lunes, 11 de octubre de 2010

Curso acelerado de ateísmo (1/3)


Con permiso de Antonio López Campillo y Juan Ignacio Ferreras, autores del libro con el mismo título.

Primera lección. La pregunta sobre si existe Dios, en el correr de la historia, supone la aparición del pensamiento crítico, la potenciación de la filosofía y de todas las ciencias. La respuestas del ateo no será un no tajante, ya que creer en no-creer invita a la reflexión, será un "no lo sé, pero creo que no". Las reflexión consiste en considerar la imposibilidad de demostrar la inexistencia de algo; por el contrario, si algo puede ser demostrado que existe, la no existencia caería por su base. El gran problema para los creyentes es ese, la imposibilidad de demostrar la inexistencia, por lo que se han dedicado durante siglos a tratar de demostrar la existencia de dios. La propia existencia de tantas "pruebas" sobre la existencia de una divinidad supone, en verdad, que ninguna de las mismas ha sido definitiva. Esa falta de pruebas razonables dio lugar a que la cuestión perteneciera, para los deístas, al terreno de la fe y de la revelación. La revelación consiste, partiendo de ciertos textos (que no pueden ser discutidos), que dios se manifestó o reveló al hombre su propio existencia; se considera que el hombre, por su propia razón, sería incapaz de acceder a las "verdades reveladas". Aquí se produce ya una ruptura entre el hombre y su razón, su capacidad para el pensamiento crítico; en lugar de pensar, se le pide que crea, y la supuesta revelación cumple su función. Como existen tantas revelaciones como religiones, puede decirse que se dan tantas prohibiciones de pensar como religiones existen. Alguna suerte de clase mediadora (profetas, iluminados...) escriben los libros al dictado del dios de turno, mostrando así a la humanidad su existencia, y lo hombres deberán creer su existencia sin poder cuestionar los textos de la revelación. La existencia de la revelación demuestra que al hombre no le basta la fe, algo que comprendieron prontamente las religiones. Por lo tanto, la creencia en la existencia de un ser supremo no es que no se sustente en la razón, y ni siquiera puede basarse en la fe, necesita de más factores. A lo largo del tiempo, la razón demostró que las revelaciones eran obra humana, por lo que las religiones volvieron a recurrir a la fe, con la cual no se puede demostrar nada. La labor intelectual del ateo será la creencia en la no creencia, aunque siempre blinda contra el dogmatismo y contra los falsos razonamientos ese "no lo sé, pero creo que no"; entrar en el irracional juego de demostrar la inexistencia de algo es un error. Aunque la respuesta del ateo parece neutra y poco combativa, si se piensa es muy digna y racional; el ateo no es un impío ni un blasfemo, ya que no puede renegar de lo inexistente, es un hombre que desea pensar y hacerse preguntas.

Segunda lección. El ateo creerá en la existencia de todos los dioses. Nos referimos a la existencia histórica, temporal y cultural, a indagar en la necesidad del hombre para dotarse de divinidades. Ésta es la base para una "Historia de las religiones". Las civilizaciones históricas necesitaron cosmogonías, explicaciones mitológicas, y crearon a los dioses según elementos importantes dentro de su cultura. Todas esas divinidades obedecían a alguna necesidad, desde los sumerios y egipcios, pasando por el cruel Jehová de los hebreos, por las grandes aspiraciones greco-romanas reflejadas en sus dioses inventados, o por el Dios capaz de sacrificar a su hijo para predicar el amor universal, hasta el Alá creado por Mahoma para unificar a todo un pueblo y también con aspiraciones político-universales. En Oriente, Buda creó un nirvana, al que supuestamente se accede por la meditación y la iluminación, para huir del inevitable dolor que produce la vida; los hindúes elaboraron todo un panteón de dioses, reflejo de las obligadas castas sociales, con objeto de clasificar las fuerzas humanas y universales; Lao Tsé inventó una sustancia eterna e inaprehensible, que engendró el universo y a los hombres, con numerososas virtudes como la de superar todas las contradicciones de la vida. En conclusión, allá donde "exista" un dios, habrá en su base (humana) una necesidad humana. Entender y admitir a todos esos dioses, es decir creer en su existencia histórica y social, es comprender la necesidades del hombre. No es solo el miedo el generador de los dioses, también existen intenciones nobles en esas necesidades, como es la explicación del universo y de su racionalización (la creación de una cosmogonía). A medida que aumentan los conocimientos del hombre, los dioses se vuelven más complejos, aunque su existencia va siempre asociada a la creación del universo y del hombre. La conclusión a que todos los dioses obedecen a una necesidad del hombre no es que sean necesarios, lo pudieron ser mientras se dio un conformismo con esa explicación, pero el conocimiento y desarrollo del hombre los hace innecesarios desde hace bastante tiempo. Esas necesidades históricas, detrás de las creencia en dioses, cosmogónicas, tranquilizadoras y explicadoras de los fenómenos naturales, son indisociables de las necesidades sociales y políticas, de ahí las guerras entre religiones que llegan hasta nuestros días (inherente, en mayor o en menor medida, a toda creencia es arrogarse la verdad y combatir otras creencias). En resumen, esa creencia en los dioses del ateo, supone comprender todas las necesidades del hombre a lo largo de la historia.

Tercera lección. Después de la creencia en un dios, y con alguna excepción, sigue la creación de una organización que podemos llamar "religión". Un dios no es nada si un soporte organizativo, a través de templos, cultos y liturgias varias. Si a la creación de un dios por parte del hombre, sigue la creación de una religión es porque el "dios creado" se ocupa también de sus "criaturas". Frente a desprecios, como el de Voltaire y su "la religión existe desde que el primer hipócrita encontró al primer imbecil", un ateísmo humano y fortalecido cree en el hombre y en sus necesidades históricas. La Historia de las religiones forma parte de la Historia de la humanidad, con sus sublimaciones, esperanzas, aspiraciones o justificaciones; cada religión tiene su momento histórico, insertada en una determinada sociedad. Otra creación humana, son los Estados, surgiendo inmediatamente la pugna entre las instituciones políticas y religiosa. La historia está plagada de las guerras entre estos dos poderes, así como entre las religiones entre sí; en la historia, ha habido situaciones en que la institución religiosa no existe, como es el caso de la Antigua Grecia en la que el gobernante era también el sacerdote intermediario, o situaciones en que se han fusionado los dos poderes dando lugar a los Estados teocráticos. Naturalmente, la comparación entre esos modelos sociopolíticos no admite comparación, entre la cerrazón y exclusivismo de una sociedad teocrática y la pluralidad y amplitud de miras de una sociedad civil. Después de la creación de un dios y de una religión, nace necesariamente, y de forma instituida, el autoritarismo y el dogmatismo. Una clase mediadora, llámese cuerpo sacerdotal o como fuere, pone en contacto al dios creado con la realidad y el devenir histórico. La sociedad, necesariamente, cambia y evoluciona, pero la religión no puede al estar creada en un momento histórico y estar basada en "verdades inmutables". A pesar de los subterfugios e hipocresías que pueda emplear una institución religiosa para continuar sus privilegios, la realidad es que el devenir histórico destemporaliza la religión, creada en uno de esos momentos del devenir. La alienación es inherente a toda religión, ya que ninguna puede sobrevivir a lo largo de la historia (aunque, en algunos casos, se hayan mantenido durante miles de años). Los representantes de las religiones pueden ser conscientes de esa alienación, de esa existencia contingente y perdurabilidad histórica, y por eso se desarrollan los fundamentalismos (defensa irracional de una religión incapacidad de sobrevivir ante el empuje de la historia). La consecuencia lógica de la religión son la institución, el dogma y el autoritarismo, creando también su propia historia (teología), y cuanto más perfecta pretenda ser más susceptible es a su desaparición. Dejando a un lado el poder que puedan tener todavía las religiones en la sociedad, su destino es necesariamente luchar por su supervivencia, aunque continúen produciéndose conflictos entre los diferentes modelos de Estado y la guerra entre religiones siga produciendo coletazos (con las formas que fuere, y con los aspectos sociales y políticos indisociables del conflicto).

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