sábado, 22 de mayo de 2010

Pedagogía emancipadora

La esencia anarquista sobre la pedagogía podría ser definida coo enseñar al educando a ser libre, algo que jamás podría producirse de golpe. Como en cualquier otro ámbito, el ideal de liberación solo adquiere sentido en la práctica. Una práctica que adquiere diversas aplicaciones según las circunstancias, ya que el objetivo es que la mente no se aferre a ningún dogma ni a ninguna norma social sin capacidad crítica. La educación, según las ideas libertarias, no es una imposición externa ni un moldeo doctrinario según un determinado modelo; por el contrario, se trata de que el individuo actúe conforme al ambiente donde se desenvuelve y desarrolle sus potencialidades. La sociedad debe invertir todos sus esfuerzos en el aspecto educativo, ya que una sociedad nueva solo adquiere sentido con personas que sean capaces de desenvolverse en ella y otorgarle sentido y solidez. Tal y como las ciencias sicosociales apoyan, la mejor enseñanza se adquiere en los hechos, nunca desde una instancia externa. Por otra parte, la educación es un proceso permanente en el que se pide no solo el adquirir una serie de conocimientos sino que se señala la importancia de la experiencia y de la la capacidad creativa individual al respecto, algo que olvidamos con frecuencia al existir una pobre tendencia conservadora y conformista en el ser humano; la vida del ser humano la define, en la mejor de sus acepciones, su capacidad para transformarse y superarse. Estos esfuerzos sociales se concretan en la figura del educador, alguien que tal vez puede ser llamado guía o iniciador, con la capacidad necesaria de estimular de manera diferente a cada educando. Los autores más individualistas han insistido, y ello forma parte ya de las señas de identidad del anarquismo, en esa tarea de hacer surgir en cada ser humano el sentido de autonomía y la condición de "único". En definitiva, aprender a "ser libre" dentro de la pluralidad social, encontrando cada uno su propia camino en libre armonía con los demás.

Los estudios sociales señalan lo pernicioso del autoritarismo, aunque se elude que esos valores subyacen en un sistema educativo que toma como modelo lo que se encuentra en la sociedad: el principio de autoridad es una abstracción que se concreta en las figuras que forman parte de todo el aparato jurídico, religioso y económico. Esos mismos estudios nos señalan la importancia de la colaboración entre la escuela y la familia, algo en lo que las ideas libertarias están totalmente de acuerdo, considerando siempre que el ambiente en que se desenvuelve el niño en sus primeros años es determinante. Si repasamos a los diferentes autores y grupos que han formado parte a lo largo de la historia del ideal libertario, nos encontramos que sus postulados pueden estar en consonancia con las soluciones que las ciencias sociales aportan a comienzos del siglo XXI. Resulta francamente difícil saber si la historia está compuesta de grandes procesos hacia esa idea tan pervertida llamada progreso, pero lo que sí podemos afirmar es que la historia parece jugar a favor del anarquismo. Los grandes problemas sociales, que seguimos sufriendo, tienen que ver con el autoritarismo, una idea inicua y limitada de lo que puede ser la autoridad (naturalmente, no coercitiva), con la falta de valores de todo tipo y con la predominancia de la competencia frente a la solidaridad. "Aprender a ser libre" desde el sistema educativo, con la íntima conexión con el microcosmos familiar y con el conjunto de la sociedad, no es tarea fácil, pero tiempos mediocres y carentes de esperanza requieren medidas auténticamente transformadoras que oxigenen nuestra cerebro y nuestra voluntad. Naturalmente, no vamos a esperar a que sea el sistema estatal el que adopte unas medidas que supondrían mostrar a la luz lo innecesario de su existencia también en este aspecto, por lo que solo de nosotros, los seres humanos que formamos una sociedad que podemos transformar, depende nuestro futuro.

Acabar con un mundo basado en el autoritarismo y en la explotación requiere, como es lógico, tanto conciencia sobre dicha posibilidad como voluntad de construir uno diferente basado en el apoyo mutuo y en la cooperación, por lo que el esfuerzo educativo debe ser consustancial a cualquier proyecto anarquista. Los anarquistas del pasado exigían, sobre todo, la instrucción científica para el conjunto de la sociedad, algo que es incuestionable si aceptamos la particularidad de cada educando y la ausencia de toda tutela (objetivo también social). La escuela tradicional podía ser denominada perfectamente como "instrumento de dominación", y el sistema educativo "democrático", sin que haya que otorgarle en mi opinión ese apelativo, sigue reproduciendo demasiados esquemas presentes en el antiguo régimen. Tal vez el asunto es ahora más complejo, con demasiadas aristas, pero los problemas de violencia y exclusión siguen siendo similares, sin que esas medidas radicales demandas por los anarquistas tenga ningún hueco en un sistema que continúa siendo demasiado cerrado y doctrinario. El fomento de la conciencia cívica solo puede hacerse desde la discusión y el análisis permanentes, algo que tiene estar presente en primer lugar en la escuela. La amplia idea de la libertad presente en el anarquismo hace, tal vez, imposible sistematizar un ideal pedagógico libertario. Yo mismo estoy plasmando solo humildes reflexiones en este texto, más propias de mi manera de ver las cosas que de mis pobres conocimientos pedagógicos. Pero esa ausencia de rigidez teórica, que forma parte en general del anarquismo, tiene su fortaleza en un deseo de que el niño se involucre en un proceso educativo basado en el descubrimiento práctico del mundo que le rodea. Los anarquistas siempre lo han denominado fomentar, frente a la imposición de normas y disciplinas que desembocan en la competitividad y en la violencia, la "curiosidad creadora" y los "anhelos de cooperación".

Es por esto que considero que hay una deuda histórica de la pedagogía con el anarquismo. Dentro de la complejidad de las propuestas del movimiento libertario, algunas han sido asumidos y otras van reconociéndose lentamente, aunque tantas veces no se nombre a los pioneros en su implantación. Las escuelas racionalistas recibían ese nombre por su enorme confianza en la razón en aras del progreso. Ser crítico, hoy en día, con el proyecto de la modernidad requiere en primer lugar reconocer este trabajo libertario del pasado, que es asumido en gran medida hoy. Naturalmente, entre las respuestas que podemos dar a lo que algunos filósofos denominan posmodernidad, está el tratar de otorgarle un mayor campo a esa razón sin perder de vista el horizonte ético e ideológico. Para ello, a mi modo de ver las cosas, sigue siendo imprescindible la tarea educativa emancipadora, con un método particularizado que solo adquiera sentido en la práctica, así como la más amplia difusión de la cultura.

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