miércoles, 1 de diciembre de 2010

La libertad ambivalente de la modernidad

Erich Fromm, en Miedo a la libertad, considera que las nuevas teorías religiosas del protestantismo, al comienzo de la modernidad, constituyen una respuesta a las necesidades síquicas producidas por el derrumbe del sistema medieval y por los comienzos del capitalismo. La libertad ganada con la pérdida de los vínculos tradicionales, propios del medievo, tenía otra cara: el hombre en la nueva situación se siente solo y aislado, por lo que se conduce hacia nuevas formas de sumisión y actividades irracionales y compulsivas.

Del mismo modo, en el desarrollo posterior de la sociedad capitalista, la personalidad del hombre sufrirá incidencias en esa misma dirección que se apunta en el periodo de la Reforma. Fromm considera que existe una visión dialéctica, fundamental, en la mirada hacia esa libertad ambivalente que nace con el capitalismo. Si, por un lado, el hombre gana en confianza en sí mismo y en independencia, por otro se muestra aislado y atemorizado. Es importante pensar de manera dialéctica, algo a lo que no estamos acostumrados, de tal manera que no resulte dudoso que dos tendencias contradictorias deriven simultáneamente de la misma causa. Atender solo a un aspecto de la cuestión, observar solo los pros o los contras, dificulta el observar los nuevos problemas que surgen, propios de un contexto distinto y con una naturaleza diferente. Muchas de las libertades que se han ganado en la modernidad son, únicamente, de carácter formal, el hombre ha perdido gran parte de su capacidad para autogobernarse, para regirse por su propia conciencia. Habitualmente, desatendemos el hecho de que gran parte de lo que pensamos y decimos es lo mismo que todo el mundo piensa y dice. El hombre es incapaz de pensar de una manera original, es decir, de hacerlo por sí mismo sin que nada interfiera en sus pensamientos. Fromm menciona nuevos formas autoritarias como son la "opinión pública" o el "sentido común", fuerzas poderosas que forjan nuestra personalidad debido a una profunda disposición a ajustarnos a lo establecido y no parecer diferentes.

La conquista de libertades sobre elementos externos resulta encomiable, algo que constantemente hay que reafirmar. Sin embargo, es necesaria también una lucha interna que nos permita la realización plena de nuestro propio yo individual. Es necesario insistir, para una crítica al capitalismo en aras del progreso, en aquella doble vertiente que tiene la nueva libertad obtenida. Por un lado, constituye un innegable progreso el derrumbe del sistema feudal y la posición predeterminada que el hombre tenía en él; el capitalismo, con la libertad económica como bandera, pretende que el individuo obtenga éxito en sus ganancias económicas gracias a su diligencia, capacidad y valentía (Fromm muestra la falacia de esta premisa e insinúa un análisis de clase al respecto, sin detenerse demasiado en ello al no ser su propósito en Miedo a la libertad hablar de tesis socialistas); en definitiva, el capitalismo trajo un mundo nuevo con una importante contribución a la libertad positiva y al crecimiento de un yo activo, crítico y responsable. La otra cara, dejando de momento a un lado el mencionado y necesario análisis de clase (es la clase media la que toma el poder en la nueva situación, generándose nuevas clases desposeídas), el capitalismo produce una situación antagónica, haciendo sentir al individuo más solo, insignificante e impotente.

La economía capitalista abandona al individuo completamente a sí mismo, marcado por el éxito, o no, de sus acciones. Aparentemente, es una conquista en la libertad individual, pero también constituye una atomización de las personas, una pérdida de vínculos entre ellas. Fromm establece un paralelismo entre el hombre sometido a la divinidad, en las nuevas visiones religiosas, y el hombre abandonado a otros poderes superiores (como son los competidores o fuerzas económicas impersonales). Lo que hizo el protestantismo, al colocar al individuo solo ante Dios, fue prepararlo sicológicamente para las caraterísticas, también individualistas, de otras actividades humanas secularizadas. Fromm considera que, si bien en el medievo el capital servía al hombre, en el capitalismo se ha vuelto su dueño. La actividad económica como fin en sí misma no tenía sentido en el sistema medieval, al contrario que en el capitalismo en el que solo prima el éxito en las ganancias materiales. En el nuevo sistema, el hombre es solo un engranaje de una vasta máquina económica (la importancia de su papel solo se mide por el tamaño de su capital, aunque no deje de ser una parte destinada a un propósito que le trasciende). Insistiremos en que la base sicológica de la nueva situación fue establecida por las doctrinas de Calvino y Lutero, el hombre se siente insignificante y subordina su vida a propósitos que no le pertenecen (primero fue la divinidad, luego una enorme maquinaria económica y, más adelante, veremos que es también el caldo de cultivo para autoritarismo extremos como el fascismo).

El sistema capitalista se resume en la subordinación del individuo como medio para fines económicos, la cual se funda en las condiciones del modo de producción en las que la acumulación del capital es el propósito y el objetivo de la actividad económica. Aunque se trabaje para obtener un beneficio, no se obtiene éste con el fin de ser gastado, sino para ser invertido como nuevo capital, y así sucesivamente en un proceso circular. Este principio acumulativo del capital es la premisa del progreso industrial; en él, el hombre, aun obteniendo ese capital, se ha convertido en esclavo de una enorme maquinaria. La situación es, obviamente, mucho peor para los empleados que carecen de capital, al depender de las leyes del mercado, de la técnica, de la prosperidad o de las crisis. Si el capitalismo, de mayor o menor envergadura, se somete a un gran proceso que la trasciende, el empleado se subordina a su patrón. Esta situación supone el nacimiento de los movimientos sindicales, los cuales otorgan al obrero algún poder propio y le permiten superar una simple posición de simple y pasivo objeto en manos del patrón. En cualquier caso, Fromm insiste en que la nueva situación de sometimiento a fines extrapersonales impregna a todos los actores del sistema capitalista, al conjunto de la sociedad (algo necesario de comprender, más allá del mero enfrentamiento, en aras de buscar nuevas vías sociales y sicológicas). En un sistema jerarquizado, el espíritu de toda la cultura esta determinada por sus grupos más poderosos; esto ocurre, no solo por el control del sistema educacional que ejercen esos grupos, también por su aparente prestigio ante las clases más humildes, las cuales se hallan dispuestas a aceptar e imitar esos valores y a identificarse sicológicamente con las clases dirigentes.

En el nuevo sistema capitalista se produce un conflicto, aparentemente contradictorio. Por un lado, se afirma que el hombre es solo un peón de un vasto proceso, y se halla subordinado a fines que le trascienden (algo que tuvo su base en el sometimiento religioso propio del protestantismo) , pero por otro el ser humano considera que actúa movido por el egoísmo y por la búsqueda de su propio interés personal. Fromm, para resolver esta cuestión, se ocupa en profundidad del problema sicológico del egoísmo. En la próxima entrada, nos ocuparemos también de esta cuestión, desmontando los tópicos de que el egoísmo constituye la más fuerte motivación en la conducta humana (tal y como afirmaría Maquiavelo). No es necesario insistir en el calado que este prejuicio ha tenido en la sicología del individuo, por lo que una obra como Miedo a la libertad, de una actualidad innegable, es más que necesaria.

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