son ejemplos de gente encomiable, auténticamente libres y moralmente de una enorme fortaleza para sostener un método antiautoritario. Ward señala que en la vida cotidiana, a priori, no habría que tratar con temperamentos tan inquietos por lo que la experiencia no tiene porque ser tan drástica. De alguna manera, tendemos a presionar a los demás para llevar a cabo una tarea común, y siempre existe el riesgo de que se genere algún tipo de autoridad debido a una aparente falta de objetivo o a que el tiempo se extienda tediosamente hasta que se forme un orden espontáneo. Puede definirse este riesgo como el de un hatajo autoritario, en aras de una supuesta rapidez y eficacia, con la consecuente imposición de un método y un orden de ese tipo. Ward concluye algo impagable: el umbral de tolerancia del desorden varia enormemente de un individuo a otro, por lo que el supuesto amante del orden que puede imponer autoridad y método es en realidad alguien inseguro y falto de libertad.

También resulta apreciable, en situaciones muy diferentes, el orden espontáneo que aparece en la sociedad humana en aquellos escasos momentos en que una revolución popular ha retirado el apoyo (el poder) a las fuerzas de la ley y el orden. Se mencionan ejemplos de experiencias personales en regímenes autoritarios, como en Sudáfrica o en la antigua Checoslovaquia (en la famosa Primavera de Praga del 68), en el que la intolerable vida anterior habría llevado a un fuerte deseo de mejorar las cosas espontáneamente y sin coacción de ninguna clase. Son sentimientos de haber entrado en una era de libertad e igualdad, como describía Orwell en la Barcelona revolucionaria de Homenaje a Cataluña; o lo producido en La Habana justo antes de entrar el ejército castrista tras caer el régimen de Batista, situación en la que la sociedad se autoorganizaba eficientemente antes de ser aplastada de nuevo por una maquinaria represiva en nombre del orden y en prevención de todo prurito "contrarrevolucionario".

Se reclama del estudio del comportamiento humano de las relaciones sociales una atención a esos momentos en que la sociedad se mantiene unida solo por la consolidación de la solidaridad humana, sin poder político ni autoridad coercitiva, con la intención de descubrir qué tipos de situaciones previas se precisan para aumentar la espontaneidad social, la participación y, en suma, la libertad. Ward señala, al menos hasta hace 30 años cuando escribió su obra, que esos momentos sin policía serán interesantes de estudio al menos para los criminalistas, y sin embargo se encuentran ausentes en los textos de sicología social o de historia. Para escarbar en ellos, es necesario recurrir a testimonios personales de los directamente implicados. Es posible que se trate del reflejo de los prejuicios acerca de la transformación social y una adhesión a los valores y al orden social inherentes a la democracia burguesa liberal. Técnicas de organización y de control, del tipo que fuere, suelen ser utilizadas para reforzar la autoridad de los que las controlan, y acaban limitando la experiencia libre y espontánea de nuevas formas sociales.

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