viernes, 3 de septiembre de 2010

A vueltas con la posmodernidad

He de reconocer, tal vez debido a mis evidentes carencias en conocimientos filosóficos, que el asunto de la posmodernidad me trae loco. Si aceptamos que existe una época con las características que aseguran los pensadores posmodernos, ¿es motivo para ser pesimista?, ¿todo lo contrario?, ¿hay cabida para un anarquismo posmoderno?, ¿tenemos que realizar una ruptura total con el anarquismo moderno, como hijo de la Ilustración? Tengo mis propias respuestas a todo este maremágnum posmoderno, claro está, pero no está de más hacerse preguntas y abrir un debate sobre este asunto, que no me resulta precisamente baladí desde una perspectiva antidogmática. Particularmente, creo firmemente en una tensión permanente entre la modernidad, como proyecto de emancipación no realizado, y la supuesta posmodernidad, como mirada crítica al pasado y permanente crítica a toda "liberación" por parte de una instancia externa. Hablar de posmodernismo, así en singular, es una falacia, ya que no parece ni por asomo un movimiento homogéneo, sus fuentes son diversas y sus posturas múltiples. Los autores calificados de posmodernos, parece ser, consideran que de un tiempo a esta parte la realidad ha cambiado, hemos entrado en un mundo diferente y es necesario un pensamiento nuevo.

Hay quien dice que puede hablarse de un "posmodernismo de reacción", según el cual la realidad actual nada tiene que ver con la que se inició con el capitalismo, aunque el supuesto cadáver del sistema dé todavía quebraderos de cabeza y sirva a la clase dirigente para crear un nuevo orden. El hombre contemporáneo que se mueve en esta realidad posmoderna está, por lo tanto, desarmado y no tiene nada más que hacer que replegarse y vivir su vida a nivel individual, renunciando a los grandes discursos del pasado. Este posmodernismo, denominado reaccionario, pretende que olvidemos el pasado, que lo sepultemos y solo confiemos en nosotros mismos.

Pero puede hablarse de otro tipo de posmodernismo más razonable y aparentemente tranquilizador para los que creemos en un mundo mejor, sería el calificado "de resistencia". No estamos en una nueva era en la que el capitalismo ha fenecido, sino en una nueva fase del mismo, aunque sus características sean auténticamente novedosas e inviten al desánimo a un espiritu libertario. Estos rasgos serían factores como un consumo exacerbado, el poder moldeador de los medios de comunicación, la revolución tecnológica al servicio de una mera razón técnica y de la alienación, el retroceso intelectual o la integración en el sistema de todo movimiento subversivo. Este posmodernismo de resistencia critica a la modernidad por convertirse en proyecto autoritario y por acabar justificando la institución del poder, se muestra crítico con las ideas y principios políticos heredados, aunque no los anula sin más. Hay quien critica, desde una perspectiva revolucionaria, también este otro tipo de posmodernidad, ya que corre el peligro de hacer el juego al adversario. Como dije, para mí la tensión entre modernidad y posmodernidad es necesaria.

Pienso que, dejando a un lado toda disquisición seudointelectual, nadie puede negar que estamos en una nueva fase de un sistema capitalista, que tuvo demasiados recursos para evolucionar. Más recursos de los que Marx creía en su ingenuidad optimista, los anarquistas siempre fueron más cautos en sus análisis. Puede ser una nueva fase desconcertante y descorazonadora, en la que las grandes preguntas sobre la emancipación parecen tener una respuesta difusa. Sigue habiendo oprimidos, aunque la dominación sea más sutil; la revolución social sigue siendo una posibilidad (y, seguramente, más necesario que nunca), pero los actores están aparentemente descolocados, la atomización y fragmentación de todo movimiento contestario parece otro de los rasgos posmodernos y una eficaz medida de control social basada, en la integración y en el autoconvencimiento de que se vive en el único mundo posible ("todo gran proyecto es un error, todo radicalismo ha demostrado ser un fracaso").

El progreso, en el que tanto confió la modernidad, es otro instrumento del poder (progreso que es solo una apariencia revestida de tecnología y utilitarismo). En cuestiones económicas, las cosas parecen todavía más abstrusas, el individuo parte de una falta de comprensión autoasumida, subordinándose a una disciplina convertida en abstracta, para llegar a un determinismo indignante. Yo he llegado a oír, por parte de posmodernos con quizá graves carencias para una actividad intelectual tan elemental como la concreción, que el poder ya no existe en este nueva era. El capitalismo, con todo lo innovador que se quiera, existe, como existe el poder político (la evolución del Estado, es también digna de estudio) y el poder religioso. Podemos estar de acuerdo en que el poder, como hecho abstracto, es otro elemento casi imposible de abolir. Pero el poder con calificativos, concretado, trasladado a situaciones concretas, es perfectamente erradicalbe. En definitivo, puede decirse que el autoritarismo, en la era posmoderna, se ha institucionalizado con la apariencia de liberalismo, de multiculturalismo y de haber derrotado al totalitarismo. Negar la modernidad es un absurdo, cuando el sistema económico y político actual es también heredero de esa época. De la misma manera, es imposible prescindir de ese proyecto ilustrado para analizar cualquier ámbito humano. Podemos calificar, tal vez, el sistema actual como un colofón erróneo para la modernidad, una distorsión de los principios de la ilustración. Pero ello no invalida los principios válidos de la misma, cuyo camino antiautoritario no olvidemos que lo toma el anarquismo. Si la religiosidad pudo ser un camino equivocado para el desenvolvimiento de la razón en un tiempo lejano; el proyecto de la ilustración, en el que se aparta ya a la idea divina en los asuntos humanos, es quizá una insistencia en esa distorsión para la razón y para la ciencia, que permanecieron subordinadas a un poder que iba adoptando diferentes formas. Análisis crítico del pasado, por supuesto; olvido, nunca.

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