viernes, 14 de mayo de 2010

Vivir con miedo

Aunque no soy muy amigo de las polémicas que yo denomino "de barra de bar", debido en parte a mi evidente torpeza dialéctica, pero también porque no observo inquietud alguna en enriquecerse con puntos de vista ajenos y sí ganas de confirmarnos en lo que ya pensamos con pobres lugares comunes. A mi modo de ver las cosas, el nivel cultural en España es bajo, demasiado bajo. Sin demasiados ánimos de ser catastrofista (sin ironías), creo que el capitalismo y la sociedad de consumo ha hecho de nosotros una panda de borregos conformistas. Una existencia mínimamente plácida, en el caso de que tengamos un curro con el que vivir dignamente, de un hedonismo de nivel preescolar, sin espacio para la reflexión ni para un verdadero enriquecimiento personal, y con una constante alimentación informativa más que cuestionable. A ellos le añadimos el miedo con el que, de manera más o menos consciente, juega constantemente, tanto esos medios, como la clase dirigente. Miedo, principalmente, a no tener con qué ganarnos las habichuelas, miedo al vecino (magnificado por unos informativos que parecen ya mediocres telefilmes norteamericanos), miedo existencial de todo tipo (ocupado, enseguida, por toda suerte de creencias absurdas), miedo a que no tengamos un pastor a nuestro cuidado (sin cuestionar nunca su propia necesidad), miedo al apocalipsis (sin indagar en la génesis del mismo, ni en sus verdaderos causantes)... Existe una constante y progresiva infantilización de la sociedad, y ese es el auténtico miedo que deberíamos tener, preguntarnos si ése es el legado que queremos brindar a nuestros hijos. Llámenme exagerado si se quiere, pero sigo observando un sistema sociopolítico y económico cruel y despiadado, con un simple envoltorio colorista (por otra parte, de duduso gusto).

Intento llamar la atención, con toda la ingenuidad de la que soy capaz, a ciertas personas sobre el asunto de la llamada Memoria Histórica. Aunque es posible que fracase en no pocas ocasiones, quiero tener como lema en la vida mantenerme abierto a todos los puntos de vista; intentar aprender, incluso, de aquellas personas con las que poco o nada me une en nuestra visión y modo de vida. Seguramente, en la práctica yo soy el primero en poseer numerosos prejuicios e incluso mostrarme refractario y beligerante con demasiados cosas (que, eso sí, considero baladíes y distorisonantes). No lo niego. Pero lo que nunca trato de hacer es reducir la vida a un punto de vista, convertir la vida en una prisión, de mayor o menor espacio, en la que ni siquiera deseamos contemplar los barrotes. En este país, se encuentran demasiadas cosas encerradas en esa pequeña celda, y una de ellas tiene mucho que ver con nuestro pasado reciente. Como decía, intento promover un interesante debate televisivo sobre la Memoria Histórica, en el que se intenta que existan varias posturas y donde solo se consigue que cierto historiador neofranquista (no es un insulto, es una descripción) quede en un espantoso ridículo. Resulta impensable que en ningún otro país con pasado fascista exista todavía un reconocimiento a figuras del antiguo régimen. La diferencia con España es muy simple: en nuestra "gloriosa nación" nunca fue derrotado el fascismo. Después de cualquier dictadura, más tarde o más temprano, ha existido un reconocimiento de víctimas y verdugos. Resulta significativa esa secuencia de la película La vida de los otros en la que alguien, después de la caída del Muro de Berlín, solicita información sobre las personas que la habían reprimido durante la dictadura comunista. En España, uno de los factores con los que se jugó durante la adorada y nada cuestiona Transición fue el miedo. Miedo a que se continuara con una tradición cainita, argumento que, utilizado genérica e intemporalmente, resulta insultante e infantil, aunque de gran atractivo para una literatura tan vistosa como huera. Tal vez, mucha gente honesta realizó lo que pudo en esa etapa, se ilusionó con el reconocimiento de algunas libertades fundamentales y dio su brazo a torcer en cosas que no pueden ser eternamente incuestionables.

Más de tres décadas después, seguir insistiendo en esos miedos al enfrentamiento es más ofensivo si cabe. Frente a todo acción, siempre habrá una reacción, es una ley natural, y de lo que se trata es de realizar conquistas sociales sin actos violentos, que nunca podran resolver ningún problema, pero también que el poder y los recursos se encuentren concentrados en algunas manos. Naturalmente, esa argumentación legitimada del poder político, que resulta en que las personas necesitamos una constante tutela, ya que somos incapaces de gestionar nuestros propios asuntos, es tan solo la punta del iceberg. La realidad es que la derecha española es un monstruoso híbrido de origen franquista, y que dentro de su visión legitimadora está el considerar que Franco trajo la paz y fue necesario su régimen para traer la democracia representativa (y, de regalo, la jefatura de Estado en manos de algo tan moderno y progresista como un monarca). Lo dirán abiertamente, o simplemente se negarán a condenar la Dictadura, pero así es. Los trabajos de Pío Moa o César Vidal, a los que ni siquiera se pueden llamar revisionistas por no aportar nada original a los argumentos de los historiadores franquistas, es un intento de cuidar la historia de forma bastarda a medida de la derecha política y mediática. Desgraciadamente, el nivel cultural y político de este país hace que esa visión resulte creíble para gran parte de la población, deseosos de respuestas fáciles y de visiones que confirmen sus propias creencias. De la izquierda parlamentaria, mejor no hablar al no tener noticias de su existencia. Intento abrir un debate sobre el asunto de la Memoria Histórica, que se adquiera conciencia sobre la importancia del reconocimiento moral en la historia, de las víctimas del horror, y de que se escuche a gente que tiene mucho que aportar. Doy con alguna persona que argumenta que no le interesa, que lo que le preocupa es conservar su puesto de trabajo y sacar adelante a su familia, y lo que hay que hacer es ocuparse de la crisis económica (eso sí, sin recurrir a la raíz del problema ni cuestionar lo más mínimo el sistema). Lo dicho, miedo con anteojeras (esto es, ver solo de frente, y lo malo también es lo que tenemos enfrente).

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