jueves, 23 de diciembre de 2010

La ausencia de pensamiento innovador

Recordaremos, siguiendo con lo expuesto por Erich Fromm en Miedo a la libertad, que el individuo trata de superar el sentimiento de insignificancia ante el poder abrumador del mundo exterior renunciando a su autonomía individual o bien destruyendo a sus semejantes, con el fin de que cese la amenaza. Otros mecanismos de evasión ante esa situación de amenaza son el retraimiento absoluto del mundo exterior o la magnificación del propio yo, aunque esas dos vías son más importantes para la sicología individual, que desde un punto de vista cultural. El mecanismo más importante en la sociedad contemporánea, ya que se trata de una actitud generalizada, es el abandono del propio yo en el individuo y la adopción de una personalidad conforme a unas pautas culturales. Es decir, la persona se transforma en aquellos que los demás esperan de él, se hace un ser exactamente igual a todo el mundo. De esta manera, la discrepancia entre el yo y el mundo desaparece y también el miedo consciente de la soledad e impotencia. El símil se establece con un animal y el mimetismo que establece con el medio ambiente, de tal manera que ya es imposible distinguirlos. El precio que la persona paga por su aparente tranquilidad exitencial es muy elevado, la pérdida de su personalidad.

Esta tesis de Fromm de que la manera de superar la soledad resulta en convertirse en un autómata contradice, en apariencia, la idea central de la cultura contemporánea consistente en que la mayoría de los individuos son libres de pensar, sentir y actuar según su propio placer. Por el contrario, y aceptando que sí existen individuos que son autónomos, esa creencia es en general una ilusión, que a su vez es un peligro que obstaculiza el poder acabar con lo que causa ese estado de cosas. Fromm se esfuerza en demostrar cómo los sentimientos y los pensamientos pueden tener su origen en el exterior del propio yo y, al mismo tiempo, pueden ser experimentados como propios; de igual manera, cómo los originados en el propio yo pueden suprimirse y, así, acabar con la personalidad.

Al decir uno "yo pienso" no parece existir ambigüedad alguna, la unica duda descansa en la verdad o falsedad de lo pensado y en el hecho de si es uno mismo el que piensa. Sin embargo, hay experimentos hipnóticos, y en especial poshipnópticos, que demuestran que es posible tener pensamientos, sentimientos, deseos y sensaciones que, aunque son experimentados como subjetivos, son en realidad impuestos desde fuera. El hipnotizador puede sugerir que un alimento tengo un sabor muy diferente al real, y el sujeto así lo asociará a su gusto, hacerle creer que es ciego, y así lo sentirá, o darle un conocimiento falso que defenderá con vigor. La cosa va más alla, de tal manera que si se induce a alguien a creer que otra persona ha robado algo, el sujeto desarrollará sus propios pensamientos racionalizantes para llegar a creer verdaderamente el robo. Aparentemente, los pensamientos que explican el robo, y que parecen propios de la persona, son la causa de la sospecha, pero en realidad aparecen después del engaño. Estos experimentos muestran cómo alguien pueden estar convencido de la espontaneidad de sus propios actos mentales, y en realidad ser el resultado de la influencia de otra persona. El fenómeno no se limita a las experiencias hipnóticas, se producen de tal manera en la sociedad, que puede hablarse de que esos seudoactos son la regla general, mientras que los actos mentales que pueden llamarse genuinos son la excepción.

En todo tipo de temáticas, como es el caso de la política, cualquier persona nos dará como una opinión, que cree propia y que estará convencido de ello, aquello que ha leído en un periódico. En el caso de una pequeña comunidad, tal vez la opinión de las personas están regidas por la de un familiar influyente. En otros casos, puede exisitir el miedo a estar mal informado y el seudopensamiento es una forma de salvar las apariencias, más que la combinación natural de la experiencia, el deseo y el saber. En cuestiones estéticas, como otro ejemplo evidente, existen muchas opiniones que no están originadas en una experiencia propia con una obra de arte, y sí en lo que el ambiente espera que diga la persona.

La supresión del pensamiento crítico en la vida del individuo suele empezar temprano. Un niño de corta edad, puede ser consciente de la falta de sinceridad de su madre, nota una discrepancia entre lo que habla y cómo actúa, su sentido de la justicia y de la verdad adquiere un fuerte contraste. Sin embargo, al ser dependiente de la madre, la cual no le permite crítica alguna, y sin encontrar tampoco una figura paterna fuerte, el crío se ve obligado a reprimir su capacidad crítica. No tardará mucho tiempo en no darse ya cuenta de la falta de sinceridad de la madre o de su infidelidad a unos principios, unas pautas culturales erróneas son experimentadas e interiorizadas por la persona. En cualquier caso, en todos los ejemplos mencionados la cuestión es averiguar si el pensamiento de la persona es el resultado de la actividad de su propio yo, y no si el contenido es correcto, lógico o racional (que puede serlo). Las racionalizaciones pueden explicar una acción o un sentimiento sobre bases racionales o realistas, aunque aquéllos estén determinados por factores irracionales y subjetivos.

No es posible saber si nos hallamos ante una racionalización simplemente analizando la lógica de las afirmaciones de una persona, es necesario saber las motivaciones sicológicas que operan. El punto crucial no es lo que se piensa, sino cómo se piensa. El pensamiento activo siempre da lugar a ideas nuevas y originales, no necesariamente en el sentido de no haber sido pensadas por nadie hasta ese instante, sino porque la persona ha empleado el pensamiento como un instrumento para descubrir algo nuevo en el mundo que le rodea o en su fuero interno. Por el contrario, las racionalizaciones carecen de ese carácter descubridor y revelador, simplemente se limitan a confirmar los prejuicios racionales que ya existen en uno mismo; no es un instrumento para penetrar en la realidad, sino un intento posterior a la acción para armonizar los deseos interiores con la realidad exterior.

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